12 de julio de 2013

La revolución de Francisco......

.... sin corte, rubíes ni camareros
Desde la residencia hasta la ruptura de las prácticas: la sobriedad aterriza en los Palacios Sacros. A las cuatro de la tarde, con el bochorno romano que luce sus mejores dotes, dos guardias suizas en uniforme y un gendarme se estacionan delante de la entrada de la Casa Santa Marta, la residencia del Papa y de unos cuarenta obispos, monseñores y laicos que trabajan en el Vaticano. 
Es la señal: el “número uno” se encuentra allí. La bandera blanca y amarila con los escudos vaticanos yace inmóbil  frente a las ventanas del segundo piso de este paralelepídedo anónimo, construido por orden de Juan Pablo II a mediados de los noventa para que se alojaran los cardenales durante los Cónclaves.

Es la habitación de Francisco. Después de haberse identificado, el huésped baja por la escalera semicircular, austera y un poco fría, que conduce al hall. Allí, detrás del enorme mostrador, está esperando un laico con rasgos orientales y traje color tabaco. Silencio absoluto. El verano también se deja sentir en Santa Marta y además los huéspedes saben que en cualquier momento puede aparecer de repente en el elevador, al otro lado de una puerta, en el comedor o en una de las salitas. Cuando uno deja su habitación en Santa Marta, tiene que estar bien vestido, claro está.

Adentro, en el hall, hay otro suizo y otro gendarme, ambos vestidos de civiles. «Me dijeron que esperara en una de las salitas, que tiene sillones tapizados de tela verde. El Papa -cuenta nuestro interlocutor, recibido en una audiencia privada- llegó de repente, solo, sin secretarios ni mayordomos; llevaba un sobre con algunos rosarios. Al final del encuentro, él mismo abrió la puerta y me acompañó al pie de la escalera». Es una escena que describe mejor que muchas otras cuáles son los cambios que se están dando en el Vaticano. 
Casa Santa Marta y ubicación en el Vaticano
La Casa Santa Marta es algo entre hotel y casa del peregrino, por lo que es muy difícil que se instaure en ella el sentido de corte, tan evidente en el Palacio apostólico con su dignidad renacentista. La decisión de permanecer en la residencia en la que se alojó como cardenal durante el Cónclave (tomada «por motivos psiquiátricos», porque no le gustaba el «aislamiento»). 
 Francisco le explicó a su amigo y sacerdote argentino Enrique Martínez, “Quique”: «La gente puede verme, llevo una visa normal, como en el comedor con todos...». Y para el café no hay camareros, sino una máquina de monedas, en el corredor.La suya se encuentra en el segundo piso, es la habitación 201: paredes blanquísimas, un salón con dos silloncitos y un escritorio, un librero, tapetes persas, parquet de color claro (y demasiado lustrado), una habitación para dormir con una imponente cama de madera oscura y un baño. Esta suite estaba reservada para los huéspedes importantes del Papa, cono el Patriarca de Constantinopla Bartolomeo I.

Cuando se encontraron, el Papa le pidió perdón bromeando: «Discúlpeme si le robé su habitación...». «Pero si se la dejo encantado» fue la respuesta del patriarca ortodoxo.

En las habitaciones que se encuentran a su lado viven los dos secretarios: el que Francisco “heredó” de Ratzinger, el maltés Alfred Xuareb, y el que eligió él mismo, el argentino Fabián Pedacchio. Figuras que, sin lugar a dudas, son menos estorbosas y potentes con respecto a sus predecesores. Jorge Mario Bergoglio, al seguirse considerando como un sacerdote al servicio de Dios (y, por lo tanto, al servicio de los demás), no es un monarca; sigue siento el mismo que era antes de ese 13 de marzo que le cambió la vida (y que le impidió usar el boleto de vuelta que ya había comprado hacia Buenos Aires).

Y así, Papa Francisco decidió seguir viviendo  en el mismo sitio, aunque se cambió de habitación, porque durante el Cónclave usaba una del mismo piso, la 207. Decisió no ir a ocupar el aposento papal, es más el “Aposento” así con mayúscula, como se conoce el jerga vaticana a esa entidad que representa el más estrecho círculo de colaboradores. Declinó habitar en él, pero tomó posesión y, al hacerlo, se quedó impresionado por sus dimensiones: «¡Aquí hay lugar para 300 personas!». No se trata de una villa real, pero se puede entender la reacción de uno que está acostumbrado a vivir (siendo cardenal) en un par de cuartitos y a tenderse la cama todos los días.
Don Francisco, Párroco del mundo
Las primeras novedades llegaron durante el Cónclave. Apenas elegido, y antes de ponerse el hábito blanco, Francisco fue a abrazar al cardenal Angelo Scola, su “adversario” durante los escrutinios. Después el rechazo a ponerse uno de los 45 pares de zapatos rojos que habían sido preparados para la ocasión; mejor los negros de siempre. Más que cuestión de gustos, era una cuestión de ortopedia, pues el calzado usado sirve para caminar mejor. Nada de cruz pectoral de oro, nada de anillo papal de 18 quilates. Nada de enorme coche blindado con matrícula “SCV 1”), el almirante de una flota vaticana que ha desempolvado sus vehículos más sobrios. Nada de escolta ni enormes maniobras de gendarmes para los desplazamientos, incluso mínimos, dentro del minúsculo Estado.

El pequeño mundo vaticano, que a monseñor Marcinkus parecía «una aldea de lavanderas», primero alzó la ceja, luego se trató de adecuar, como se vio dos días después de la elección, cuando todos los cardenales que saludaron al Papa en la Sala Clementina llevaban cruces de fierro y habían dejado las cruces de oro y piedras preciosas en el cajón.

En Santa Marta hay dos elevadores y se trata de dejar uno siempre libre para el inquilino más importante. Pero, a menudo, Francisco usa el otro. Dos obispos se lo encontraron dentro al último momento, justo antes de que se cerraran las puertas; un poco avergonzados, se relegaron hacia el fondo, pero el Papa, con una sonrisa, les dijo: «No muerdo». Las anécdotas abundan. A veces, claro, un poco exageradas, como la del guardia suizo que hizo el turno de noche y a quien Francisco le habría llevado un bocadillo. Bergoglio se desplaza desde Santa Marta a pie. El sábado 16 de marzo rechazó con un elocuente gesto de la mano (como diciendo “¿Están locos?”) el grupo de coches predispuesto para que atravesara unos 50 metros. Otra vez, al salir de su residencia, se encontró con un obispo que estaba plantado en la entrada: «Y usted, ¿qué está haciendo aquí?», le preguntó. «Estoy esperando que vengan por mí», fue la respuest del prelado. «¿Y no puede ir a pie?», le respondió Francisco.

Un Papa “normal” y, justamente por esta razón, extraordinario. Que repite las palabras antiquísimas y siempre nuevas del Evangelio. «Palabras sorprenden mucho -nos dice el profesor Andrea Riccardi, historiador de la Iglesia-, porque resuena de forma particular la autenticidad de su persona».

Fuente:  Vatican Insider  - Andrea Tornielli - Ciudad del Vaticano

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