27 de febrero de 2009

La experiencia del desierto

PARA MEJOR VIVIR NUESTRO PROPIO NAZARET
1. La imagen del desierto se asocia a un tiempo de soledad donde los apoyos cotidianos desaparecen enfrontándonos con nuestra propia realidad. El desierto nos fascina. Es el lugar por excelencia del despojo supremo. Es un lugar necesario para la construcción de la propia persona, espacio de purificación y de abandono, lugar de las pruebas. Según las enseñanzas bíblicas ir al desierto no significa desertar de nuestra época, sino camino de tránsito hacia la tierra prometida.
Por eso los grandes espirituales de los primeros siglos de la Iglesia han reflexionado más sobre los “desiertos interiores” que sobre los desiertos geográficos. Entonces, es verdad que hay que pasar por el desierto, que también puede ser geográfico, pero especialmente es interior, hay que recogerse, hay que hacer silencio, para tomar conciencia de la Presencia Amorosa de Dios que nos llama y que nos da una vocación, una misión, para vivirla en nuestro propio Nazaret.

2. Debemos matizar cuando decimos “ir al desierto”, “hacer desierto” o “tiempo de desierto”. El común denominador de estas expresiones es la palabra “desierto”, que se podría definir como “lugar inhóspito donde no hay nada. Y en esto está su grandeza. Es necesario pasar por el desierto, por esa “nada”, despojarse de todo lo superfluo para permanecer en lo esencial. En principio tota la vida es oración.
Podemos y debemos rezar en toda ocasión. Pero cuando decimos “un tiempo de desierto”, queremos decir “un tiempo destinado solo a Dios”, para entrar en la órbita de su amor y poder llegar a ser uno mismo dentro del misterio de Dios. Cuando nos adentramos por este camino, vamos de sorpresa en sorpresa, ya que en el silencio interior se alumbran grandes cosas.

3. ¿Es necesario este silencio interior? En el silencio nos autodescubrimos, vemos con mayor claridad nuestra propia vida, lo que hacemos y lo que dejamos de hacer, la calidad de nuestra existencia y lo que Dios y el prójimo espera de nosotros. El silencio condiciona el equilibrio de la existencia y su crecimiento.
El silencio es como un pedagogo que nos enseña, en primer lugar a escuchar nuestra conciencia para conocernos mejor y poder así orientar nuestra vida; en segundo lugar, nos enseña a escuchar a los hermanos que nos enriquecen con su diversidad y así los vamos queriendo cada vez más, y, finalmente, en tercer lugar, a escuchar a Dios que nos habla en lo más profundo de nuestro ser para comunicarnos su propia vida.
Si nos fijamos podríamos cambiar la palabra desierto por la de silencio. Entonces podemos afirmar: “Tiempo de silencio”, es decir lugar donde se combate contra las fuerzas del mal que anidan en nuestro propio interior; lugar de la purificación, y lugar donde adentrarse en el misterio de Dios.

4. Dentro de la familia espiritual del hermano Carlos de Foucauld existe, como tradición esencial, siempre según las circunstancias, el hacer un tiempo diario de adoración eucarística; realizar una jornada de desierto; una semana de retiro o un mes de Nazaret.
Pongo a vuestra consideración, por su importancia y su actualidad, lo que el hermano René Voillaume nos propone en su libro Por los caminos del mundo sobre las “Fraternidades de desierto”, para que pueda suscitar nuestra capacidad creativa y consolidar también las experiencias positivas hechas hasta el momento a la búsqueda de nuevas formas para nuestro tiempo, como son los lugares de “desierto” que las distintas fraternidades de hermanas y hermanos de Carlos de Foucauld tienen en España, como Farlete, Guadalupe, “El monte de la Paz” en Murcia, o la Comunidad de Jesús en Tarrés.
Dice así el hermano René Voillaume: “El padre Foucauld redactó sus primeras reglas, la de los Hermanos de Jesús, en 1896, y la de los Hermanos del Sagrado Corazón, en 1899, refiriéndose a un concepto de la vida de Nazaret muy separada y silenciosa. Este concepto respondía a una necesidad sentida por él durante ese período de oración solitaria que fue su vida en la Trapa y en el convento de las Clarisas de Nazaret.
Aun cuando la vida de sus hermanos haya sido concebida por él con arreglo al tipo clásico de una vida comunitaria, en el fondo desea que vivan como solitarios; de ahí el nombre de Eremitas del Sagrado Corazón con que les llamó algún tiempo: “Se consideran como solitarios, aun viviendo varios juntos, a causa del gran recogimiento en el que transcurre su vida” (C. FOUCAULD, Reglamento de los Hermanos del Sagrado Corazón, 1899).
Más tarde, en Beni-Abbés y en Tamanrasset, cuando el hermano Carlos de Jesús tenga a la vista realizar la vida de Nazaret viviendo en íntimo contacto con las gentes del país, buscará la soledad con intervalos, bien sea en sus ermitas, bien sea en el curso de sus viajes a través del desierto. También los hermanos están llamados, a causa de su misma vocación para la vida de Nazaret, a vivir periódicamente en el desierto, especialmente en ciertas ocasiones; por ejemplo, en el transcurso de su formación, o a intervalos regulares durante su vida entre los hombres, y también en la época de estancias más o menos prolongadas, sobre todo para aquellos hermanos que se sintieran interiormente llamados por Dios, con miras a una oración de intercesión más urgente dentro de la línea misma de su vocación, que les destina a ser redentores con Jesús.
Las fraternidades en el desierto parecen responder, por tanto, a una doble necesidad de los hermanos: la de una iniciación progresiva a la oración contemplativa dentro del marco de una vida de Nazaret más solitaria, iniciación que se efectúa principalmente en las fraternidades de noviciado; y la de una vida de adoración y de intercesión, cuya intensidad requiere como de sí misma lo absoluto del desierto.
Es a esta última necesidad a lo que responden, sobre todo las fraternidades de desierto propiamente dichas. Es con la intención de mantener este ritmo de oración solitaria por lo que las fraternidades, y especialmente las establecidas en aglomeraciones urbanas y dedicadas al trabajo, deben establecer en los alrededores inmediatos una ermita que ofrezca las condiciones de aislamiento y de silencio que permitan efectuar periódicamente verdaderas estancias en el desierto.
Estas breves estancias en una ermita serán ya para los hermanos ocasión de entregarse a una oración de intercesión más apremiante. Pero otras fraternidades deben ser capaces de procurar a los hermanos unas condiciones que hagan posible estancias prolongadas en la soledad, añadiéndoles el ambiente de recogimiento de una comunidad fraternal, del que muchos tendrán necesidad para renovarse, dentro de la fidelidad a su vocación de “permanentes de la oración”.
Las contradicciones aparentes de la vida de las fraternidades hacen difícil a los hermanos la perfecta realización de su vocación. Por esto es indispensable que los hermanos que hayan vivido o trabajado durante largo tiempo en medio de un ambiente materialista, puedan encontrar no solamente lugares desiertos favorables a la oración, sino, además, verdaderas fraternidades que les aseguren el ambiente de recogimiento, de oración y de adoración al santísimo Sacramento de que tienen necesidad. Es, sobre todo, en estas fraternidades en donde son llamados a vivir los hermanos que, por su vocación, pedirían orientar su vida hacia una oración solitaria más apremiante. Las fraternidades de desierto, están, por tanto, estrechamente asociadas a las otras fraternidades dentro de la realización de una vocación única”. (R. VOILLAUME, Por los caminos del mundo, Marova, Madrid 1973, 296-299)

