22 de abril de 2011

Misión y diálogo II.....

LA FIGURA DE CHARLES DE FOUCAULD

3.- Ser con Jesús, el "hermano universal"

Eso no es espontáneo y no se hace sin un largo trabajo sobre uno mismo. Cuando se observa atentamente el texto del "Reconaissance au Maroc", se constata que el joven Vizconde de Foucauld utiliza aún un vocabulario que se caracteriza por el contexto cultural recibido en su educación. Sus juicios sobre los Marroquíes, musulmanes y judíos, son, a menudo, duros y severos...

Su viaje a Marruecos se sitúa incluso en el mismo año del famoso discurso de Ernest Renán pronunciado en la Sorbona en el cual afirma, entre otras cosas, cito: "la nulidad intelectual de las razas que extraen solamente de esta religión (el Islam) su cultura y su educación"...

Sin embargo. Charles de Foucauld, ya en esta época de su vida, consiguió retirarse de la mentalidad dominante. Abrir su corazón al otro, más allá de los prejuicios de raza y religión. Observamos que tuvo verdaderos amigos marroquíes como, por ejemplo, el Hadj Bou Rhim a quien rinde homenaje en su "Reconnaissance au Maroc": "(usted) que con riesgo de su seguridad me ha protegido en el peligro, a quienes debo la vida, de quien el recuerdo lejano me llena de emoción... ¿Cómo expresarle mi agradecimiento?".

Y frecuentemente, en sus escritos, mencionará a sus amigos marroquíes con los cuales pretende conservar vínculos. Su rectitud fundamental le permitió admirar la fe de aquéllos que encontraba. En una carta enviada a su amigo Enrique de Castries, escribe: "el Islam produjo en mi una profunda convulsión. La vista de esta fe, de estos almas viviendo en la continua presencia de Dios, me hizo entrever alguna cosa más grande y de más verdadero que las ocupaciones mundanas". Estos creyentes musulmanes le ayudaron a redescubrir su propia fe...

Noto que la experiencia del encuentro del otro y el diálogo, si se llevan bien, nos devuelven a nosotros mismos, nos obligan a trabajarnos a nosotros mismos, a ponernos en la búsqueda de la verdad, en búsqueda de la mirada de Dios. Y cuando se observa atentamente el vocabulario del Padre de Foucauld, así como su comportamiento, se descubre, con el paso de los años - más concretamente después de su conversión- una evolución hacia más respeto, más aprecio verdadero para con sus hermanos del Magreb y del Sahara.

Ha debido operar -y tenemos aún a veces que hacer hoy- una verdadera purificación de la memoria para modificar su mirada sobre los otros y a sentirse y querer ser "hermano universal", como lo declaró, a partir de 1901. Una nueva fórmula, una nueva actitud, revolucionaria en esa época.

Se traduce, en señales muy simples: así pide que le llamen "hermano Carlos" o "hermano Carlos de Jesús", sin título de reverencia. Pero ser hermano universal supone más que eso, es una conversión que se debe reanudar cada día...

Insisto en el trabajo intelectual de hermano Carlos. El Señor nos pide en efecto que hagamos esta parte de camino que podemos y debemos hasta nosotros mismos, con la inteligencia que nos dio. Pero eso no basta.

Nuestro corazón también debe convertirse, abrirse al otro. Dejarse tocar, conmover, dejarse conducir, ir hacia otro y ser capaz de amar...

Las largas horas pasadas, por el hermano Carlos, delante del tabernáculo le permitieron dejarse habitar por el corazón de Jesús, dejarse transformar por él, llegar a ser hermano universal. Es observando el Cristo en la cruz, especialmente aquél que el mismo pinta sobre el tabernáculo de su capilla. Y también en la celebración del sacrificio la misa y la comunión con el misterio pascual, que poco a poco pudo abrir, su corazón a las dimensiones del corazón de Cristo.

Comprendió el amor universal de Jesús. Quiso imitarlo, se dejó transformar por él para convertirse en hermano universal. La toma de conciencia de esta exigencia de fraternidad va a conducirle a girarse en contra de las injusticias coloniales, de las cuales fue testigo. Tanto más cuando vienen de personas que se dicen cristianas y que toleran aún la esclavitud. Lo hará incluso con vehemencia:

"Desgraciados vosotros hipócritas que ponéis en los sellos y por todas partes: "Libertad, Igualdad, Fraternidad, Derechos humanos”, y que claváis los hierros de los esclavos... que permitís robar niños a sus padres y venderlos públicamente; que castigáis el robo de un pollo y permitís el de un hombre"...

