¡Ah!, los enamorados de Dios son fuertes más que el diamante. |
Hirióme con una flecha
enherbolada de amor
y mi alma quedó hecha
una con su Criador;
Ya yo no quiero otro amor,
pues a mi Dios me he entregado,
y mi Amado para mí
y yo soy para mi Amado.
THOMAS (1915 - 1968)
¡Señor, ten piedad!
Ten piedad de mis tinieblas, mi
debilidad, mi confusión.
Ten piedad de mis infidelidades, de
mis cobardías, de mi ir y venir dándole vueltas a las cosas, de mis evasiones,
de mis claudicaciones.
No pido otra cosa sino ésta Tu
misericordia, siempre, en todo, piedad.
Mi vida aquí, en Escalonias: un
poquitín de soledad y muchas cenizas.
Casi todo son cenizas. Lo que más he
apreciado son cenizas.
Lo que he dejado para el final, es,
quizá, un poco más sólido.
Señor, ten piedad. Guíame, haz que
otra vez quiera ser santo, que sea un hombre de Dios, incluso en medio de esta
desesperación y confusión.
No estoy pidiendo necesariamente
claridad, un camino llano, sino solamente caminar según Tu amor, seguir las
sendas de Tu piedad, confiar en Tu misericordia.
PEDRO (1907 - 1991)
Nada puede importar más que
encontrar a Dios.
Es decir, enamorarse de Él de una
manera definitiva y absoluta.
Aquello de lo que te enamoras atrapa
tu imaginación,
y acaba por ir dejando su huella en
todo.
Será lo que decida qué es lo que te
saca de la cama en la mañana,
qué haces con tus atardeceres, en
qué empleas tus fines de semana,
lo que lees, lo que conoces, lo que
rompe tu corazón,
y lo que te sobrecoge de alegría y
gratitud.
¡Enamórate! ¡Permanece en el amor!
Todo será de otra manera.
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