5. El converso Carlos de Foucauld quiso imitar al máximo la vida de Jesús de Nazaret. Constató que la mayor parte de la vida del artesano Jesús de Nazaret fue como la de cualquier otro paisano de su pueblo. Vivió en el seno de una familia, fundamentada en José y María, viviendo relaciones de amistad y cooperación con las personas de su tiempo. Así, vivir Nazaret es vivir en solidaridad con la gente pobre y corriente, como uno más, como un trabajador, un vecino, uno más en el barrio, en el pueblo o en la ciudad. Y desde esta situación donde debe arrancar nuestra oración, que tiene que ser concreta como lo es la vida. No se puede orar volviendo las espaldas a esta solidaridad, que está abierta a una dimensión invisible pero presentida.
Se trata de vivir con la mirada consciente en lo que se vive; de vivir con los ojos abiertos para ver lo que nos rodea; vivir tanto las alegrías y las esperanzas, como estar atentos al sufrimiento y al dolor humano, buscando siempre sus causas para intentar remediarlas. Algunas causas son naturales, como la enfermedad o los accidentes, pero hay otros males que tienen como causas la injusticia, la desigualdad y el cinismo de los sistemas económicos deliberadamente injustos que benefician sólo a unos pocos, y que luego dejan a tanta gente hundida en las cadenas de la pobreza y la marginación. La vida de Nazaret nos lleva a toparnos con el sufrimiento que procede de la injusticia y preguntamos por nuestra responsabilidad frente a estas situaciones, para presentar después nuestra plegaria de intercesión ante el Señor, pidiendo ayuda ante las situaciones que nos superan.

6. La gran intuición de Foucauld y que hemos de tener en cuenta todos los seguidores de Jesús de Nazaret, es la de no separar como si se tratase de personas distintas al Jesús que nace pobre y se gana la vida como un carpintero, del Jesús qu parte al desierto a preparar su misión, o al Jesús que predica que otro modo de vida es posible, el reino de su Padre.
¿Qué se quiere decir con esto? Que el Jesús que recorre los caminos de Palestina es el mismo Jesús que vivió en Nazaret. Que Jesús anuncia el Reino de Dios con medios pobres y humildes, como fue toda su vida, y que, por lo tanto, nuestro anuncio del Reino de Dios se ha de hacer desde estos medios: el servicio, el compartir, la bondad, la amistad, el testimonio. Debemos a Gandhi el habernos hecho tomar conciencia de que tan importantes son los fines que nos proponemos como los medios con los que actuamos para conseguir dichos fines. Lo mismo podríamos decir de Jesús en Palestina predicando o en el desierto. Es el mismo Jesús que vivió pobremente en Nazaret.
Lo que no es válido es que nosotros hoy, en la montaña de las Bienaventuranzas, lugar que Carlos de Foucauld quiso establecer una fraternidad de pobres ermitaños orantes, como la Sagrada Familia, establezcamos, como se ha hecho, un monasterio “por todo lo alto” y para justificarlo pongamos una reliquia de Carlos de Foucauld. (Recordar la opción de Foucauld cuando estaba en la Trapa de Siria (Akbés))

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