5 de marzo de 2009

Sor María

El Basurero de Empalme es un barrio toba de la ciudad de Rosario, en Argentina, con los problemas de toda villa miseria de ese país: delincuencia, drogadicción y una pobreza lacerante. Desde hace años, una misionera franciscana se las ingenia para devolver la esperanza a sus habitantes Dicen las notas periodísticas que el lugar provoca escalofríos para quien se adentra en él por primera vez. La descripción que se hace puede lastimar la sensibilidad de la gente, porque es difícil imaginar tal concentración de pobreza en la segunda economía de Sudamérica, pero la realidad es que el Basural de Empalme es una villa miseria de mayoría indígena toba que se encuentra en la ciudad de Rosario, provincia argentina de Santa Fe.
La mayor parte de las viviendas se levantó con tablas y cartones. Las calles de tierra se convierten en lodazales cuando llega la época de lluvias y permanecen intransitables por meses. El lugar está infestado de ratas, moscas y cucarachas, que pululan sobre excremento y desechos de todo tipo.Y no es para menos. El nombre del barrio describe a la perfección el uso que las autoridades ediles de la ciudad le dieron al sitio.
El Basural de Empalme recibe las inmundicias de gran parte de la ciudad, porque es eso: un basurero. El barrio se erigió por la necesidad de los pobres de recolectar desechos reciclables para comercializarlos por algunos centavos. En un lugar así la delincuencia y la drogadicción hallaron el perfecto caldo de cultivo para reproducirse.
Con tanta carencia, riesgo e inmoralidad no resultó extraño que sus habitantes hubieran empezado a perder la fe, pero para su fortuna, una singular persona hizo su aparición por el lugar y se impuso la misión de devolver la esperanza a los cientos de necesitados, en una historia de servicio y amor al prójimo que apenas comienza.
María Jordán Avaroma nació en Santa Cruz de la Sierra el 21 de mayo de 1949 y a los 18 años comenzó su vida religiosa junto a las hermanas Franciscanas en Roma (Italia), donde realizó estudios superiores y vivió por más de 20 años, dedicándose a la enseñanza en las escuelas de su congregación.
En la capital italiana, Sor María desarrolló una intensa actividad. Desde la dirección de un jardín de infantes, pasando por la pastoral universitaria y formación de coros de adolescentes, hasta la creación de grupos misioneros.
Su dinamismo no pasó inadvertido para la congregación franciscana. Así, en 1985, fue enviada a la ciudad de Cascabel (estado de Paraná, Brasil), donde fundó un centro para menores necesitados. Tras algunos años en Roma, en 1993 regresa a Mato Grosso para trabajar con drogadictos y pandilleros de las "favelas" más pobres de la ciudad de Corumbá. Allí sentó las bases de un hogar de recuperación para niños desnutridos, pero antes de que el proyecto fructificara, fue llamada a Roma nuevamente.
Finalmente, su congregación le encomienda una nueva misión, esta vez en Argentina, adonde llega a mediados de 1994.
“Llegué a un barrio "carenciado" (necesitado) de Rosario, más o menos pobre, para trabajar en el ámbito parroquial, en la escuela del lugar. Pero un día, a pedido de una señora, llegué a Empalme. Es un barrio marginal muy grande y pobre, que al lado tiene un inmenso descampado donde se practica el "cirujeo" (recolección de materiales reciclables entre la basura arrojada) y tienen sus viviendas muchas personas que llegan desde el Chaco argentino”, relata la religiosa.
Su primera impresión del Basural de Empalme fue acongojante, como ella misma la califica. Sor María observó la pobreza del lugar, las casuchas de cartón con toldos que dejaban pasar el viento como techo y sostenidas por unos palos. “Fue terrible tanta miseria que vi. Pregunté cómo era que esa pobre gente estaba instalada allí y me dicen que son indígenas del Chaco. Hay una Argentina que no se conoce y está en el Chaco, en Corrientes y Formosa, de donde sale mucha gente extremadamente pobre para ir a instalarse a los cinturones de las ciudades grandes como Buenos Aires y Rosario. La gente llega a las ciudades con esperanza de días mejores, pero sólo engrosa las villas miseria tratando de sobrevivir”, señala.

