10 de septiembre de 2008

Carlos de Foucauld - Místico en estado puro

El Hermano Charles de Foucauld es una persona fascinante, pues estamos delante de “un místico en estado puro” (Louis Massignon), de un apasionado de Jesús “que hizo de la religión un amor” (Abbé Huvelin). “El es un faro que la Providencia nos da para iluminar nuestro tiempo” (Ives Congar). El es una senda indiscutible del Espíritu y de la presencia de Dios para hombres y mujeres de hoy.

El Cardenal José Saraiva Martins, una semana después de la beatificación, publicó en el “Osservatore Romano”, un largo articulo con el título: “El beato Charles de Foucauld, Profeta de la Fraternidad Universal”. Así concluye: “Al sondear las raíces más hondas de la vida interior de Charles de Foucauld, uno se da cuenta que, pocas espiritualidades, como la suya, son adecuadas al mundo de hoy. La espiritualidad de él nos lleva a la esencia del cristianismo, y ayuda a descubrir la pobreza evangélica, no en su vago sentimentalismo, pero en su fuerza radical, revelando a las personas tan fascinadas por el consumismo el verdadero sentido de Dios. El Hermano Charles puede guiarnos a comportarnos hoy como verdaderos hermanos de todos los hombres, sin distinción, no por un vacío humanitarismo, pero gracias a la comunión de amor con el Corazón de Cristo”.

A lo largo de su vida, el Hermano Charles tuvo poca influencia – si dejamos de lado la exploración de Marruecos. A pesar de sus esfuerzos no logró tener discípulos ni alcanzó a ver aceptadas ni reconocidas sus propuestas. “Fue un monje sin monasterio, un maestro sin discípulos, el penitente que sostuvo en su soledad la esperanza de un tiempo que no iba a ver (René Bazin).

No fue “un hombre para su tiempo”. Pero, pasados algunos años después de su martirio, comienza una irradiación que no cesa de crecer, y hoy podemos decir que es “un hombre para nuestro tiempo”.

Han surgido múltiples agrupaciones, en estructura religiosa o seglar, de religiosos y religiosas, de sacerdotes y de laicos y laicas que se remiten a su figura y quieren vivir, seguir su espíritu: Hermanitas y Hermanitos de Jesús, del Evangelio, del Sagrado Corazón, de la Encarnación, de Nazaret, Fraternidades Charles de Foucauld, Jesús Cáritas... Están presentes en las barriadas, ciudades portuarias, arrabales de las megalópolis.

Viven en pequeñas casas abiertas en las que se adora el Santísimo y siempre es acogido el prójimo. Pero ese silencio y hospitalidad suyos no hacen ruido, por ello no son noticia y pocos saben que existen. ¿Cuantos supieron en Nazaret que Dios estaba conviviendo con ellos en la casa de al lado?

¿Qué ha hecho de extraordinario el Hermano Charles para ejercer tanta influencia y desde la desde la sede del apóstol Pedro en Roma, en el día 13 de noviembre de 2005, ser reconocido como exponente auténtico de la fe en Cristo, modelo posible de vida cristiana y testigo adelantado de una fraternidad universal, que religa a todos los hombres en una familia?

Lo mismo que para San Pablo, modelo de todos los convertidos, también para el Hermano Charles la conversión, fe y descubrimiento de su misión futura fueron uno mismo acto. “En el mismo momento en el que creí que existía Dios, comprendí que no podía hacer otra cosa más que vivir para Él: mi vocación religiosa data de la misma hora que mi fe”.

Descubrir la forma y exigencias concretas de esa vocación duró largos años y lo llevó por rodeos lejanos y meandros dolorosos. En 1890 ingresa en la Trapa de Nuestra Señora de las Nieves en Francia, pasando luego al priorato que esta abadía tiene en Akbés (Siria, 1890-1896) Aquí le nace un deseo profundo de revivir el evangelio en su gestación silenciosa: “la vida de Nazaret”. No nos solemos percatar de que el cristianismo se refiere casi exclusivamente a lo que Jesús dijo, hizo, padeció y experimentó en los tres últimos años de su vida. Pero, ¿que hubo antes? Si él es el Hijo de Dios encarando, como fue esa existencia de 30 años de trabajo en Nazaret, su participación en nuestro destino, su oración, su relación con los hombres, su propio misterio interior?¿Cual es el equivalente de ese misterio suyo en nuestra vida?