El hermano Carlos no podía soportar de ver a sus hermanos del Sahara humillados, tratados con menosprecio. Se las tenía con estas personas, consideradas como "cristianas", que oscurecían el mensaje fraternal y liberador de Cristo.

Un acontecimiento, vivido algunos años después de su intuición de hermano universal, me parece muy significativo para entender esta evolución. Estamos en 1908, Carlos de Foucauld tiene cincuenta años. Se internó aún más dentro del desierto, estableciéndose en Tamanrasset. Trabaja su monumental diccionario de la lengua Tuareg. Entonces, no llueve en Tamanrasset, desde hace dos anos.

La gente vive en una gran miseria, Foucauld resume la situación en una frase brusca: "Las cabras están tan secas como la tierra y la gente tanto más que las cabras". La prueba se prolonga. Ya había distribuido a su entorno la comida y los medicamentos de los que disponía. Él mismo se debilita mucho y sufre de escorbuto. Sin embargo, se esfuerza en trabajar las once horas al día con el diccionario tuareg.

Además, se aísla mucho. Desde hace once meses, solo ha recibido dos visitas de cristianos. No tiene pues correo, ni noticias. No puede, solo, celebrar la misa. Sufre mucho...

Ni siquiera recibe ya la visita de sus vecinos, no teniendo ya nada que compartir con ellos... El cansancio se acumula... y el lunes 20 de enero de 1908, ni siquiera puede ya levantarse. Escribe entonces en su cuaderno: "Obligado de parar mi trabajo, Jesús, María, José, os doy mi alma, mi espíritu y mi vida". Se dispone a morir...

Una persona lo descubre en este estado y alerta a sus vecinos que, tomando entonces conciencia de su estado y su deber de hospitalidad, se ponen en busca las cabras por toda la región. Encuentran algunas que tienen aún un poco de leche y, en un gran impulso de solidaridad, le salvan la vida. Gracias a esta comida y al afecto que descubre, Carlos de Foucauld, en algunas semanas, recobra las fuerzas y vuelve a trabajar.

Este 20 de enero de 1908, se produjo, pienso, una toma de conciencia en este hombre, pasando hasta cierto punto, de la muerte a la vida: quería ser "hermano universal" pero, en realidad, era aún el que acogía, el que distribuía comida y medicamentos, el que era capaz de realizar un diccionario que será útil a generaciones...

Pero ahora los papeles se invierten. Es él que es acogido, es él que está en la necesidad y que recibe ayuda. No está ya en la situación del que tiene, que sabe y que da, sino en la de el que tiene necesidad de los otros y que acepta recibir...

Ese día, experimentó y probablemente comprendió mejor el sentido de la fórmula: "hermano universal". Y lo vivirá, intensamente, hasta su último día. Ser hermano, es también aceptar ser querido, recibir del otro, lo que pide mucha humildad. Es más fácil, en efecto, y más agradable dar...

El hermano Carlos acepta ahora recibir del otro una ayuda material, por supuesto, los testimonios de amistad también, pero aún más que eso...

Hemos visto lo que recibió de sus hermanos musulmanes a partir de su "Reconnaissance au Maroc"; "El Islam ha producido en mi una profunda convulsión..." La fe de estos creyentes ha producido en él un estremecimiento, lo trastornó, lo puso sobre el camino de la búsqueda de Dios. El hermano Carlos también recibió del Islam el sentido de la grandeza de Dios.

Varias veces en sus escritos, no duda en citar la expresión coránica “Allah Akbar". En la misma carta ya citada a Enrique de Castries, escribe: "Allah Akbar, Dios es más grande, más grande que todas las cosas que podemos enumerar; sólo El, después de todo, merece nuestros pensamientos y nuestras palabras". Y continua: ¡"Allah Akbar!" ¡La paz, la guerra pasan! Dios es mayor. Él que solo no pasa".

Del mismo modo, en sus escritos, menciona en varias ocasiones: "el sentimiento contínuo de la presencia de Dios", una expresión típicamente musulmán de la cual se alimenta...

