Algunos dicen que eso de
obsesionarse por el ramito bendecido del Domingo de Ramos es una superstición.
Otros piensan que expulsa demonios del hogar, o que protege de muchos males.
Para mí no es una superstición.
¿Por qué? Porque ese ramo en mi casa, de olivo o de cualquier otra planta me
recuerda durante todo el año tres cosas que significan mucho:
1. Ese día Jesús entró en Jerusalén y mucha gente lo recibió con alegría levantando ramos.
A esas
personas que tenían el corazón abierto, ¿qué las llevó Jesús? Les dio todo, les
dio Su vida, les entregó todo Su ser sin reservas. Cuando veo ese ramito en mi
casa, vuelvo a decirle que lo recibo con el corazón abierto, y Él me da todo.
2. Con los ramos en alto lo proclamaban rey de sus vidas.
Cuando veo ese ramito en mi casa, vuelvo a
decirle a Jesús: “Vos sos el rey de este lugar, el rey de mi vida, el rey de mi
familia, el rey de mis sueños. Por eso me siento protegido”.
3. Si lo proclamo a Él como mi rey no puedo tener otros reyes.
Por eso renuncio a ser esclavo de cosas y de
personas. No acepto arrastrarme detrás de nada ni de nadie, porque Jesús es mi
único rey que sostiene mi dignidad. De ese modo, cuando veo el ramo de olivo,
echo fuera todas esas esclavitudes que se apoderaron de mí y me llenaron de
obsesiones, y entonces me siento más libre.
Por eso me gusta tener en mi casa
ese ramito de olivo bendecido el Domingo de Ramos.
Víctor Manuel Fernández.
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