Nuevamente el cerro se sacude, va a haber muerte.
El poder ha vuelto a juntar a los distintos para hacerlos cómplices de seguir defendiendo privilegios, El Templo, la Gobernación y el Imperio debían enfrentar el peligro.
El hijo del carpintero, desocupado y sereno había logrado juntar demasiados pobres pero lo peor es que les devolvió la alegría.
Cumplía la ley, pero invitadaba a superarla, decía que el otro era el único camino para ser persona, hablaba de Dios y lo convertía en Padre que ama, que no juzga ni condena, siempre acompaña, porque ama con ternura
No valoraba al Templo y no deseaba ser discípulo de los sumos sacerdotes, invitaba a orar en encuentro de hermanos donde el más importante debía ser el que más sirviera a los más necesitados.
Compartía la mesa con los que nunca eran invitados a ninguna, se acompañaba de pescadores y pecadores, y sonreía feliz cuando las mujeres eran parte respetada de la mesa compartida.
Había cambiado las cosas: estaba bueno repartir las sobras, pero eso de darse a sí mismo como el mejor alimento del pueblo, violaba toda norma de caridad paqueta.
Tocó leprosos, despertó lenguas, abrió ojos, deshizo parálisis; todos tenían que ser curados e incluidos, todos debían hablar, todos debían ver, todos debían andar.
Todos debían ser vistos, escuchados. Todos debían, libremente, poder andar hacia sus derechos
Era demasiado.
Ayudar a los pobres, sí. Pero que dejen de serlo porque serlo es una injusticia, es demasiado.
Enseñarles a ser limpios y sanos, sí. Pero sacarse el manto y arrodillarse ante ellos para lavar sus
pies ensuciados y sucios, curar sus heridas, ayudarlos a caminar mejor, era demasiado.
Había que terminar con el peligro. Es necesario que uno muera, para que nos salvemos nosotros,
se decían entre Salmos, códigos, y componendas.
Nunca es demasiado complicado condenar a un pobre.
No tiene poder, no tiene recursos, no le interesa a los que saben ser presentables, tiene tan poco que no logra ocultar sus fallas y debilidades humanas
Y si la acusación es mezcla de poder y religión, de opresión y misterio todos, por no entenderla demasiado, terminarán por gritar: crucifícalo !!!
Y otra vez el cerro sentirá los pasos de los que lo suben con deseos de recuperar el orden establecido: El Templo para rezar, el dinero para explotar, el poder para imponer.
Nuevamente los pobres deben convencerse que no deben y no pueden soñar la vida. Nuevamente la tumba encerrará las posibilidades de quienes nunca las alcanzan
El hombre no daba más. Seguía luchando en su corazón por seguir siendo un hombre, aunque también era Dios.
Prefirió caer, llorar, ensuciarse, sangrar, mirar a su pueblo desde abajo y solo tuvo que estar por encima cuando lo levantaron en la cruz.
Lo habían desnudado, ya no parecía nadie, ya era igual que los peores... ahora sí estaba siendo fiel a su proyecto de amor, estaba compartiendo la muerte de todos, desde los peores para todos.
Y cuando en plena tarde se hizo de noche, como le ocurre tantas veces a los que se les niega las posibilidades más elementales
Murió.
Se bajó de su cuerpo para abrazar con sus brazos quebrados a esa humanidad entera en la cual estaban también sus crucificadores.
Apretó fuerte sobre su corazón ensangrentado a las pocas mujeres, a su madre, y al discípulo en quien los demás habían comenzado a volver, para decirles que tampoco ahora tuvieran miedo, que Él estaba con ellos y para siempre.
Se dejó llevar a la tumba prestada, porque sabía que ese no era su destino. Que ahora, todo hombre y todo Dios volvería a ser compañero del pueblo, hermano de los pobres, restaurador de la humanidad.
Había resucitado. Vivía más que antes.
El poder ha vuelto a juntar a los distintos para hacerlos cómplices de seguir defendiendo privilegios, El Templo, la Gobernación y el Imperio debían enfrentar el peligro.
El hijo del carpintero, desocupado y sereno había logrado juntar demasiados pobres pero lo peor es que les devolvió la alegría.
Cumplía la ley, pero invitadaba a superarla, decía que el otro era el único camino para ser persona, hablaba de Dios y lo convertía en Padre que ama, que no juzga ni condena, siempre acompaña, porque ama con ternura
No valoraba al Templo y no deseaba ser discípulo de los sumos sacerdotes, invitaba a orar en encuentro de hermanos donde el más importante debía ser el que más sirviera a los más necesitados.
