CONCLUSION: Ser y sentirse criatura de Dios
Al contemplar a Maria, ella en seguida nos advierte: NO os quedéis fijos en mí. Yo no soy nada. Yo solo soy una relación, un signo admirativo de orientación. Soy el índice que señala al sol. Mirad al sol. Es verdad, Maria en sí misma y por sí misma, no es nada, es un ánfora vacía, es una pequeñez, es una esclava. Pero hay un milagro por medio, un milagro en etapas.
A.- Lo primero es que ella RECONOCE Y ACEPTA SU POBREZA: Maria es lúcida. No se engaña. No se cree la primera, ni una diosa. Vive en la verdad. Y la verdad de la criatura es su contingencia. su incapacidad. La criatura es, de por si, lucecita que se puede apagar en cualquier momento. Puede convertirse en barro, en pesadez, en tremenda oscuridad. Si conociéramos toda nuestra verdad, quizá nos espantaríamos, y tendríamos que pedir a Dios, como el cura de Ars, que nos quitara un poco de esa luz. B.- Lo segundo es la APERTURA: Maria tenía su ánfora enteramente abierta. Estaba así como pidiendo ser llenada.
C.- Lo tercero es la PLENITUD. Maria pedía a gritos a Dios que la llenara. Y Dios estaba pidiendo a gritos que se dejara llenar.
La grandeza de Maria no esta tanto en su nombre, sino en sus relaciones, en su capacidad de ser para los demás. La grandeza de Maria esta en el en, en el de, en el con, en el por y en el para. Maria no es el en sf y para sf, sino en Dios, de Dios, con Dios, por Dios y para Dios. Este conjunto de relaciones es lo que la define. Ella es de Dios, vive en Dios y Dios en ella, esta con Dios, lo hace todo por Dios y para Dios.
¿QUIÉN ES MARIA? Es la criatura que no se pertenece a sí misma, sino que es enteramente de Dios, que esta enteramente de Dios, que esta enteramente en Dios. que vive enteramente por y para Dios; es la mujer de Dios. Es el beso de Dios a nuestro barro humano. Y Dios besa a Maria en el lecho cotidiano de Nazaret...
En Nazaret podemos recuperar a Maria porque allí la encontramos sin pedestal, ni hornacinas, sino calzada con sandalias recorriendo coda día los quehaceres de la casa; la vemos ir a la fuente, limpiar, hilar...,
Nazaret es como la casa materna de Maria, allí donde podemos recobrar y reencontrar el gusto por lo sencillo y lo cotidiano, el deseo de la interioridad que los valores del Reino nos proporcionan... El Espíritu de Dios en el momento de su elección, te ha concedido su favor, le da la gracia para la misión que va a realizar... porque Dios quiso ser carne de su carne y sangre de su sangre... Maria fue la que educó a Jesús... cuando Jesús fue diciéndonos como era el Reino, era porque antes lo había aprendido de Maria... Ella le enseñó a mirar a la humanidad... Maria pronuncia un cántico, en el que nos enseña todo lo que los pobres de Yahvé habían creído: Dios es un Dios que salva... un Dios que viene a invertir todos los valores, que nos enseña a mirar de otra manera, a hablar de otra manera, a rezar de otra manera... valorando lo que los demás no valoran y dejando que caigan quienes otros levantan...
Nazaret es el momento de vivir con hondura la soledad. No hablo de una soledad física, sino de la soledad interior, de la metafísica. Da la sensación de que Dios había descorrido para Maria la cortina del infinito, y, luego, la había abandonado en la vulgaridad del tiempo de los hombres.
Nazaret es el momento de la fe como capacidad para soportar dudas. Dudas, preguntas, cientos de preguntas que nunca encontraban respuesta en el corazón de Maria. Aquella espada que un día, ya lejano, anunció Simeón, iba ahondando en su alma, al ver como su hijo aparecía como salvador de algunos y condenación de muchos.
Nazaret es el momento de encontrar la santidad en la aceptación de la oscuridad de la fe. El FIAT no había sido una frase, ni una entrega de un momento. Treinta años implacables fueron estirando el alma de Maria y haciendo que la plenitud de gracia del primer día fuera de hora en hora mas ancha y mas honda.
Nazaret es el momento del crecimiento del Reino. Los recuerdos que ella conservaba en su corazón no estaban en él como joyas en un joyero, sino como las semillas bajo la buena tierra; crecían, se desarrollaban, daban el ciento por uno.
