.... sin corte, rubíes ni camareros
Desde la
residencia hasta la ruptura de las prácticas: la sobriedad aterriza en los
Palacios Sacros. A las cuatro
de la tarde, con el bochorno romano que luce sus mejores dotes, dos guardias
suizas en uniforme y un gendarme se estacionan delante de la entrada de la Casa
Santa Marta, la residencia del Papa y de unos cuarenta obispos, monseñores y
laicos que trabajan en el Vaticano.
Es la señal: el “número uno” se encuentra
allí. La bandera blanca y amarila con los escudos vaticanos yace inmóbil frente a las ventanas del segundo piso de
este paralelepídedo anónimo, construido por orden de Juan Pablo II a mediados
de los noventa para que se alojaran los cardenales durante los Cónclaves.
Es la
habitación de Francisco. Después de haberse identificado, el huésped baja por
la escalera semicircular, austera y un poco fría, que conduce al hall. Allí,
detrás del enorme mostrador, está esperando un laico con rasgos orientales y
traje color tabaco. Silencio absoluto. El verano también se deja sentir en
Santa Marta y además los huéspedes saben que en cualquier momento puede
aparecer de repente en el elevador, al otro lado de una puerta, en el comedor o
en una de las salitas. Cuando uno deja su habitación en Santa Marta, tiene que estar
bien vestido, claro está.
Adentro, en el
hall, hay otro suizo y otro gendarme, ambos vestidos de civiles. «Me dijeron
que esperara en una de las salitas, que tiene sillones tapizados de tela verde.
El Papa -cuenta nuestro interlocutor, recibido en una audiencia privada- llegó
de repente, solo, sin secretarios ni mayordomos; llevaba un sobre con algunos
rosarios. Al final del encuentro, él mismo abrió la puerta y me acompañó al pie
de la escalera». Es una escena que describe mejor que muchas otras cuáles son
los cambios que se están dando en el Vaticano.
La Casa Santa
Marta es algo entre hotel y casa del peregrino, por lo que es muy difícil que
se instaure en ella el sentido de corte, tan evidente en el Palacio apostólico
con su dignidad renacentista. La decisión de permanecer en la residencia en la
que se alojó como cardenal durante el Cónclave (tomada «por motivos
psiquiátricos», porque no le gustaba el «aislamiento»).
Casa Santa Marta y ubicación en el Vaticano |
Francisco le explicó a
su amigo y sacerdote argentino Enrique Martínez, “Quique”: «La gente puede
verme, llevo una visa normal, como en el comedor con todos...». Y para el café
no hay camareros, sino una máquina de monedas, en el corredor.La suya se
encuentra en el segundo piso, es la habitación 201: paredes blanquísimas, un
salón con dos silloncitos y un escritorio, un librero, tapetes persas, parquet
de color claro (y demasiado lustrado), una habitación para dormir con una
imponente cama de madera oscura y un baño. Esta suite estaba reservada para los
huéspedes importantes del Papa, cono el Patriarca de Constantinopla Bartolomeo
I.
Cuando se
encontraron, el Papa le pidió perdón bromeando: «Discúlpeme si le robé su
habitación...». «Pero si se la dejo encantado» fue la respuesta del patriarca
ortodoxo.
En las
habitaciones que se encuentran a su lado viven los dos secretarios: el que
Francisco “heredó” de Ratzinger, el maltés Alfred Xuareb, y el que eligió él
mismo, el argentino Fabián Pedacchio. Figuras que, sin lugar a dudas, son menos
estorbosas y potentes con respecto a sus predecesores. Jorge Mario Bergoglio,
al seguirse considerando como un sacerdote al servicio de Dios (y, por lo
tanto, al servicio de los demás), no es un monarca; sigue siento el mismo que
era antes de ese 13 de marzo que le cambió la vida (y que le impidió usar el
boleto de vuelta que ya había comprado hacia Buenos Aires).
Y así, Papa
Francisco decidió seguir viviendo en el
mismo sitio, aunque se cambió de habitación, porque durante el Cónclave usaba
una del mismo piso, la 207. Decisió no ir a ocupar el aposento papal, es más el
“Aposento” así con mayúscula, como se conoce el jerga vaticana a esa entidad
que representa el más estrecho círculo de colaboradores. Declinó habitar en él,
pero tomó posesión y, al hacerlo, se quedó impresionado por sus dimensiones:
«¡Aquí hay lugar para 300 personas!». No se trata de una villa real, pero se
puede entender la reacción de uno que está acostumbrado a vivir (siendo
cardenal) en un par de cuartitos y a tenderse la cama todos los días.
Don Francisco, Párroco del mundo |
Las primeras
novedades llegaron durante el Cónclave. Apenas elegido, y antes de ponerse el
hábito blanco, Francisco fue a abrazar al cardenal Angelo Scola, su
“adversario” durante los escrutinios. Después el rechazo a ponerse uno de los
45 pares de zapatos rojos que habían sido preparados para la ocasión; mejor los
negros de siempre. Más que cuestión de gustos, era una cuestión de ortopedia,
pues el calzado usado sirve para caminar mejor. Nada de cruz pectoral de oro,
nada de anillo papal de 18 quilates. Nada de enorme coche blindado con
matrícula “SCV 1”), el almirante de una flota vaticana que ha desempolvado sus
vehículos más sobrios. Nada de escolta ni enormes maniobras de gendarmes para
los desplazamientos, incluso mínimos, dentro del minúsculo Estado.
El pequeño
mundo vaticano, que a monseñor Marcinkus parecía «una aldea de lavanderas»,
primero alzó la ceja, luego se trató de adecuar, como se vio dos días después
de la elección, cuando todos los cardenales que saludaron al Papa en la Sala
Clementina llevaban cruces de fierro y habían dejado las cruces de oro y
piedras preciosas en el cajón.
En Santa Marta
hay dos elevadores y se trata de dejar uno siempre libre para el inquilino más
importante. Pero, a menudo, Francisco usa el otro. Dos obispos se lo
encontraron dentro al último momento, justo antes de que se cerraran las
puertas; un poco avergonzados, se relegaron hacia el fondo, pero el Papa, con
una sonrisa, les dijo: «No muerdo». Las anécdotas abundan. A veces, claro, un
poco exageradas, como la del guardia suizo que hizo el turno de noche y a quien
Francisco le habría llevado un bocadillo. Bergoglio se desplaza desde Santa
Marta a pie. El sábado 16 de marzo rechazó con un elocuente gesto de la mano
(como diciendo “¿Están locos?”) el grupo de coches predispuesto para que
atravesara unos 50 metros. Otra vez, al salir de su residencia, se encontró con
un obispo que estaba plantado en la entrada: «Y usted, ¿qué está haciendo
aquí?», le preguntó. «Estoy esperando que vengan por mí», fue la respuest del
prelado. «¿Y no puede ir a pie?», le respondió Francisco.
Un Papa
“normal” y, justamente por esta razón, extraordinario. Que repite las palabras
antiquísimas y siempre nuevas del Evangelio. «Palabras sorprenden mucho -nos
dice el profesor Andrea Riccardi, historiador de la Iglesia-, porque resuena de
forma particular la autenticidad de su persona».
Fuente: Vatican Insider - Andrea Tornielli - Ciudad del Vaticano
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