El hermano Charles pues recibió, de sus hermanos musulmanes, valores espirituales que marcaron su vida. Lo sabe y lo reconoce. Se convirtió en su hermano. Aún hoy la Iglesia que está en el Magreb debe ser humilde y fraternal. No puede llegar con ideas demasiado hechas y certezas sin faltas...

Debe también aceptar recibir. Para eso, debe vivir cercana a los musulmanes, escucharlos atenta y respetuosamente para descubrir y acoger el trabajo del Espíritu que la precede. Es cooperando con el trabajo del Espíritu que puede, hoy, caminar con los hermanos de estos países, y con ellos avanzar aún más: duc en altum...

Antes de concluir, he aquí dos reflexiones que me han iluminado mucho

• La primera es el fruto de un encuentro fraternal. El padre Peyriguère, este discípulo del hermano Carlos que mencionaba más arriba, ha vivido cerca de 30 años en El Kebab, al corazón del Atlas Medio, ocupándose de sus hermanos marroquíes. Había tejido, al compás de los años, fuertes lazos de amistad con numerosas personas, pero más concretamente con el Imam responsable de la mezquita cercana a su casa.

Un día, este viejo amigo le dijo muy simplemente: "Tu eres cristiano, estás seguro de tener razón, yo soy musulmán, estoy seguro de tener razón. Pero, mira, lo importante es que nos podamos dar la mano muy fuerte, así, cuando estemos al otro lado, el que tenga razón estirará al otro...".

La fuerte amistad que los vinculaba les permitió encontrarse más allá de las certezas doctrinales bien afianzadas que podían separarlos. Convirtió los corazones disponibles. Avanzaron juntos, bajo la mirada de Dios, por la vía de la confianza. Un Dios "más grande que nuestro corazón". Más grande que nuestras ideas y nuestros proyectos.

• Después de la reflexión de un Imam, la de un Papa. Teniendo la oportunidad de participar en numerosas reuniones de la Conferencia Episcopal del Norte de África, me acuerdo que, en uno de estos encuentros que se celebraba en Roma, en el curso de un intercambio muy libre, el Papa Juan Pablo II nos dijo: "La Iglesia es el sacramento del Reino, lo que se pide a un sacramento, es que sea signo, no que sea cantidad".

Ser signo es más exigente que ser quantitat. Y el Papa repetía a cada visita: "Lo que la Iglesia vive en el Magreb es importante, viven algo de especifico que enriquece la mirada de la Iglesia".

El hermano Carlos, desde su beatificación oficial por la Iglesia, se nos propone como un modelo que debe imitarse, como un "signo". La Iglesia que está en el Magreb se acuerda de su fuerte testimonio de "hermano universal" que eligió vivir intensamente el misterio de la Visitación y Nazaret; que llevó hasta el final con la donación de su vida. Se ha elegido a otros cristianos en el Magreb para ser signo, como él, hasta el martirio. Es una gracia para nuestras Iglesias. Y cada día los cristianos, muy discretamente generalmente, se esfuerzan, con su vida, en ser signo para sus hermanos musulmanes. Esta es la razón por la que esta Iglesia no es una Iglesia del silencio como algunos se imaginan, sino más bien una Iglesia del encuentro y del testimonio.

* Tal como anuncio en la introducción, he intentado presentarles el alma nuestras Iglesias, el Espíritu que las anima. Pero deseo decir, para acabar, que los cristianos que hacen la Iglesia en el Magreb distan mucho de ser a la altura de la misión que se les confía. Los encuentros débiles o superficiales son nuestro pan de cada día; los juicios que se hacen no son siempre fraternales; y nuestros esfuerzos de conocer las lenguas, la literatura, los hábitos, la historia son a menudo beligerantes, etc. Pero, a pesar de eso, el Señor que ve los corazones, todos corazones, no solamente los que he citado, sabe que en nuestras Iglesias, las cristianas y los cristianos, habitados por Cristo, salen de su casa, van a casa de sus hermanos musulmanes y que se viven a veces encuentros maravillosos.

Esta es la razón por la que esta Iglesia puede decir, en verdad:

"Mi alma magnifica el Señor, exulta mi espíritu en Dios y en mi Salvador”. Amén

Conferencia de Cuaresma de Jacques Levrat.

Fourviére 12-3-2006

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