A nadie más que al monje le resulta familiar la
parábola del silencio.
Tal como él pareciera advertirla, esa parábola se
despliega entre el silencio de Dios y el silencio ante Dios.
El silencio de Dios impera donde la sed de poder ha
convertido al hombre en un ser hostil al misterio de su propia creación. El
silencio ante Dios, en cambio, reina donde el hombre, liberado de su despótico
afán de supremacía, logra reconocerse como criatura y recupera, de ese modo, la
presencia de su Creador.
Podría afirmarse, entonces, que la fe monástica
transfigura al hombre que presume saberlo todo en el hombre que se sabe ante la
imponderabilidad del Todo.
Y dígase de paso que el hombre que presume saberlo
todo no es, necesariamente, aquel que para todo cree tener explicación sino
aquel que, para todo, asegura que debe haber explicación; aquel, en suma, que
sobrestima el poder de sus facultades comprensivas y homologa el campo de lo
real sólo a lo que a él le ha sido dado concebir como tal.
Fuente: texto de Santiago Kovadloff
2 comentarios :
Gracias hermano!!! Paz y bien.
El silencio es necesario para el encuentro con el Señor. Eso voy yo a hacer estos días hermano Claudio, retirarme y orar. Rece por mi.
Dios le bendiga. Un abrazo en Cristo.
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