Wara, estrella en idioma Quechua Pastora Belga Groenendael |
Pido a quien lea esto que desista de esa loca idea de tener un cuatro patas en su hogar.
De corazón, creo que les complicará la vida. Se las cambiará, tanto pero tanto que después de haber vivido un tiempo con una de estas criaturas no serán los mismos.
Llegaste, llegaste, llegaste, te demoraste tanto!!!!
No tengan perros. Jamás.
Buenos díassss |
A la mañana se despertarán y
encontrarán dos ojos sonrientes, blandos, llenos de energía por desplegar, una
cola agitándose como festejo irrefrenable y un par de lamidas en la cara, en
las manos, unos sorpresivos besos de buenos días haciendo caso omiso del
malhumor tempranero.
No los tengan porque se verán
obligados a la saludable costumbre de una, dos, tres caminatas diarias, en
cualquier estación, haga frío, calor, llueva, de día, de noche, porque las
necesidades no saben de esperas. O sí, en algunos casos.
En esas salidas obligadas se
darán cuenta que el arbolito de la esquina mutó su color de rojo a amarillo,
que luego perdió sus hojas y luego se llenó de brotes verdes.
No tengan perros porque más de
una vez se encontrarán sonriendo como tontos, como niños, de la nada y por
nada. No porque los niños sean tontos ni porque la nada sea intrascendente, ¿me
explico?
No tengan perros, corren el
riesgo de volverse más sensibles, más empáticos… y un poco más locos.
No tengan perros, tendrán que
volverse equilibristas de tiempo, de espacio, de desórdenes espontáneos.
Tendrán que entender que sus
corazones (los de ellos) laten casi casi supeditados a los nuestros. Viven
menos, sienten más, completan el círculo de una existencia perfecta en quince
años promedio.
Para ellos quince años son
suficientes para entender el amor perfecto. Y darlo.
No tengan perros.
Conocerán la incondicionalidad de
un afecto que puede soportar gritos y hasta un chirlo injusto, para no guardar
rencor ni animosidad, situación que les despedazará el corazón.
No tengan perros ya que la
alegría, en muchas oportunidades, no tendrá nombre.
Y las lágrimas que viertan de
tristeza no alcanzarán a tocar tierra… porque serán ellos quienes correrán
prestos a lamerlas dulcemente, curando las heridas que se ven y las que no.
Lamerán la sangre a la vista y las que más arden, la que corre dentro
de la piel de las desilusiones humanas.
No se les ocurra tener perros,
jamás.
Si son ustedes humanos bien
nacidos, ellos completarán vuestra educación de un modo primitivo, el que mejor
resultado logra: con el amor.
Ese amor desinteresado, que se da
en un camino de una sola vía, camino de ida y punto.
Les enseñarán a no tener filtros,
a ser espontáneos, a gozar de una siesta al sol, de un amontonamiento de brazos
y patas cuando hace frío. Les enseñarán también a no defenderse de quienes se
ama y sí hacerlo con quien el sexto sentido alerta.
Los educarán en las expresiones
de afecto desmesuradas, ridículas, necesarias.
No tengan perros.
Porque ellos hacen que uno
otorgue su justo valor a palabras como fidelidad, perdón, agradecimiento. Ellos
los conminarán a aprender el idioma de los gestos, de las miradas. Les harán
sentir que muchas veces las palabras sobran. Darán lecciones de honestidad y lealtad
sin quererlo.
Por todo eso, por mucho más, les
recomiendo que jamás tengan un perro.
Porque cuando ese animal que Dios
puso sobre la Tierra -para poner a prueba todo lo bueno y lo malo que hay en el
hombre- cuando ese animal los haya “educado” lo suficiente, ustedes querrán
esas mismas cosas de otros. De otros humanos.
Y será difícil entender por qué
un perro puede dárnoslas y hombres y mujeres no, con sus neuronas sofisticadas,
sus corazones más grandes de tamaño y sus años de involución… perdón… evolución.
No tengan perros, son ellos
quienes terminan “teniéndonos”.
Y finalmente. No tengan perros
JAMÁS.
Porque nunca lograrán encontrar tanta,
pero tanta transparencia en otro ser. Y se volverán humanos vagabundos, como
tantos mestizos, claro, siempre probando creer en ciertos humanos, siempre
queriendo confiar en esa raza maravillosa y destructiva a la vez.
Se volverán verdaderos humanos
errantes buscando desesperadamente confiar como esos perros-maestros confían en
ustedes.
Doy fe que, si tienen perros, así
será. Les advertí, ustedes eligen.
MARÍA ROSA INFANTE
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