20 de abril de 2011

Misión y diálogo I.....

LA FIGURA DE CHARLES DE FOUCAULD
Conferencia de Cuaresma de Jacques Levrat.

Fourviére 12-3-2006

Es con una cierta emoción que me encuentro de nuevo con la Iglesia de Lyon. Es ella que me acogió, formó y envió en misión a Marruecos. Desde hace cerca de 40 anos, vivo en la Iglesia de Rabat donde descubrí el trabajo del Espíritu en un contexto cultural y religioso bien diferente de el que conocía. Pero es el mismo Espíritu que está trabajando por todas partes del mundo... Cuando la Iglesia de Lyon me ha invitado a hablarles, acepté esta demanda con alegría. En efecto, soy feliz de poder dar prueba ante ustedes de la vitalidad de la Iglesia que está en el Magreb en medio de los hermanos musulmanes. Y de compartir con ustedes sus sufrimientos, sus alegrías, y también su esperanza. No explicaré un panorama detallado de sus distintas actividades porque sería aburrido. Me propongo más bien hacerles descubrir su alma, el Espíritu que lo anima. Lo haré basándome en el testimonio del hermano Charles de Foucauld, ya que él vivió un método de misión renovado que enciende nuestra manera de ser cristiano hoy en un mundo musulmán. Y porque la Iglesia, al beatificarlo, nos lo propone como modelo,

A partir de la experiencia espiritual del hermano Carlos, desarrollaré mi reflexión en tres ejes

- La Visitación y el encuentro con el otro,

- Como Jesús, escuchar y preguntar al otro,

- Ser, con Jesús, el "hermano universal".

1.- La Visitación y el encuentro con el otro

Charles de Foucauld, después de una larga estancia en Oriente, - en la Trapa de Akbés y en Nazaret -, desembarcó en el puerto de Argel en septiembre de 1901 con un amigo monje, se queda en la Trapa de Staouéli, fundada en 1843 en la región de Argel. Allí, el Padre de Foucauld reza delante de una imagen de la Virgen que representa a Marie que lleva, dentro de ella, a su niño, una imagen rara en la tradición cristiana...

Después de una breve estancia en Argel, Charles de Foucauld se instala en Beni Abbés, cerca de la frontera marroquí. Allí, con mucho cuidado, construye una casa muy simple para vivir su fe, cerca de los habitantes de esta región, y poder acoger hermanos. Para decorar su oratorio, pinta, de sus propias manos, un cuadro representando al encuentro de María con su prima Isabel en la Visitación.

Una elección significativa, vamos a verlo. Un segundo cuadro lo completará, representando a la Santa Familia. Estas dos escenas son como un resumen de su experiencia espiritual, vivida en Nazaret, y de su encuentro con la imagen de la Virgen en la Trapa.

Están allí, cerca del tabernáculo delante del cual pasa largos momentos, cada día. Estos cuadros expresan lo que es su proyecto apostólico en Argelia: no busca ya la soledad, como en Oriente, quiere ahora dedicar su vida al encuentro del otro tomando como modelo a la Virgen en la Visitación.

Charles de Foucauld interpretará de distintas maneras este encuentro de María con Isabel en sus oraciones y sus escritos. Esta elección marcará su vida apostólica en Beni Abbés, luego en Tamanrasset. Y, después, el relato de la Visitación marcará profundamente la vida de las Iglesias del Magreb. En efecto, en estos países, los cristianos, y no solamente entre los discípulos directos de Charles de Foucauld, viven de este misterio, generalmente de una manera muy discreta. Afortunadamente, algunos de ellos han dejado huellas escritas de esta experiencia espiritual. Destaco a tres. El padre Peyriguère, por ejemplo, que ha vivido 30 años en el Atlas Medio marroquí, ocupándose de los enfermos de El Kebab y de la región, hace hincapié, en sus escritos espirituales, en la necesidad de estar habitado por Cristo, y vivir el vínculo entre sus múltiples encuentros de la vida diaria y el Visitación.