Nazaret es el momento de estar atentos a la escucha... a escuchar lo que nos dice la vida a nuestro alrededor. Estar atentos a tomar en cuenta en forma muy especial y preferente las necesidades de los más débiles, de los que son marginados y despreciados, de los que todo lo necesitan y casi no tienen voz. Estar dispuesto a pasar por la vida tratando de descubrir las necesidades de cariño de todos los que nos rodean y las necesidades de libertad y justicia tanto de los que tenemos cerca. Querer ser, en todos los ambientes, receptores de los profundos anhelos de vida que nuestro Dios suscita y promueve abundantemente, en forma siempre novedosa en este convulsionado tiempo nuestro.
Nazaret es el momento de acoger, "re-cordar" y discernir... Acoger en el corazón lo escuchado, percibido y vivido, sin rechazar lo que nos descoloca, asusta o molesta. Luego, "re-cordarlo", es decir, volver a pasarlo por el corazón, para sentirlo en profundidad y poder entonces discernir mejor hacia donde apuntan las fuerzas de vida, de generosidad y de creatividad escondidas en toda relación y en todo acontecimiento.
Nazaret es el momento de atreverse a dar los pasos necesarios para responder a la llamada y para ser fieles a la "encarnación" y al crecimiento de esta semilla de nueva vida que nos ha sido regalada a coda uno por nuestro Dios.
Nazaret es el momento de la encamación. Dejar que Dios se encarne en nosotros. Abrir los ojos para encontrar en el otro al Dios encarnado.
Nazaret es el momento de descubrir que Dios irrumpe en la vida y la colma de sentido, como expresó Maria en el Magnificat
Que el ESPÍRITU nos ayude a un nuevo nacimiento, a una nueva manera de saber, mirar, pensar, juzgar, sentir y actuar, que es la misma manera de su HIJO JESÚS, al que ella ayudó a crecer y llenarse de gracia. Aprendamos a mirar desde esta perspectiva a las personas con las que convivimos o trabajamos. Con Maria necesitamos ser creyentes: unificando nuestro ser, más allá de las apariencias. Nos sentamos junto a ella para escucharla y hablar con ella de las dificultades de nuestra FE y de nuestras oscuridades y dudas y le decimos que, como ella, tengamos un corazón parecido al suyo, que Ella nos contagie su capacidad de ir y venir por la vida... Que la PALABRA nos vaya dando la sabiduría de saber vivir en lo cotidiano, con la gente sencilla.
Con Ella queremos contestarnos las preguntas que a veces no tienen respuesta, y desde Ella aprendemos a mirar la vida de otra manera... junto a Ella siempre hay un lugar de descanso para nuestras inquietudes... Ella es quien nos cura nuestras fiebres de eficacia... Con Ella sabremos callar las tentaciones de querer dominar y por Ella sabremos soportar la monotonía del trabajo diario. Acostumbrémonos a ser como Maria, que vivió en la oscuridad de lo cotidiano, desde el trabajo anónimo en una aldea perdida, para saber acompañar a Jesús, acompañando a los hombres y mujeres de hoy: Desde Belén hasta Jerusalén, pasando por Galilea... que es lo mismo que decir: metamos a Maria de Nazaret en la vida cotidiana, para encontrarnos con Jesús...
En Nazaret podemos recuperar a Maria porque allí la encontramos sin pedestal, ni hornacinas, sino calzada con sandalias recorriendo coda día los quehaceres de la casa; la vemos ir a la fuente, limpiar, hilar...,
Nazaret es como la casa materna de Maria, allí donde podemos recobrar y reencontrar el gusto por lo sencillo y lo cotidiano, el deseo de la interioridad que los valores del Reino nos proporcionan... El Espíritu de Dios en el momento de su elección, te ha concedido su favor, le da la gracia para la misión que va a realizar... porque Dios quiso ser carne de su carne y sangre de su sangre... Maria fue la que educó a Jesús... cuando Jesús fue diciéndonos como era el Reino, era porque antes lo había aprendido de Maria... Ella le enseñó a mirar a la humanidad... Maria pronuncia un cántico, en el que nos enseña todo lo que los pobres de Yahvé habían creído: Dios es un Dios que salva... un Dios que viene a invertir todos los valores, que nos enseña a mirar de otra manera, a hablar de otra manera, a rezar de otra manera... valorando lo que los demás no valoran y dejando que caigan quienes otros levantan...
Nazaret es el momento de vivir con hondura la soledad. No hablo de una soledad física, sino de la soledad interior, de la metafísica. Da la sensación de que Dios había descorrido para Maria la cortina del infinito, y, luego, la había abandonado en la vulgaridad del tiempo de los hombres.
