1978-1979
En estas fechas,
cambió su predicación y pasó a defender los derechos de los desprotegidos.
Monseñor Romero denunció en sus homilías los atropellos contra los derechos de
los campesinos, de los obreros, de sus sacerdotes, y de todas las personas que
recurrieran a él, en el contexto de violencia y represión militar que vivía el
país.
En sus homilías posteriores a la muerte de Rutilio Grande, recurrió sin
temor a los textos de la Conferencia de Medellín, y pidió una mayor justicia en
la sociedad.
Durante los tres años siguientes, sus homilías, transmitidas por
la radio diocesana YSAX, denunciaban la violencia tanto del gobierno militar
como de los grupos armados de izquierda.
Señaló especialmente hechos violentos
como los asesinatos cometidos por escuadrones de la muerte y la desaparición
forzada de personas, cometida por los cuerpos de seguridad.
En agosto de
1978, publicó una carta pastoral donde afirmaba el derecho del pueblo a la
organización y al reclamo pacífico de sus derechos.
Asesinato
En octubre de
1979, recibió con cierta esperanza las promesas de la nueva administración de
la Junta Revolucionaria de Gobierno, pero con el transcurso de las semanas,
volvió a denunciar nuevos hechos de represión realizados por los cuerpos de
seguridad.
Un día antes
de su muerte, hizo un enérgico llamamiento al ejército salvadoreño:
"...Yo quisiera hacer un llamamiento,
de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto a las bases de la
Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles… Hermanos, son de nuestro mismo
pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que
dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: “No matar”. Ningún
soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley
inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su
conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La
Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad
humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación.
Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van
teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo,
cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego,
les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión..."
El día lunes
24 de marzo de 1980 fue asesinado cuando oficiaba una misa en la capilla del
hospital de La Divina Providencia en la colonia Miramonte de San Salvador. Un
disparo hecho por un francotirador impactó en su corazón, momentos antes de la
Sagrada Consagración. Al ser asesinado, tenía 62 años de edad…”
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