18 de febrero de 2009

Benedicto XVI bajo fuego

Cuando hace ya casi cuatro años, los cardenales de todo el mundo se congregaron para elegir al sucesor de Juan Pablo II, la mayoría de ellos no tuvo suficientemente en cuenta hacia dónde rumbeaba la historia de la humanidad. A la sombra del enorme pontificado del Papa polaco, optaron por un hombre intelectualmente brillante, la mano derecha de Karol Wojtyla, pero de convicciones aún más conservadoras, que colisionaban con los muchos que, dentro y fuera de la Iglesia, soñaban –tras un largo y férreo papado--con un nuevo Juan XXIII, que volviera a aggionar al catolicismo, sin traicionar su esencia.

Acaso arrinconados por las duras –y, con frecuencia, injustas-- críticas de los sectores más anticlericales de la sociedad post moderna hacia la Iglesia, los cardenales decidieron abroquelarse y apostar a un hombre que saliera a presentar batalla.

Que frente a la "dictadura del relativismo", contrapusiera sin vergüenza los grandes principios morales y religiosos. Que ante las propuestas de una vida religiosa light, mostrara que la religión es exigente Un hombre, en fin, que no cediera a las presiones modernosas y ratificara, sin cortapisas, la doctrina católica macerada en una larga tradición de dos mil años.


Es cierto que el colegio cardenalicio no contaba con otra figura tan respetada como Ratzinger, sobre todo porque muchos de sus miembros –nombrados por Juan Pablo II—estaban cerca de su pensamiento.

En los días previos al cónclave, los analistas más agudos decían que, o se elegía al alemán, o se iba a varios días de votaciones, sometiéndose a la Iglesia a un desgaste frente al mundo, al enviar la señal de que no había acuerdo.


Falta de otro candidato de peso, temor a una mala imagen, los cardenales optaron por "lo seguro" y eligieron a Ratzinger en la tercera votación.Pero, a poco de andar, empezaron los problemas.

El perfil conservador del Papa comenzó a chocar con un mundo poco afecto a las posiciones más dogmáticas, que requiere de mucho diálogo y comprensión.


De una gran cintura política. Es cierto que Ratzinger puede -y le gusta- confrontar sus ideas con los intelectuales más brillantes y salir bien parado, pero a la hora de conducir la barca de Pedro, la reafirmación de sus concepciones conservadoras son anticipo de cortocircuitos.


¿Debe cambiar su modo de pensar? No, debe expresarlo de manera distinta.El problema central es que el Papa no sólo no es afecto al aggionamiento de la Iglesia, sino que cree que el Concilio Vaticano II -la gran asamblea que en los '60 modernizó al catolicismo- fue interpretado incorrectamente por muchos católicos.


Para Ratzinger, no pocos creyeron que con el concilio prácticamente arrancaba una nueva Iglesia, lo cuál significaba, en los hechos, una ruptura con casi 20 siglos de historia. Por eso, puso un gran énfasis en subrayar una continuidad que supone limar todo aquello que parezca interrupción.


El caso de la misa en latín es emblemático. Benedicto XVI consideró que no podía dejarse de lado una liturgia tan antigua. Liberó, entonces, su celebración para todo aquel que quisiera optar por ella, en vez de empeñarse ante la poca asistencia al culto. Llegó a pedir que el saludo de la paz no sea tan efusivo para no distraer el oficio.

Lo cierto es que, casi dos años después de su decisión, el número de misas en latín es mínimo. Y la necesidad de atraer fieles al templo sigue tan vigente como en aquel momento.

Los esfuerzos por atraer a los lefebvristas parecen seguir la misma lógica contraria a la lectura rupturista del concilio.


Si el obispo francés Marcel Lefebvre y los suyos se fueron en la Iglesia por oponerse a los dictados de esa asamblea, bien podrían reconsiderar volver si comprenden que la tradición de la Iglesia se mantiene sin cortapisas. De hecho, la decisión de Benedicto XVI de liberar la misa en latín fue hecha, entre otras cosas, pensando en facilitar la vuelta de los lefebvristas a la Iglesia.


Pero, en un mundo que sigue raudo su marcha, con aciertos y errores, los intentos por rescatar un pasado que ya fue tienen tantos riesgos como los saltos irreponsables hacia el futuro. Al meterse con una comunidad ultraconservadora, Ratzinger tropezó con todos los fantasmas de mentes cerradas a los cambios del mundo, sus actitudes dogmáticas y prejuicios, comenzando por la negación del Holocausto.


¿Era necesario correr semejante riesgo con un grupo tan marginal? Nadie sensato dentro de la Iglesia espera una revolución que haga tabla rasa con una sólida doctrina de más de 2000 años, pero son muchos los que esperan que sus líderes, con el Papa a la cabeza, salgan al encuentro de un futuro desafiante que exige no añorar tanto lo que fue, sino atreverse a soñar lo que será.

Sergio Rubín.
Fuente Valores Religiosos

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