El padre Jean-Mohamed Abd-el-Jahí también. Este Marroquí, musulmán, bautizado en 1928 y ordenado sacerdote en la orden franciscana, vivió su fe cristiana en el contexto difícil de la colonización. Con gran sensibilidad, experimentó, penosamente, en su carne, la falta de respeto de numerosos cristianos con los musulmanes. Siendo profesor en el Instituto católico de París, escribirá un libro que tiene por título "María y el Islam". En la última página de este libro, escribe: "El misterio mariano que, por excelencia, debe vivirse ante los musulmanes, es el de la Visitación". Es, en efecto, para el modelo de un encuentro verdadero profundamente respetuoso con el otro...

Es también el caso de Christian de Chergé. Durante la guerra de Argelia, este soldado francés fue salvado de la muerte por un amigo argelino, guarda forestal, que se sacrificó por él. Este acontecimiento orientará toda su vida. Ordenado sacerdote, elegirá consagrarse a los Argelinos, será monje y prior de la Trapa de Tibherine y, a su vez, con sus hermanos monjes, dará su vida por este país. Él también meditó mucho y escribió sobre el Misterio del Visitación y el sentido de la presencia cristiana en el mundo musulmán. Entre sus textos sobre este tema, he aquí un fragmento de la homilía que pronunció en la fiesta de la Visitación, el 31 de mayo de 1993:

"La Iglesia vino en este país para una urgencia de servicio, o de presencia... Como María, lleva con ella al Emmanuel. Es su secreto. No sabe cómo decirlo. ¿Ha de decirlo? Y he aquí que a menudo, es el otro - el musulmán - que toma la iniciativa de saludar, como Isabel hablando la primera con la libertad del Espíritu del cual sabemos todo lo que puede manifestar de comunión profunda, más allá que todas las fronteras y diferencias. Entonces sale en nosotros también, una oración irresistible, la de un Magnificat."

Estas pocas frases iluminan la misión de la Iglesia en el Magreb: como María, se pone en marcha, va al encuentro del otro con un espíritu de servicio. El encuentro se hace en casa del otro, como pasa con Isabel. La Iglesia debe pues hacer el camino que la conduce al otro. Y, como María, lleva en ella un misterio, está habitada por la presencia divina, un misterio que la sobrepasa y que debe vivir en el silencio y la contemplación... María, en camino, debía preguntarse que iba a decir a su prima, cómo explicarle lo que le pasaba. No tenía palabras para decirlo...

La Iglesia, tampoco, no tiene las palabras para expresar el misterio que vive. ¡Será siempre inexpresable! Cuando las dos mujeres se encuentran, una emoción muy intensa les estremece. Un estremecimiento de alegría que viene de los niños que llevan dentro, están sobrepasadas hasta cierto punto por el acontecimiento...

María no dice nada, es Isabel que habla. En realidad, es el Espíritu que habla por ella, que le ayuda a encontrar las palabras que dan sentido. María se expresará a su vez. Es una oración de alabanza, de acción de gracias que brota de su corazón: "Mi alma exalta al Señor y mi espíritu se llena de alegría en Dios mi salvador".

María era impulsada por el deseo de servir, un servicio bien concreto. Pero, porque está habitada por Cristo, el encuentro tomó una nueva dimensión, más allá de lo que podía imaginar...El corazón de la misión está aquí. Debo ir hacia el otro, a encontrarlo en su propio terreno, ponerme a su servicio. Y, si estoy habitado realmente por el Cristo, el encuentro alcanzará una plenitud que me sobrepasa y del que debo dar gracias.

Así pues, poco a poco, la Iglesia descubre que en la misión, lo que es primero, no es la conversión del otro, sino nuestra propia conversión. Debe vivir, simplemente, humildemente, el misterio que la habita. No tiene que imponerse. Debe sobre todo velar para no estorbar a Aquel que la vive ni el trabajo del Espíritu. Comprendo que lo que importa, no son mis palabras, sino las del otro, ya que me dicen lo que él vive, lo que lleva en él de humanidad, de proyectos, de esperanza...

Es lo que debe atraer mi atención, lo que debo escuchar y acoger. A partir de eso, si el contexto es favorable, podemos dialogar más, ir avanzando...

Tenemos, en efecto, cosas que decimos de nuestras experiencias espirituales. Christian de Chergé a menudo ha comentado este evangelio del Visitación para descubrir su riqueza y vivirlo con sus hermanos, en la Iglesia. Este año más concretamente, nosotros debemos acordarnos de este testimonio de nuestros hermanos monjes.