Volver a la raíz para estar enraizados y no desarraigados, volver a los inicios para tener principios y fundamentos, es una necesidad originaria del hombre. Esto en cristiano significa volver a Nazaret y a Belén para ver a surgir Jesús, surgir con él y aprender con él a poner los fundamentos da la propia fe en el Padre, de la personalísima relación con él, de la misión de la Iglesia en el mundo. A Nazaret y a Belén volvió san Jerónimo y fueron los primeros lugares que visitó Pablo VI cuando salió de los muros del Vaticano. Allí están la raíz y savia de la revelación divina, de la experiencia cristiana y de la fraternidad universal que deriva de ellas.

El Hermano Charles une este descubrimiento de la gracia con su primera pasión de naturaleza: África, el Islam, el desierto, una presencia itinerante, colaboradora y fraterna con las poblaciones saharianas de Marruecos y Argelia. Ya sacerdote, ermitaño, misionero itinerante, se instala primero en Béni-Abbés, luego en el Hoggar y finalmente con los tuareg en Tamanrasset. ¿Qué intenta hacer allí, él solo? Ser como Jesús en Nazaret, sin pretender otra cosa que convivir, ofrecer hospitalidad, ser una alabanza incesante delante de Dios y una intercesión perenne a favor de los hombres.

Tres son los centros de su vida: 1.Vivir el Evangelio, para que Jesús viva en nosotros “Es necesario empaparnos del espíritu de Jesús, meditando sin cesar sus palabras y sus ejemplos. Que sean en nosotros como la gota que cae y recae sobre una piedra siempre en el mismo lugar”. “Toda nuestra existencia, todo nuestro ser, debe gritar el Evangelio sobre el tejado. Toda nuestra vida debe respirar a Jesús, todos nuestros actos deben gritar que le pertenecemos, deben presentar la vida evangélica”.

2. Amar la Eucaristía para que Jesús esté en nosotros, como él está en el Padre – la eucaristía es un océano de amor donde el se pierde enteramente y para siempre. “El vivió una fe eucarística plena, despojada y desbordante” ( Mons. Lorenzo Chiarinelli, obispo de Viterbo).

3. Abrazar la pobreza como forma suprema de atención, solidaridad y amor al prójimo pobre.

Alrededor de estos tres quicios (Evangelio, Eucaristía, Pobreza) giran las actitudes fundamentales que moverán todo su hacer y estar: fraternidad, cercanía, solidaridad. Su ermita estuvo siempre abierta a todos: “Dar hospitalidad a todo el que llega, bueno o malo, amigo o enemigo, musulmán o cristiano”. Así se convierte en hermano universal, más allá de razas, culturas, religiones. “Quiero habituar a todos estos habitantes, cristianos, musulmanes, judíos e idólatras, a mirarme como su hermano, el hermano universal”.

Silencio de oración y alabanza ante Dios a la vez que convivencia y promoción de los tuareg, cuya lengua y cultura conoce a la perfección. Recoge siete mil versos de su poesía, anotados en cuadernos a lo largo de los años pasados en el desierto. Rescribe poemas y proverbios y los traduce al francés. Elabora en cuatro tomos un “Diccionario francés-tuareg y tuareg-francés, además de una gramática. El 28 de noviembre de 1996 escribe en sus notas: “Final de las poesías tuaregs”.Tres días más tarde, el 1 de diciembre de 1916 era asesinado en su ermita de Tamarasset. La guerra y la violencia acabaron con aquel hombre que había sido todo él don y paz.

¿Quedaría apagada para siempre aquella voz y sofocado aquel fuego? Su legado fue recibido y mantenido por cuatro grandes nombres: Luis Massignon, el gran conocedor del mundo árabe y de la mística; René Bazin, el académico que con su célebre biografía de 1921 acercó su figura de héroe y místico a las generaciones nuevas; Père J.M. Peyriguère que revive con iniciativas personales el espíritu del Hermano Charles; René Voillaume, orientador de las “Fraternidades” que surgen a partir de 1933, a la vez que extiende a todos los cristianos la vocación de Nazaret con su obra clásica: “En el corazón de las masas” (1950) y a través del Padre Congar influye decisivamente en el Concilio Vaticano II para hacer presente y programático el desafío: “la Iglesia y la pobreza en el mundo”.

