19 de enero de 2009

Sólo hay una tristeza

León Bloy en «La Mujer Pobre»:

«Clotilde tiene hoy cuarenta y ocho años, aunque demuestra no menos de un siglo. Más hermosa que antes, se parece a una columna de plegarias, la última columna de un templo derruido por los cataclismos...Casi nunca se la ve sentarse. Siempre en camino de una iglesia a otra, de uno a otro cementerio, no se detiene sino para arrodillarse, y se diría que no conoce otra actitud...No pide limosna. Se limita a recibir con una dulce sonrisa lo que le ofrecen, y lo da en secreto a los desdichados...Los cristianos cómodos y bien vestidos a quienes molesta lo Sobrenatural y dicen a la Prudencia: “Tú eres mi hermana”, la consideran trastornada, pero el pueblo humilde es respetuoso con ella y algunas pordioseras de iglesia la creen una santa..."Todo lo que sucede es digno de adoración" – dice frecuentemente, con el aire de una criatura mil veces colmada que no encontrase otra fórmula para expresar los movimientos de su corazón o de su mente, sea en la ocasión de una peste universal, sea en el momento de verse devorada por las fieras...Muerto Leopoldo, cuyo cuerpo no fue encontrado entre los anónimos y espantosos escombros, Clotilde trató de ajustar su vida a aquel precepto evangélico cuya observancia rigurosa es considerada más intolerable que el suplicio mismo del fuego. Vendió cuanto poseía y donó el importe a los pobres, convirtiéndose de la noche a la mañana en una mendiga...-Debe ser usted muy desdichada, mi pobre señora – le dijo una vez un sacerdote, que por fortuna era un verdadero padre, al verla anegada en lágrimas junto al Santo Sacramento expuesto. – Soy completamente dichosa – le contestó ella - . No se entra en el Paraíso mañana, ni pasado mañana, ni dentro de diez años, se entra hoy, cuando se es pobre y se está crucificada...Un solo testigo de su pasado, Lázaro Druida, la ve todavía algunas veces. Es el único vínculo que no ha roto. El alto pintor...es demasiado grande para que lo visitara la fortuna, cuya práctica secular es hacer girar su rueda entre las inmundicias...De tanto en tanto va a poner en el alma del profundo artista un poco de su paz, de su grandeza misteriosa; luego vuelve a su inmensa soledad, en medio de las calles llenas de gente. – Sólo hay una tristeza – le dijo la última vez - , y es la de no ser santos...»

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