Compartía la mesa con los que nunca eran invitados a ninguna, se acompañaba de pescadores y pecadores, y sonreía feliz cuando las mujeres eran parte respetada de la mesa compartida.
Había cambiado las cosas: estaba bueno repartir las sobras, pero eso de darse a sí mismo como el mejor alimento del pueblo, violaba toda norma de caridad paqueta.
Tocó leprosos, despertó lenguas, abrió ojos, deshizo parálisis; todos tenían que ser curados e incluidos, todos debían hablar, todos debían ver, todos debían andar.
Todos debían ser vistos, escuchados. Todos debían, libremente, poder andar hacia sus derechos
Era demasiado.
Ayudar a los pobres, sí. Pero que dejen de serlo porque serlo es una injusticia, es demasiado.
Enseñarles a ser limpios y sanos, sí. Pero sacarse el manto y arrodillarse ante ellos para lavar sus
pies ensuciados y sucios, curar sus heridas, ayudarlos a caminar mejor, era demasiado.
Había que terminar con el peligro. Es necesario que uno muera, para que nos salvemos nosotros,
se decían entre Salmos, códigos, y componendas.
Nunca es demasiado complicado condenar a un pobre.
No tiene poder, no tiene recursos, no le interesa a los que saben ser presentables, tiene tan poco que no logra ocultar sus fallas y debilidades humanas
Y si la acusación es mezcla de poder y religión, de opresión y misterio todos, por no entenderla demasiado, terminarán por gritar: crucifícalo !!!
Y otra vez el cerro sentirá los pasos de los que lo suben con deseos de recuperar el orden establecido: El Templo para rezar, el dinero para explotar, el poder para imponer.
Nuevamente los pobres deben convencerse que no deben y no pueden soñar la vida. Nuevamente la tumba encerrará las posibilidades de quienes nunca las alcanzan
El hombre no daba más. Seguía luchando en su corazón por seguir siendo un hombre, aunque también era Dios.
Prefirió caer, llorar, ensuciarse, sangrar, mirar a su pueblo desde abajo y solo tuvo que estar por encima cuando lo levantaron en la cruz.
Lo habían desnudado, ya no parecía nadie, ya era igual que los peores... ahora sí estaba siendo fiel a su proyecto de amor, estaba compartiendo la muerte de todos, desde los peores para todos.
Y cuando en plena tarde se hizo de noche, como le ocurre tantas veces a los que se les niega las posibilidades más elementales
Murió.
Se bajó de su cuerpo para abrazar con sus brazos quebrados a esa humanidad entera en la cual estaban también sus crucificadores.
Apretó fuerte sobre su corazón ensangrentado a las pocas mujeres, a su madre, y al discípulo en quien los demás habían comenzado a volver, para decirles que tampoco ahora tuvieran miedo, que Él estaba con ellos y para siempre.
Se dejó llevar a la tumba prestada, porque sabía que ese no era su destino. Que ahora, todo hombre y todo Dios volvería a ser compañero del pueblo, hermano de los pobres, restaurador de la humanidad.
Había resucitado. Vivía más que antes.
El proyecto de Dios Padre continuaba: seguir viviendo cada vez más en medio de todos, amando a todos, proponiendo siempre que el amor verdadero es el único camino para encontrar la vida, esa vida que hoy debe ser felicidad caminada para ser mañana eternidad compartida para siempre.
Había resucitado para seguir gritando desde el amor sin estruendo: que el que ama tiene a Dios y el que no ama -haga lo que haga- no tiene a Dios.
Esta es la Pascua. Este es el Paso. Volver a elegir el amor, pero en serio: a la manera de Jesús, al menos hacer el intento. Porque quien intenta amar de verdad, ya está amando.
El deseo fraterno de una Pascua así...dando el Paso.
Rubén Capitanio
Había resucitado para seguir gritando desde el amor sin estruendo: que el que ama tiene a Dios y el que no ama -haga lo que haga- no tiene a Dios.
Esta es la Pascua. Este es el Paso. Volver a elegir el amor, pero en serio: a la manera de Jesús, al menos hacer el intento. Porque quien intenta amar de verdad, ya está amando.
El deseo fraterno de una Pascua así...dando el Paso.
Rubén Capitanio
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