La vida espiritual del Hermano Charles, su lectura de la Biblia y su propuesta evangélica nos son accesibles en sus múltiples pequeños escritos, cuya edición completa en francés abarca 17 volúmenes. Su oración “Padre, me pondo en tus manos” es ya un texto clásico, recitado y memorizado por millones de creyentes.

Mirando la situación de nuestro mundo y de nuestra Iglesia, encontramos en la vida, y en la espiritualidad del Hermano Charles una luz preciosa y fecunda que nos puede iluminar y guiar en situaciones que hoy tenemos que enfrentar.

Hoy se habla mucho del “retorno de lo sagrado”, de una “nueva era” para la humanidad, de un reflorecer de la religiosidad de nuestros pueblos. El Hermano Charles, que pasó por un periodo largo de indiferencia y ausencia de Dios, y por una admiración, casi fascinación por la mística musulmana, finalmente se encontró con su Dios en el secreto del confesionario, sin ruido, en un murmullo, un reconocimiento confesado de vivir solamente para este Dios aún por descubrir. Pero él ha sido seducido para siempre. Antes de su conversión, Charles presintió que Dios no se comprueba, sino que se encuentra: y para encontrarlo hay que buscarlo, tener hambre de Él, necesidad de Él, como un pobre. Casi se puede decir que Charles rezó antes de creer: pasaba largas horas repitiendo una extraña oración: “Dios mío, si existes haz que te conozca”. El Dios que él encuentra va tomar un rostro humano en este Jesús de Nazaret cuyo país él visita, allá en Galilea. Es el descubrimiento de un Dios pobre, desprovisto, humilde, siempre en ese lugar imposible de arrebatarle: el último. El Dios de las alturas hay que buscarlo en lo más bajo. El Absoluto de Dios encontrado en la horizontalidad de la encarnación de Jesús y traducido en el amor servicial a todos. El Hermano Charles resucitó para todos la figura fraternal y tierna de Jesús en Palestina, acogiendo en su corazón, por cualquier camino, a los obreros y a los sabios, a los judíos y a los extranjeros, a los enfermos, a las mujeres y a los niños, tan simplemente que lo hizo comprensible y accesible para todos.

Nuestro mundo secularizado, creyéndose liberado de todas las utopías, busca afanosamente donde saciar su sed de paz, de felicidad, de bienestar, y se crea sustitutos – el dinero, el poder, el placer – que respondan a sus aspiraciones. Sin embargo, no se puede olvidar que el Hermano Charles era un intelectual que utilizaba la experiencia especialmente geográfica y lingüística con enorme amplitud y agudeza, tanto antes como después de su conversión. A pesar de que en sus escritos espirituales no aparezca explícitamente esta dimensión, no olvidemos que la instrucción cultural, constituye para él una plataforma de evangelización para los tuaregs. No hay en él escisión entre el científico y el creyente, sino integración de ambas dimensiones a través de una larga marcha espiritual, en que los dones explícitamente místicos, no tendrán lugar o al menos no brillarán como independientes de una vida oscura y abyecta. En este sentido, su vida puede ser también un ejemplo para los hombres de hoy. Es posible mantener una atención mundana-científico-cultural en el interior mismo de la experiencia de una fe viva.

Nuestro mundo casi aterrorizado ve renacer nacionalismos, fundamentalismos e intolerancias que destruyen la unidad humana y siembran violencia y muerte a donde llegan. Necesita ese mundo personas que, como el Hermano Charles, le hablen de “Fraternidad Universal”, se nieguen a utilizar y ni siquiera creer en otra fuerza, que la fuerza del amor, de la solidaridad, la amistad, el respeto, como única fuente de convivencia y claves de toda relación humana. Él nos enseña que junto con un apostolado necesario en que el apóstol debe revestirse del medio que debe evangelizar y casi desposarlo, hay otro apostolado que pide una simplificación de todo el ser, un rechazo de todo lo anteriormente adquirido, de nuestro yo social, una pobreza un poco vertiginosa, que torna totalmente ágil para salir al encuentro de cualquiera de nuestros hermanos sin que ningún “bagaje” innato o adquirido nos impida correr hacia él: todo de todos, derribando todas las fronteras. Viviendo en el seno de una población que no comparte a su fe, a él le gustaría comunicarles la suya. Él que estaba animado por el fuego del Evangelio, va a callarse, en este respeto infinito del otro y descubrir que él está llamado a gritar el Evangelio con toda su vida: esta es sin duda alguna la herencia más bella que él haya podido dejarnos. Él se contentará de hablar al Bienamado en la Eucaristía celebrada y contemplada a través del Evangelio meditado continuamente.

