- El abad, perdiendo la vista en el retiro del parque que rodeaba a la abadía dice casi susurrando; “… muy bien dicho hermano, ¡que hermosa manera de santificar la simplicidad…”, ah! si de aprendiéramos esta verdad que por ejemplo para mí la santidad no consiste en ser abad, …. Sino en ser abad, porque esa es la voluntad de Dios.
“…. Si nuestros monjes se percataran que para ser santos, han de ser verdaderos monjes porque esa es la voluntad de Dios para con ellos” “… si los padres y madres fuesen verdaderos padres y madres, no a causa de la naturaleza, sino por la gracia de Dios, que mundo tan diferente sería este y que lugar tan distinto sería el cielo”
“…pero generalmente los abades creemos que nuestra misión es crear grandes monasterios, crear grandes comunidades, hacer penitencias extraordinarias y ser lámparas brillantes mediante nuestro comportamiento externo, cuantos monjes son peores aún; y los legos que casi llegan a olvidar el elemento sobrenatural que hay en los papeles naturales que han de representar en la vida”.
“… la falta de sencillez es lo que cercena la lista de los santos y ensancha la de la mediocridad”
Luego de un momento de silencio en el que se escuchaba el acompasado halito que acompañaba el ritmo de ambos corazones el hermano dijo.
- “… Es verdad, los grandes santos nos dan esta intensa lección cuándo nos dicen: “¡Sean Uds. mismos, porque esa es la voluntad de Dios!” Pero, ¿cuántos de nosotros podremos santificarnos siendo nosotros mismos?...”
- “Lamentablemente pocos, muy pocos, hermano mío…” Objeto el abad y continúo diciendo.
- “Siempre estamos soñando, deseando, esperando y haciendo planes e incluso atreviéndonos a ser algo o alguien distinto y precisamente por eso no vamos a ninguna parte en la vida espiritual con la rapidez necesaria. Si Dios quiere que yo vaya detrás de una arado para ser santo, nunca lograré esa cima si aspiro a ser poeta. Por el contrario, si quiere que sea poeta, la única manera que me queda para ser santo es siendo el mejor poeta que pueda, esa es la lección de la parábola de los talentos…. Hemos de trabajar con lo que Dios nos da, si me ha dado un talento no me excluirá del cielo por no poseer dos, si quiere que sea abad nunca llegaré al cielo si me despojo del báculo pastoral para tomar con falsa humildad un cayado de porquero. He de utilizar mi báculo como llave del cielo, pues ningún otro cayado, báculo o bastón me abrirá aquella cerradura…”
“…¡Esto es lo que hemos de aprender y recordar! Lo que estropea nuestras vidas es enterrar nuestros talentos, luchar para ser aquello para lo que no fuimos creados, estropea nuestros amores.
Es decir lo que nos impide ser santos es querer ser lo que no somos, pues eso significa estar insatisfechos con la voluntad de Dios respecto de nosotros”.
- Difícilmente aprenderemos del todo esta lección. - respondió el anciano monje.
- y sin embargo, tal vez nos mira cara a cara, desde cada página del Evangelio –prosiguió el abad- pienso que Pedro nunca llegaría a ser San Pedro si hubiera luchado por ser tan manso como Bartolomé, o tan delicado como Juan. No! Precisamente tenía que ser Pedro (piedra) osado, tumultuoso y jactancioso. Tenía que amar con amor de hombre, porque ese era el molde en el que el Señor lo había vaciado. Nada de tiernos abrazos, nada de apoyar su cabeza sobre el regazo del Señor, ¡Nunca! En lugar de eso habían de ser su camino la desafiante explosión de fe en sus palabras: “Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”, el rápido y entusiasta abandono de su frase “…Yo debería morir contigo”, y la humilde y desgarradora “…Tu sabes todas las cosas, tu sabes que te amo…”
¡No podría haber caminado otro sendero para alcanzar su meta!, lo que nos hace santos es ser justamente lo que Dios ha querido que seamos encajando del modo mas exacto en el hueco que Dios dispuso para nosotros. Los cáncamos cuadrados son para agujeros cuadrados, y La salvación sólo se conseguirá si nos sentimos satisfechos de ser un insignificante cáncamo cuadrado y de encajar perfectamente en nuestro agujerito…”
Luego de unos segundos de comunicación silente el hermano miro hacia los ojos de su abad, como tantas veces y haciendo una imperceptible reverencia con su cabeza dijo
– Amén, y se retiró lenta y silenciosamente por el claustro hacia su celda.
Basado en CapII de La Familia que alcanzó a Cristo, de M. Raymond O.C.S.O.
No hay comentarios :
Publicar un comentario