y aquí
tomaron la "galera", que en 15 días los llevó al Tandil, que era una
especie de fortín, con muchos criollos e indios, algunos militares y muy pocos
extranjeros. Todo era pampa, con hacienda sin dueño. Imagínese a esos dos
italianos, ¡qué sabían de enlazar y bolear!...
Hicieron un
corral, encerraron algunas vacas y fueron los primeros lecheros de Tandil.
Todos los días mi padre iba al pueblo y llevaba 6 o 7 litros de leche, que
repartía a los pocos que tomaban leche en ese entonces, porque la mayor parte
solo comía carne y tomaba vino...
Cuando mi
padre tenía 9 años, un buen día se sublevaron los criollos, dirigidos por un
curandero llamado Tata-Dios, y decidieron matar a los extranjeros. ¡Y los
mataron a casi todos! Mi abuelo vivía un poco alejado del pueblo; alguien le
avisó, y con mi padre se fue a las sierras...
Después de
este episodio, mi abuelo decidió volver a Italia, y allí se quedó. Pero mi
padre, al cumplir 16 años, volvió solo a la Argentina. Empezó a trabajar como
peón en la construcción de los ferrocarriles, ganando un peso por día...
Con los
centavos que pudo ahorrar, compró un campito en Pergamino, la ciudad donde yo
nací. Poco a poco, tuvo vacas, fue sembrando trigo, y de todo... Allí nacimos
todos. Mi padre nos despertaba a las cinco diciendo: "Está por salir el
sol."
Ordeñábamos
las vacas, hacíamos otros trabajos, y aún nos alcanzaba el tiempo para llegar
antes que nadie a la escuela. Por supuesto, a las ocho de la noche ya habíamos
cenado y estábamos en la cama. Ésta era nuestra vida. Toda mi infancia la pasé
así. Una maravillosa infancia...
En mi casa
se hacía todo. Todo. No se compraba nada. Se hacía pan, teníamos leche, queso,
manteca, verduras, vinos de nuestra viña. En la casona, con piezas inmensas, la
despensa estaba siempre repleta. En invierno se carneaban los cerdos y se
hacían jamones, chorizos, salames...
Era una
vida muy sana. Cuando terminé sexto grado, vine a un colegio salesiano de
Buenos Aires. Concluí el bachillerato en 1918, y en 1919 ingresé en la Facultad
de Medicina. Mi padre me mandaba algunos pesos; no muchos...
Fue él
quien quiso que estudiáramos. Yo quería quedarme en el campo, pero él me dijo:
"No, no tenés que ser como yo. ¡El que estudia siempre tiene más
posibilidades!"
Arturo
Umberto Illia
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