Nuestro mundo, construido para unos pocos y muchísimas veces sobre la explotación y destrucción de miles de personas, resultó dejando de lado a millares de seres humanos que ya no cuentan, ni siquiera como amenaza, a quienes se niega hasta el mismo derecho de existir. Hermano Charles nos viene a recordar con toda la fuerza de su vida, las palabras de Jesús, juicio para toda vida humana: “No hay palabra del Evangelio que me haya hecho una impresión tan profunda y transformado tanto mi vida como esta: “Todo lo que hacen a uno de estos pequeños me lo hacen a Mí” (Mt 25,40). Si pensamos que estas palabras son de la Verdad increada, de la misma boca que dijo: “Este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre”... como no esforzarnos para ir a buscar y amar a Jesús en esos pequeños, en los pecadores, en los más pobres”. ¡Que hermosa síntesis cristológica y eucarística! “Los pobres y los pequeños son según Jesús los predilectos de Dios y los destinatarios de su evangelización. También san Pablo nos dice que en las comunidades primitivas había pocos ricos, pocos sabios, pocos poderosos y pocos nobles. El Vaticano II descubrió de nuevo y reafirmó este aspecto. Después del Concilio se ha hablado mucho de la opción preferencial por los pobres. La teología de la liberación se ha inspirado en este mensaje. La gran mayoría de la humanidad vive actualmente por debajo del umbral de la pobreza. Espero que su beatificación replantee la urgencia de hacer frente al desafío de la pobreza y nos muestre la respuesta evangélica, vivida por Charles de Foucauld de modo ejemplar, que el mundo actual debe dar” (Cardinal Walter Kasper, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, Revista 30 Días, enero-febrero 2005).

Para el Hermano Carlos la opción por los pobres es también compromiso vital con la justicia. Denuncia con vigor profético las injusticias del colonialismo: “Ay de ustedes hipócritas, que escriben en los sellos: libertad, igualdad, fraternidad, derechos del hombre, y luego clavan el hierro en el esclavo; que condenan a las galeras a quienes falsifican billetes de banco y permiten luego robar los niños a sus padres y venderlos públicamente; que castigan el robo de un pollo y permiten el robo de un ser humano. Hay que impedir que no se pierda ni uno de los que Dios nos ha confiado”. En otro texto más conocido: “Hay que amar la justicia y odiar la iniquidad. Cuando el gobierno temporal comete una grave injusticia en contra de quienes estamos encargados (soy el único sacerdote en un radio de 300 km.), es preciso decirlo, ya que representamos la justicia y la verdad, y no tenemos derecho de ser “centinelas dormidos”, “perros mudos” (Is 55,19), “pastores indiferentes” (Ez 34).

Nuestra Iglesia, que pasado el fervor de Concilio Vaticano II, no logra reencontrar el camino de una unidad respetuosa y acogedora de posiciones diferentes, necesita volver a Jesús como a su fuente, y presentar su Persona como criterio para discernir y evaluar cualquier propuesta y cualquier posición. El Hermano Charles aparece como un testigo en su casi obsesión por la unidad entre todos los seres humanos y su insistencia continua en mostrar el amor hecho entrega y servicio como la única fuerza capaz de transformar el mundo y hacer que la comunidad de Jesús sea un signo en medio de él. .“No estoy aquí para convertir de golpe a los tuaregs, sino para intentar comprenderles... Estoy convencido de que Dios, en su bondad, acogerá en el cielo a los que han sido buenos y honrados, sin necesidad de ser católico romano o evangélico. Los tuaregs son musulmanes. Estoy persuadido que Dios nos recibirá a todos si nos lo merecemos”.