Nazaret es el momento de la fe como capacidad para soportar dudas. Dudas, preguntas, cientos de preguntas que nunca encontraban respuesta en el corazón de Maria. Aquella espada que un día, ya lejano, anunció Simeón, iba ahondando en su alma, al ver como su hijo aparecía como salvador de algunos y condenación de muchos.
Nazaret es el momento de encontrar la santidad en la aceptación de la oscuridad de la fe. El FIAT no había sido una frase, ni una entrega de un momento. Treinta años implacables fueron estirando el alma de Maria y haciendo que la plenitud de gracia del primer día fuera de hora en hora mas ancha y mas honda.
Nazaret es el momento del crecimiento del Reino. Los recuerdos que ella conservaba en su corazón no estaban en él como joyas en un joyero, sino como las semillas bajo la buena tierra; crecían, se desarrollaban, daban el ciento por uno.
Nazaret es el momento de estar atentos a la escucha... a escuchar lo que nos dice la vida a nuestro alrededor. Estar atentos a tomar en cuenta en forma muy especial y preferente las necesidades de los más débiles, de los que son marginados y despreciados, de los que todo lo necesitan y casi no tienen voz. Estar dispuesto a pasar por la vida tratando de descubrir las necesidades de cariño de todos los que nos rodean y las necesidades de libertad y justicia tanto de los que tenemos cerca. Querer ser, en todos los ambientes, receptores de los profundos anhelos de vida que nuestro Dios suscita y promueve abundantemente, en forma siempre novedosa en este convulsionado tiempo nuestro.
Nazaret es el momento de acoger, "re-cordar" y discernir... Acoger en el corazón lo escuchado, percibido y vivido, sin rechazar lo que nos descoloca, asusta o molesta. Luego, "re-cordarlo", es decir, volver a pasarlo por el corazón, para sentirlo en profundidad y poder entonces discernir mejor hacia donde apuntan las fuerzas de vida, de generosidad y de creatividad escondidas en toda relación y en todo acontecimiento.
Nazaret es el momento de atreverse a dar los pasos necesarios para responder a la llamada y para ser fieles a la "encarnación" y al crecimiento de esta semilla de nueva vida que nos ha sido regalada a coda uno por nuestro Dios.
Nazaret es el momento de la encamación. Dejar que Dios se encarne en nosotros. Abrir los ojos para encontrar en el otro al Dios encarnado.
Nazaret es el momento de descubrir que Dios irrumpe en la vida y la colma de sentido, como expresó Maria en el Magnificat
Que el ESPÍRITU nos ayude a un nuevo nacimiento, a una nueva manera de saber, mirar, pensar, juzgar, sentir y actuar, que es la misma manera de su HIJO JESÚS, al que ella ayudó a crecer y llenarse de gracia. Aprendamos a mirar desde esta perspectiva a las personas con las que convivimos o trabajamos. Con Maria necesitamos ser creyentes: unificando nuestro ser, más allá de las apariencias. Nos sentamos junto a ella para escucharla y hablar con ella de las dificultades de nuestra FE y de nuestras oscuridades y dudas y le decimos que, como ella, tengamos un corazón parecido al suyo, que Ella nos contagie su capacidad de ir y venir por la vida... Que la PALABRA nos vaya dando la sabiduría de saber vivir en lo cotidiano, con la gente sencilla.
Con Ella queremos contestarnos las preguntas que a veces no tienen respuesta, y desde Ella aprendemos a mirar la vida de otra manera... junto a Ella siempre hay un lugar de descanso para nuestras inquietudes... Ella es quien nos cura nuestras fiebres de eficacia... Con Ella sabremos callar las tentaciones de querer dominar y por Ella sabremos soportar la monotonía del trabajo diario. Acostumbrémonos a ser como Maria, que vivió en la oscuridad de lo cotidiano, desde el trabajo anónimo en una aldea perdida, para saber acompañar a Jesús, acompañando a los hombres y mujeres de hoy: Desde Belén hasta Jerusalén, pasando por Galilea... que es lo mismo que decir: metamos a Maria de Nazaret en la vida cotidiana, para encontrarnos con Jesús...
MUJER DE CADA DÍA (CASALDALIGA)
Mientras crece la noche, cada día, prende el Amor su llama
en tu candil de aceite desvelado, siempre igual y creciente.
El pan de tus moliendas se cuece, cada día.
bajo el fuego tranquilo de tus ojos, mientras crece también la madrugada.