En efecto, murieron hace diez años. Era el 26 de marzo de 1996, inmediatamente después de la fiesta de la Anunciación y 56 días más tarde, el 30 de mayo, en la víspera de la fiesta del Visitación, sus cabezas se encontraron...

Vivieron durante 56 días una vida ocultada, de los que no se sabe nada, un tiempo de maduración, de gestación, que preparaba su verdadero "nacimiento", su encuentro con el Señor.

Su sacrificio es ciertamente la señal más fuerte que haya sido dirigida por las Iglesias del Magreb a nuestros hermanos musulmanes. Nos muestra que la parte fundamental de la misión no es tanto lo que podemos hacer o decir, sino nuestra calidad de vida, nuestra calidad de ser, nuestro amor ilimitado.

Se situaron simplemente como "hombres de oración en medio de hombres de oración". Estaban habitados por el Cristo, su muerte hizo estremecer hasta el fondo, aquellos que venían a visitar...Su sacrificio y el otras hermanas y hermanos cristianos - conocidos y desconocidos - es un don de Dios a nuestra Iglesia.

Hay también una luz que da sentido al sacrificio de numerosos cristianos que, cada día, humildemente, discretamente, dedican su vida al servicio de sus hermanos musulmanes. Charles de Foucauld tuvo, ante sus ojos, en su capilla, el cuadro del Visitación. De encuentro en encuentro, preparó el encuentro con su "Bien amado Señor Jesús". Él que gustaba de repetir: "vivir hoy como si debiera morir esta noche, mártir". Mostró y abrió este camino.

2.- Como Jesús, escuchar y preguntar al otro.

María, después de su encuentro con Isabel, ya lo hemos observado, escuchó las palabras pronunciadas por ésta. Estuvo atenta a lo que brotaba del corazón de su prima. Esta actitud corresponde a la que el mismo Jesús practicó y enseñó. En efecto el primer gesto público de Jesús, explicado por el Evangelio, se sitúa en Jerusalén, cuando, a los 12 años, se encuentra en medio de los doctores.

Ahora bien, nos dice el texto: Jesús está allí, "escuchándolos y preguntándolos". Jesús no comienza por enseñar, por decir a sus hermanos humanos que deben hacer...

Está allí, en una actitud de recepción, disponibilidad, escucha respetuosa: "suave y humilde de corazón". Escucha. Pregunta también. No como un funcionario que debe informarse, sino como un enamorado que quiere saber lo que vive el corazón del otro, que pretende comprenderlo, que quiere descubrir lo mejor del otro. Jesús ha consagrado el tiempo más largo de su vida a escuchar. Quería conocer su pueblo, sus miserias por supuesto, y también sus alegrías, su esperanza...

A continuación, solo a continuación, hablará. ¡Lo hará incluso con autoridad, ya que sabe lo que hay en el corazón del hombre! En esta época, no se hablaba aún de diálogo... Pero sabemos hoy que esta actitud de escucha respetuosa es la primera condición. Uno de los objetivos de! diálogo es, en efecto, descubrir lo que hay de bueno en el otro. Y, a partir de lo mejor, es posible intercambiar, compartir, enriquecemos mutuamente con nuestras experiencias espirituales. Ahora bien, podemos observar que Charles de Foucauld dedicó mucho tiempo a la escucha y al descubrimiento del otro. Ya, en su "Reconocimiento en Maruecos"- una "visita" de carácter científico -, por razones prácticas, había elegido ponerse en una situación de silencio. Al principio de su viaje, hablaba bastante mal el árabe dialectal y muy poco el berber. Y sobre todo, disfrazado en judío, no quería hacerse reconocer.

Este silencio, obligado hasta cierto punto, le permitió observar muy atentamente el país y a sus habitantes. Es probablemente una de las razones de la calidad científica de su trabajo. Un trabajo que continúa siendo una obra de referencia sobre Marruecos de final del siglo XIX.

Años más tarde, cuando Charles de Foucauld vuelve al Magreb, es por amor a sus amigos tuaregs que quiere conocer su lengua y su poesía, que los escucha y los pregunta detenidamente. Hace allí aún, un trabajo científico de gran cualidad: un diccionario de lengua tuareg de más de 2.000 páginas manuscritas y las recopilaciones de poesía berber. Sus motivaciones habían evolucionado.