Jon Sobrino, teólogo jesuita salvadoreño sintetiza nuestras expectativas delante del futuro de la Iglesiala V CELAM: “Ojalá en Aparecida alzamos vuelo, sin censuras y con magnanimidad; sin rencores y con esperanza; pero, es importante retomar el rumbo y orientarnos a un "nuevo Medellín". En Aparecida deberá nacer mucho de "nuevo", pero, también mucho de Medellín. No olvidemos jamás la opción por los pobres, por las comunidades de base, por la teología de la liberación que es la teología de los pobres. Nuestra Iglesia, más que nunca necesita de presbíteros, religiosos y religiosas que asuman la causa de los indígenas, de los afro-descendientes, de los campesinos, de los excluidos de las ciudades; necesita de laicos y laicas que trabajen por los derechos humanos; necesita de campesinos que estudien la Biblia y avancen en la teología; romerías populares y memoria de los mártires; innumerables vidas escondidas y magníficas; obispos dedicados a su pueblo y que se mantengan "en rebelde fidelidad"... Y una larga letanía de cosas buenas que hacen los pobres y quienes que con ellos se solidarizan”. Así se cumplirá la profecía de Mons. Oscar Romero, nuestro obispo mártir: “Nuestra Iglesia jamás abandonará solo el pueblo que sufre”. de América Latina y de

A los presbíteros, principalmente a los diocesanos, la Fraternidad Sacerdotal nos ofrece un camino sencillo con un mínimo de estructuras (Directorio 59s), pero que se revela muy eficaz para la vida y ministerio presbiteral: la espiritualidad centrada en la Eucaristía celebrada y adorada, las reuniones periódicas - la gracia del encuentro, el día de desierto, la revisión de vida, el mes de Nazaret, la vivencia de la amistad: “somos tan pocos, necesitamos amarnos mucho”. No olvidemos que el Hermano Charles como nadie vivió el ministerio presbiteral como servicio a los últimos, para llevar “el banquete a los más abandonados”, en el espíritu de nuestro Maestro y Señor que lavó los pies de sus discípulos. Jamás olvidemos que ministerio significa “minus-stare”, estar bajo a todos, en el último lugar, para servir a todos como Jesús.

El Hermano Charles fue también precursor de la “caridad pastoral”, expresión feliz del Vaticano II para caracterizar la vida y el ministerio presbiteral. Consiste en ser sacramento, icono, transparencia de Jesús profeta, sacerdote y pastor del pueblo de Dios. Ya no hay peligro de que el presbítero se crea importante, si sienta categoría, pues su función es precisamente señalar y desaparecer, señala por su vida y cede el paso a la presencia viva de Jesús el Buen Pastor Resucitado. Una expresión preciosa del Hermano Carlos: “El sacerdote es una custodia. Su función es mostrar a Jesús. Él debe desaparecer para mostrar a Jesús. Esforzarme en dejar un buen recuerdo en el alma de todos os que vienen a mí. Hacerme todo para todos: reír con los que ríen, llorar con los que lloran, para conducirlos a todos a Jesús. Ponerme con condescendencia al alcance de todos, para atraerlos a todos a Jesús”. Cuando el Hermano Charles fue asesinado aconteció algo inexplicable: la custodia con el Santísimo fue encontrada al lado de su cuerpo. El Bienamado Hermano y Señor su puso junto a su discípulo herido de muerte.

La seducción de Dios en el Hermano Charles tomó forma de una herida de amor que se excedió en generosidad a través de un largo viaje interior y exterior que lo llevó hasta al final de él mismo. “Necesitamos cambiar mucho para quedarnos los mismos” (Mons. Helder Camara). ¡Que amplio desierto es el corazón humano! El último mensaje escrito por el Hermano Charles el día 1 de diciembre de 1916 es una llamada al amor, convencido de que el Bienamado Hermano y Señor Jesús es el amor, el amante, el amado. “Nuestro anonadamiento es el medio más poderoso que tenemos para unirnos a Jesús y hacer bien a las almas. Es lo que san Juan de la Cruz repite casi en cada línea. Cuando se puede sufrir y amar se puede mucho, se puede más de lo que puede en ese mundo; se siente que se sufre, no siempre se siente que se ama. Pero se sabe que se querría amar, y querer amar es amar. Si se considera que no se ama bastante, y es verdad, ¡nunca se amará suficientemente! Pero el Buen Dios que sabe de qué barro nos ha amasado, y que nos ama más de lo que una madre puede amar a su hijo, nos ha dicho, Él que no miente, que no rechazará a quien acuda a Él”. Segundo Galilea habló en un retiro: ”En nosotros hay más amor que podemos expresar. Pero las personas que nos rodean necesitan saber y percibir que nosotros las amamos”.