La fuente de la plaza te entrega, cada día,
su limosna mientras le crece el corazón al mundo.
Como el ave del Tiempo vas y vienes,
de la casa a la calle, del Misterio al misterio,
muchas veces al día, y llevas con tus pasos el compás de las horas...
Tú sabes qué es vivir a pulso lento, sin novedad para la prensa humana.
Apenas sin distancia: la de un grito.
En esta pobre aldea que vigilan, las higueras comadres
y el centinela de un ciprés oscuro.
-¿De Nazaret va a salir algo bueno?
José viene cansado, cada noche.
Y el Niño trae el hambre entre los dedos, por undécima vez.
-¿Qué quieres, hijo?
(Las almendras se miran, asustadas de gozo,
y el plato ríe miel por todas partes).
Tú ya has dejado el huso sobre el banco dormido,
y la lana suspira blancamente.
Esta mañana has ido por retama, y te sangran las manos, en silencio,
y te huelen las manos a lejía de yerbas.
Has ordeñado luego las dos cabras sumisas, y sabes toda a leche.
Ayer vino el siroco, y te abrasó las flores.
Hoy irrumpe el simún, como una tropa de soldados romanos,
y hay que cerrarlo todo y, con la prisa, a oscuras.
Se te pierde una dracma, rescatada,
del tributo de Herodes.
Si las vecinas rompen tu retiro,
como gallinas locas, tú sonríes.
Un día nace un niño, y tú lo acunas.
Y un día muere un hombre, y tú lo velas.
En la olla inservible crece un lirio morado,
y tú riegas su lenta profecía.
Nazaret se despuebla, cuando llega la Pascua,
y tú marchas con todos.
Peregrina del Templo, con Yahvé de la mano,
con un salmo en la boca.
La ruta de Israel converge en tus sandalias.
Y los caminos múltiples del mundo
arrancan de tus pies caravaneros.
Tu corazón no para, día y noche.
Día y noche recogen sus limpios cangilones
el agua de la Vida.
Y el Verbo se hace Hombre, día y noche,
delante de tus ojos,
al filo de tus manos,
detrás de tu silencio...
Mientras crece la noche, cada día, prende el Amor su llama
en tu candil de aceite desvelado, siempre igual y creciente.
El pan de tus moliendas se cuece, cada día.
bajo el fuego tranquilo de tus ojos, mientras crece también la madrugada.
La fuente de la plaza te entrega, cada día,
su limosna mientras le crece el corazón al mundo.
Como el ave del Tiempo vas y vienes,
de la casa a la calle, del Misterio al misterio,
muchas veces al día, y llevas con tus pasos el compás de las horas...
Tú sabes qué es vivir a pulso lento, sin novedad para la prensa humana.
Apenas sin distancia: la de un grito.
En esta pobre aldea que vigilan, las higueras comadres
y el centinela de un ciprés oscuro.
-¿De Nazaret va a salir algo bueno?
José viene cansado, cada noche.
Y el Niño trae el hambre entre los dedos, por undécima vez.
-¿Qué quieres, hijo?
(Las almendras se miran, asustadas de gozo,
y el plato ríe miel por todas partes).
Tú ya has dejado el huso sobre el banco dormido,
y la lana suspira blancamente.
Esta mañana has ido por retama, y te sangran las manos, en silencio,
y te huelen las manos a lejía de yerbas.
Has ordeñado luego las dos cabras sumisas, y sabes toda a leche.
Ayer vino el siroco, y te abrasó las flores.
Hoy irrumpe el simún, como una tropa de soldados romanos,
y hay que cerrarlo todo y, con la prisa, a oscuras.
Se te pierde una dracma, rescatada,
del tributo de Herodes.
Si las vecinas rompen tu retiro,
como gallinas locas, tú sonríes.
Un día nace un niño, y tú lo acunas.
Y un día muere un hombre, y tú lo velas.
En la olla inservible crece un lirio morado,
y tú riegas su lenta profecía.
Nazaret se despuebla, cuando llega la Pascua,
y tú marchas con todos.
Peregrina del Templo, con Yahvé de la mano,
con un salmo en la boca.
La ruta de Israel converge en tus sandalias.
Y los caminos múltiples del mundo
arrancan de tus pies caravaneros.
Tu corazón no para, día y noche.
Día y noche recogen sus limpios cangilones
el agua de la Vida.
Y el Verbo se hace Hombre, día y noche,
delante de tus ojos,
al filo de tus manos,
detrás de tu silencio...
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