Allí, en pleno albañal, la Hna. María Jordán no puede creer que haya tanta indigencia. Recorre las callejuelas y nota el alto grado de desesperación de los pobladores, muchos de los cuales visten harapos y están con notorios problemas de salud. A la religiosa se le estruja el corazón cuando constata el alto número de criaturas que habitan en medio del vertedero, que conviven con la podredumbre, que crecen junto a la contaminación.
Decidida, la hermana franciscana renuncia a su trabajo de enseñanza en la escuela a la que fue destinada y decide poner manos a la obra para mejorar las condiciones de vida de los habitantes del Basural.
Lo primero que hizo Sor María fue involucrar a la sociedad rosarina en el tema. Según la religiosa, la impotencia frente a la amarga realidad de los residentes del Basural la hizo decidirse por buscar ayuda de cualquiera que tuviese la voluntad de aportar con su grano de arena. “Todos los cristianos bautizados están llamados a dar un testimonio de su fe, pero no es sólo decir "yo creo en Dios y voy a misa". También es decir "yo hago de esta vida, que Dios me ha dado, un servicio a quien no tiene, no sabe y no puede". Es decir, ponerse a disposición del que lo necesite, del más pobre”, expresa la religiosa con fe que contagia.
El llamado fue contundente y efectivo. La gente de la provincia, al conocer las grandes necesidades de esta villa miseria, comenzó ayudando a la Hna. con lo poco o mucho que disponía.
Así nació la Estación Misionera Franciscana de María Madre de la Esperanza, que empezó sus actividades con el trabajo voluntario de estudiantes universitarios que ayudaban a las personas, recogían a menores desnutridos, acompañaban a los ancianos al hospital o, simplemente, enseñaban nociones básicas de higiene y otras cosas a los indígenas del lugar.
Con el paso de los días, se construyó un centro de recuperación de niños desnutridos. La pobreza y la contaminación afectaban sobremanera a los pequeños del vertedero, pero gracias a la atención médica especializada y gratuita que brindaron profesionales rosarinos, los menores se recuperaron muy bien.
Además de ello, Sor María consigue medicamentos variados para "montar" una posta de atención a personas de todas las edades. Los problemas de salud comienzan a disminuir, aunque ni por asomo ello signifique la desaparición de las severas enfermedades que afectan a los pobladores.
Para combatir la delincuencia y la drogadicción, la religiosa organiza un huerto comunitario, para que niños y jóvenes adictos dediquen su tiempo a una actividad productiva. El proyecto resultó en un motivo de alegría para los menores, que sintieron la satisfacción de ver los frutos de su laborioso trabajo.
También se construye el Taller de los Oficios, para enseñar albañilería, carpintería y herrería a los jóvenes y adultos interesados, al mismo tiempo que universitarios voluntarios comenzaron con la alfabetización de mayores.
“Es una alegría ver a personas de 30, 40 y 50 años acudiendo con su cuaderno a las clases para aprender a leer y escribir. Igual, cuando vemos a jóvenes que no han conocido más que pobreza y delincuencia, aprendiendo algún oficio para ganarse la vida honradamente. Aunque tampoco todo es perfecto. De 40 chicos, rescatamos a ocho. Es más fácil trabajar con los de menor edad, porque los mayores ya están muy acostumbrados a esa vida”, reconoce Jordán.
A pesar de todo, las labores siguen sin prisa ni pausa. Ahora el trabajo de la Estación Misionera también se ha trasladado a la zona misma del Chaco argentino. Allí, en el ingreso al "impenetrable" (así denominan a esta región en el vecino país) se instaló un centro de atención en salud, para ayudar a las personas de la etnia toba cuando acuden en búsqueda de cuidados médicos. “El apóstol Santiago, en una de sus cartas, dice: "Muéstrame tu fe sin obras, que por mis obras te mostraré mi fe”. No es necesario hacer grandes proyectos, pero veo que siempre se necesita hacer algo más. Por ejemplo, cuando llega una mujer con su hijo desnutrido en brazos, no basta con sólo darle el pan, sino preguntarle cómo está, dónde vive y por qué está su nene en esas condiciones. Jesús dice: "Vine para que tengan vida en abundancia"… pero en el fondo ¿qué es la vida? Es un don de Dios al cual estamos todos llamados a vivirla, pero con dignidad”, manifiesta. Ella, sin duda, está devolviendo la dignidad a los necesitados del Basural de Empalme
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