El Hermano Charles de Foucauld nos deja una herencia que hay que hacer fructificar, desafíos que tomar. Él nos deja una obra inacabada. ¿Vamos nosotros a encerrarla en un museo religioso o arremangarnos los brazos para seguir en el surco trazado? Los grandes desafíos evangélicos siguen estando abiertos delante de nosotros:

Desafío de la mansedumbre y de la no-violencia evangélica en un mundo cada vez más injusto y violento.

Desafío de reafirmar la centralidad del amor fraterno que hay que vivir en el seno de una comunidad samaritana, acogedora y abierta para todos.

Desafío de una fraternidad vivida a escala planetaria, por encima de toda manifestación de odio étnico y de revancha, por encima de todo sentimiento de superioridad nacional o cultural. ¡Fraternidad universal indispensable para que “otro mundo sea posible!”

Desafío de evangelizar sin imponer, sin juzgar, sin condenar, ser testigo de Jesús respetando y valorando a otras experiencias religiosas.

Desafío de asumir y mantener en toda la Iglesia la opción por los pobres y establecer alianzas con los hombres y mujeres de buena voluntad que luchan por la justicia y por los derechos humanos.

Desafío, sobre todo, de “gritar el Evangelio con la vida”, como forma más comprometida y inculturala de evangelizar. Los hombres y mujeres de hoy necesitan más de testigos que de maestros, y solo aceptan los maestros cuando testigos. “Mi apostolado debe ser el apostolado de la bondad. Viéndome deben decirse: ‘Puesto que este hombre es tan bueno, su religión debe ser buena’. Si me pregunta por qué soy tierno y bueno, debo decir: ‘Porque yo soy el servidor de Alguien mucho más bueno que yo. Si ustedes supieran qué bueno es mi Maestro Jesús”.

Que hayamos querido o no la beatificación del Hermano Charles, estamos atrapados en la trampa de su propio mensaje y de su obra inacabada.

No se trata pues de poner nuestro beato en los altares, de llevar su medalla al cuello, de honorar sus reliquias, sino de ponernos a su escuela, es decir a la escuela de Jesús, su Bienamado Maestro Jesús. “Volvamos al Evangelio. Si no vivemos el Evangelio, Jesús no vive en nosotros”. “Es necesario tratar de impregnarnos siempre del espíritu de Jesús, leyendo y releyendo, meditando y remeditando sin cesar sus palabras y sus ejemplos: que hagan en nuestras almas como la gota de agua que cae y recae sobre una losa, siempre en mismo lugar”.

Si queremos caminar tras los pasos de Charles, no hay otro camino que el que pasa por Jesús de Nazaret, Aquél que tomó el último lugar. “Yo no puedo concebir el amor sin una necesidad, una imperiosa necesidad de conformidad y sobre todo de compartir todas las penas, todas las dificultades, todas las durezas de la vida... ¡Ser rico, a mi gusto, vivir dulcemente de mis bienes, cuando Vos habéis sido pobre, viviendo penosamente de un rudo trabajo! Yo no puedo, Dios mío. Yo no puedo amar así... No conviene que el servidor sea mayor que el Maestro”. Por fin, una recomendación muy oportuna del Hermano Charles que el “Osservatore Romano” publicó al lado de su foto en el día de la beatificación: “No hay que mirar a los santos sino a Aquel que hace a los santos. Admiramos a los santos para seguir Jesús”.

Los hermanos de Filipinas, en su relato a nuestra asamblea me hicieron acordar una recomendación que Mons. Luciano Méndez de Almeida (dos veces secretario general y presidente da la CNBB – Conferencia Nacional do Obispos de Brasil) hizo a nosotros: “Yo sé que ustedes de la Fraternidad tienen el carisma de la discreción. Pero les pido que sean menos discretos, pues muchos sacerdotes necesitan de la Fraternidad y en ella ingresarían si la conocieran. Tienen sed de espiritualidad. Nosotros sabemos que el éxito de la evangelización depende, en gran parte, de la espiritualidad y de la mística de quien evangeliza”. ¿Puede haber espiritualidad más radical y más comprometida con Jesús, con el Evangelio y con los pobres que la del Hno. Carlos?

Pbro Edson Damian

Misionero en la Iglesia de Roraima



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