27 de marzo de 2010

Domingo de Ramos

Lectura orante del Evangelio: Lucas 23,1-49
Domingo de Ramos
“De la Pasión y vida de Cristo es de donde nos ha venido y viene todo bien”

(Libro de la Vida de Santa Teresa)

‘¿Qué mal ha hecho éste?’ ¿Por qué expulsamos de la tierra a quien siempre ha tenido tiempo y ternura para todos nosotros? ¿Por qué dejamos sin palabras a quien siempre tuvo palabras de amigo por los caminos? ¿Qué mal ha hecho el que solo sabe amar? ¿Qué mal ha hecho el que nos ha abierto su corazón como una fuente para que todos sacien su sed? ¿Qué mal han hecho tantas víctimas pisoteadas y humilladas en toda la tierra, cada día? ¿Qué mal han hecho las víctimas? ¿Cuándo entenderé, Señor, que sufres con nosotros? ¿Cuándo entenderé tu amor, tan increíble?
Pidiendo a gritos que lo crucificaran. Del ‘Hosanna al Hijo de David’ al grito seco y coreado de ‘crucifícale’, no hay más que un paso. Aires de triunfo y fiesta en una mañana de ramos, abajamiento de Jesús al atardecer, convertido en uno de tantos crucificados. Y en contraste con las voces humanas, que lo insultan y se burlan de él, Jesús calla; su silencio revela su amor hasta el extremo. Los injustos se juntan en la injusticia, mientras Jesús vive su injusticia en la dignidad de su silencio. Y yo, ¿qué? ¿Te he dejado caer en el olvido o te he proclamado Señor?
Lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Crucificado por amor a nosotros. Silenciado por amor a nosotros. Expulsado de la tierra por amor a nosotros. Y sin embargo, desde la cruz, abierto a comunicar la misericordia y a decir palabras de aliento a los que están crucificados con él. Jesús, tu fuente no se agota. Tus manos abiertas nos abrazan a todos con misericordia.
‘Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu’. El abandono total de Jesús en las manos de su Padre llena de sentido el tiempo de la oscuridad y de la aparente lejanía de Dios. La muerte de Jesús queda sellada con una oración llena de abandono confiado. Así queda enterrado el grano de trigo en medio de la tierra, así quedan sembrados el amor y la entrega en el ruido del odio. Cuando contemplo a cualquier crucificado, me encuentro contigo. Cuando miro a los crucificados, te miro a Ti.
‘Realmente, este hombre era justo’. En el misterio de la debilidad de un Dios crucificado, percibe un centurión romano el aroma de la justicia y de la verdad. Unas mujeres lloran la injusticia, como en tantos lugares de la tierra. Y María, la Madre, que se dejó hacer por la palabra creadora, espera ahora en el silencio tan cargado de amor de su Hijo. El grano de trigo empieza a dar fruto. Mi beso a ti, Señor Jesús, es el compromiso de consolar, de animar, a los que viven con la cruz a cuestas.
CIPE – marzo de 2010

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