Rescatamos de Segundo Galilea, un texto sencillo sobre la Palabra de
Dios que sirve al autor como introducción a lo que denomina el "Evangelio
de las Bienaventuranzas" También a nosotros puede servirnos para
sumergirnos en la lectura de este articulo. (Cf. El camino de la Espiritualidad,
Bogotá, 1987, 89-91).
La Palabra de
Dios es la fuente primordial de la espiritualidad cristiana porque genera la
fe. La experiencia de la fe es la médula de la espiritualidad, así como la Palabra
es la raíz de la fe. Todas las
demás fuentes de la espiritualidad –los sacramentos, etc. – suponen la fe y
celebran la fe, fe que tuvo su origen en la escucha fiel de la Palabra.
Esto es un
hecho de la experiencia cristiana, y un testimonio de la Biblia. Para San
Pablo, la fe viene de la predicación de la Palabra (ver Rom. 10, 14 ss.). Para
Jesús, el auténtico seguidor es aquel que "escucha la Palabra, la acoge y
la practica"( Mt. 7, 21 ss.; Lc. 11, 27 y 28); y muy especialmente la
parábola del sembrador (Mt. 13, 1- 23), donde el "fruto espiritual"
está en proporción a la acogida de la Palabra.
La experiencia
nos dice que aquello que más nos mantiene y enfervoriza la fe, es escuchar, con
las condiciones adecuadas, la Palabra de Dios en cualquiera de las formas en
que la Iglesia tan variadamente nos la ofrece: la proclamación de la Biblia en
la comunidad, la predicación, las exhortaciones, los retiros y sesiones, las
formas de catequesis, la liturgia, y otros lugares.
Vemos
nuevamente cómo la Iglesia es el "lugar" habitual y necesario que
genera nuestra fe, y que la Palabra de Dios es palabra dicha "en
Iglesia" en la comunidad cristiana. La misma Biblia, la Palabra de Dios
por antonomasia, está escrita como experiencia de Iglesia, del pueblo de Dios y
de las primeras comunidades.
Igualmente
podemos apreciar la enorme importancia que tiene nuestro contacto personal, con
la Palabra de Dios. Me refiero a las diversas lecturas privadas de la Palabra
de Dios: de la Biblia, de los grandes autores espirituales o de libros de
espiritualidad, documentos de la Iglesia, especialmente de su magisterio, etc.
Aquello que se
llamó tradicionalmente la "lectura espiritual" y que en buenas
cuentas es una escucha más personal y privada de la Palabra, es una práctica
muy importante y aconsejable para mantener la vida de fe. Esta adquiere tanta
más importancia en la medida que los cristianos tienen menos oportunidad de
escuchar la palabra en comunidad o proclamada públicamente. Si todos (los que
leen) tienen "libros de cabecera" el cristiano debería tener siempre
entre ellos a la Biblia —especialmente el nuevo testamento y sobre todo los
evangelios— y algún o algunos libros cristianos que a él particularmente lo han
ayudado o lo ayudan. Muchos corren el peligro de extinguir su fe por no
"escuchar" o por no "leer"l as palabras de Dios dichas o
escritas en la Iglesia.
Pero en medio
de todo, hay que subrayar que la Biblia queda siempre el paradigma y la fuente
de toda Palabra de Dios. La Iglesia se inspira en ella, y se guía por ella, en
todas sus variadas formas de anunciar la Palabra. La Biblia es Palabra de Dios
en su sentido más verdadero y literal, de ahí que la escucha y el contacto
periódico con ella, tenga una fecundidad y una capacidad de generar la fe sin
paralelo en la espiritualidad cristiana.
En la lectura
cristiana de la Biblia, los evangelios ocupan el lugar central. Los evangelios
son la Palabra de Dios en el sentido más denso, puesto que ahí se recogen las
palabras y actitudes de la persona misma de Dios. El acceso necesario a la
humanidad de Dios, a su seguimiento por amor, son los evangelios. Un cristiano
podría ignorar otros libros de la Biblia pero no los evangelios.
Más aún, su
proclamación o lectura son un verdadero sacramento de la presencia del Espíritu
de Jesús entre nosotros; leer los evangelios con actitud de discípulo, es
encontrarse con Jesús. Junto con la eucaristía, constituye la experiencia de
Jesús más intensa de la vida cristiana.
Nos interesa
el contacto con los evangelios en relación con la espiritualidad, y como norma
de seguimiento. (…) El trozo evangélico que mejor sintetiza el mensaje de
espiritualidad de Jesús es, sin duda, el discurso de las bienaventuranzas.
Ellas son el resumen del espíritu evangélico y de la Palabra de Dios como camino
de perfección humana.
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