1 de enero de 2011

Solemnidad de Santa María madre de Díos

EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 2,16-21.

Fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre.

Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño,y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores.

Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.

Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Angel antes de su concepción.

Comentario de San León Magno, papa y doctor de la Iglesia

6º sermón para Navidad, 2,3, 5

María, Madre de Dios, Madre del Príncipe de la Paz (Is 11,5)

La fiesta de Navidad renueva en nosotros los primeros instantes de Jesús, nacido de la Virgen María. Y nosotros, al adorar el nacimiento de nuestro Salvador, celebramos nuestro propio origen. En efecto, el pueblo cristiano comienza en el momento de venir Cristo al mundo: el aniversario de la cabeza es el aniversario del cuerpo.

Ahora bien, entre los tesoros de la generosidad divina ¿podemos encontrar algo más de acorde con la dignidad de la fiesta de Navidad que la paz proclamada por el canto de los ángeles en el nacimiento del Señor? (Lc 2,41).

Porque es la paz la que engendra hijos de Dios, la que favorece el amor, la que hace nacer la amistad, la que es el descanso de los bienaventurados, la morada de la eternidad. Su obra propia, su particular beneficio es unir a Dios los que ella separa del mundo...

Puesto que, los que «no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano» sino que «nacen de Dios» (Jn 1,13) deben ofrecer al Padre la voluntad unánime de hijos constructores de paz. Todos los que, por adopción han llegado a ser miembros de Cristo, deben acudir presurosamente y encontrarse junto al primogénito de la nueva creación, el que ha venido «no a hacer su propia voluntad, sino la voluntad del que lo ha enviado (Jn 6,38).

Los que la gracia del Padre adopta como herederos no están divididos o en contraste entre ellos sino que tienen los mismos sentimientos y el mismo amor. Los que son recreados según la Imagen única (cf Hb 1,3; Gn 1,27) deben tener un alma que les asemeje. El nacimiento del Señor Jesús, es el nacimiento de la paz. Tal como lo dice san Pablo: «Él es nuestra paz» (Ef 2,14).

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