No tenía ya que salir de los problemas personales en los cuales aún estaba metido, en tiempos de su "Reconnaissance au Maroc"; había adquirido una gran libertad interior, una nueva capacidad de amar, de escuchar y preguntar. Aquellos trabajos saharianos son una expresión de su respeto por una cultura en la que reconoce, y quieren hacer conocer, las calidades, el valor. Son, por eso, una señal de su amor, de su deseo de conocer mejor a las personas para, según sus propias palabras, "convertirse uno de entre ellos"; como Jesús, por su Encarnación y su vida a Nazaret, pasó a ser uno entre nosotros.

La calidad de estos trabajos científicos en realidad, aún hoy, los hace un instrumento indispensable para conocer la lengua y la poesía tuareg que expresa el alma profunda de este pueblo. Un alma preparada para estremecerse, si se la descubre.

En la actualidad, en el Magreb, entre otras formas de presencia, cristianos trabajan en centros de estudio, bibliotecas, para descubrir las distintas culturas de esta región, y para ponerse al servicio del desarrollo de los hombres. Estos centros culturales son lugares de encuentro privilegiados entre cristianos y musulmanes. Encuentros que se sitúan, deliberadamente, a nivel cultural, en el humanismo. No hay un humanismo sectario, pero abierto a intercambios sobre lo que da sentido a la vida, un humanismo disponible a intercambios en el ámbito religioso. Hago hincapié en esta dimensión humanista porque demasiado a menudo, me parece, se aborda a los Magrebíes poniendo sobre ellos la etiqueta "musulmán".

Una etiqueta religiosa que funciona como un marco o un disfraz que no permite entender la riqueza y la complejidad de su historia, su vida social, su personalidad. En estos centros de estudio, tenemos como objetivo de encontrar al otro con toda su riqueza cultural. Una cultura que incluye una dimensión religiosa, ciertamente, pero a la cual no se la puede nunca reducirlo. ¡Es más que eso!

La escucha del otro, acogerlo de tal como es, pide también que sepamos tomar el tiempo necesario para el encuentro y respetar las etapas. Tomando modelo de la paciencia divina: "Mil de años son para El como un día". Ya que Dios trabaja el corazón del hombre en profundidad, a lo largo del tiempo.

Cuando tengo la tentación de quemar etapas, pienso en el episodio del evangelio de Marcos que necesité tiempo para comprender. Jesús, nos dice el texto, para viajar al país de los Gerasenos, tuvo que cruzar el lago para llegar a la otra orilla. Durante la travesía sufre una fuerte tormenta, ir hacia los paganos remueve siempre muchas cosas. Allí, encuentra un hombre "poseído de un espíritu impuro". Jesús lo libera de este espíritu astuto, y, después de un momento pasado con él, Jesús se prepara para volver a salir y se incorpora a su barca. En ese momento, el Geraseno manifiesta el deseo de seguirle. Pero Jesús, viendo sus buenas disposiciones, le propone otro programa, le dice: "Ve a tu casa, con los tuyos, y explícales lo que el Señor ha hecho en ti y como se ha compadecido de ti" (Mc 5.19). Este hombre, si hubiera seguido a Jesús, habría podido ser testigo de su muerte, su resurrección, los dones del Espíritu, en una palabra de la plenitud del misterio pascual... Pero Jesús lo devuelve a los suyos y le da una misión: dar testimonio de su curación y este encuentro que acaba de vivir... Lo mismo sucede con nosotros que debemos vivir el momento presente, con alegría, gratuidad, disponibilidad: el futuro sigue estando abierto, está en las manos de Dios.

Cuando Charles de Foucauld llegó al Magreb, tenía prisa en proclamar toda la Buena Noticia y bautizar... Pero, poco a poco, la escucha atenta de las personas entrevistadas y los años de estudios le han permitido conocer mejor al otro tal como es, con su historia y sus riquezas.

El otro es un hermano, y es trabajado por el Espíritu. Debo encontrarlo, pero debo también respetar su propio camino espiritual hacia Dios. Ya que, como dice el profeta Isaías: "vuestros pensamientos no son mis pensamientos, y mis caminos no son vuestros caminos" (Is.55,8).

Por ello Charles de Foucauld aprendió a vivir como "hermano universal".

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