by MARIE-MADELEINE DAVY
Antes que nada yo plantearía la siguiente
pregunta: ¿la soledad es elegida, o uno es elegido por ella?
Es evidente que durante la existencia, los
acontecimientos pueden hacer de nosotros unos solitarios. En la medida en la
que se trata de una soledad profunda, de la búsqueda del fondo, de lo esencial,
creo que se es elegido por la soledad.
DECIR SÍ A UNA PRESENCIA
Según San Bernardo: "El hombre es
elegido". ¿Elegido por quién? ¿por qué? Yo diría por lo Eterno o también,
por su vocación propia, su destino.
San Bernardo dirá: "El ser es tomado".
El toma aquí un texto bíblico según el cual el hombre es "visto"
desde el seno de su madre, amado en el seno de su madre. Es elegido a la vez
que tiene la libertad de decir "no".
Se puede evocar un texto de Bernardo,
concerniente a la Madre Divina. El ángel Gabriel se presenta y le anuncia que
va a ser madre. Ella duda. Ella no conoce a nadie. Y la naturaleza entera, las
hojas de los arboles, la hierba, las piedras claman: "Di sí, di sí, di
sí".
Cuando un ser seducido por lo Eterno, es llamado
hacia su fondo, todo se tambalea. Este fondo, no puede ser nombrado, no puede
ser conocido, no se le ha oído hablar nunca: ni siquiera se tiene una
experiencia de ello.
¿Cómo decir sí?. Y si se dice "si", es
un "si" que va a ser repetido, no todos los días, sino a cada
instante. Porque el misterio de la soledad, tremendo divino y al mismo tiempo
difícil de vivir, consiste en orientarse hacia la plenitud de un "sí".
¿Sí a qué? A una Presencia. Podría también decir un "si" a algo que
ignoro. A algo que nace en mi, crece en mi, se despliega en mi... y que yo no
puedo nombrar.
En la soledad el hombre comprende que es un
microcosmos, y que lleva al macrocosmos en si mismo
El riesgo de la soledad absoluta: el eventual encuentro con la locura. Quizás se
tiene miedo de la soledad porque se tiene miedo de volverse loco. ¿Por qué
loco? Porque las cosas se disipan. De repente la mirada ve, el oído escucha.
Un cartujo del siglo XII lo expresa, y yo comento
su texto: "cuando me retiro, cuando estoy en soledad, cierro los ojos, no
hay nadie alrededor mío, ningún ruido, ningún sonido. Escucho el murmullo del
silencio. Y ese silencio es atravesado por gritos, por vociferaciones; son los
animales que tengo en mí." En la soledad me veo. En la soledad me
encuentro, me conozco.
La soledad es un espejo: Y
¿quién soporta el tener un espejo ante el rostro? Se dice a menudo y se repite
que el conocimiento de sí es el más difícil de los conocimientos; la ciencia de
las ciencias, el conocimiento de los conocimientos. Si uno está muy
sobrecargado, si uno ve muchos rostros, si uno se mantiene en una conversación
perpetua, un parloteo exterior o interior, uno no se ve. Se ve a los demás, los
rostros las mímicas, pero uno no se ve. La soledad es un espejo. Un espejo
excelente, un espejo que retiene todo.
Entonces uno se ve, y se siente horror. ¡Horror
de sí! ¿Por qué? Porque uno ve su pobreza, su miseria, cuando lo que habría que
ver sería la belleza propia. Convendría ver la grandeza. ¿Por qué una grandeza?
¿Por qué el esplendor? Porque el ser es portador de luz.
El hombre, hasta el ser humano más lastimoso,
lleva en sí la imagen divina, la chispa divina. Es un recipiente de luz, de
belleza. En la soledad, el hombre su coge su acuerdo con el cosmos. Comprende
que él es un microcosmos, que él lleva al macrocosmos en sí. Él es Tierra, él
es Aire, Agua, Fuego. Contiene las plantas, el árbol, la flor, los animales, el
pájaro y la serpiente. Es un ser humano. Él puede llegar a ser un ser humano
completo.
El solitario no tiene nada que acumular; él se
libera de estorbos
En la soledad, la dificultad consiste en
comprender que lo esencial no es actuar, sino ser. Si nos encontramos a alguien
y le preguntamos ¿Qué haces? él responderá precisando lo que hace; tal oficio,
tal profesión.... ahora bien, la soledad enseña esto: lo importante es ser, es
decir existir llegando a ser auténtico.
El punto es el símbolo de todo esto. El punto es
el cruce. El solitario no tiene nada que adquirir, solo tiene que despojarse.
EN LA SOLEDAD ESTAMOS RELIGADOS
En la soledad se va a escuchar, a percibir el
susurro del silencio. El silencio tiene una voz. El silencio habla. El silencio
enseña. Nos dice algo. Acuérdense de San Bernardo de Claraval. Él está en su
celda, las ventanas y las puertas están cerradas. De repente, siente la llegada
de una presencia. Él quisiera ver, y no ve nada. Quisiera oír; todo está mudo.
Le gustaría palpar con las manos, pero nada puede tocar. Bernardo experimenta
en sí mismo algo inusitado. El grano de mostaza del que habla la Biblia, el
grano de arroz, la presencia, misteriosa e innombrable, se mueve, como si
hubiera una brisa. En el Génesis, el Eterno está en la brisa. Después
súbitamente, la presencia desaparece de allí. En la soledad, en los momentos en
los que uno se acerca al fondo, estamos religados. ¿Religados a qué? ¿a quién?.
Religados al Eterno, religados a algo innombrable. No se puede decir nada,
absolutamente nada.
En la soledad mis raíces ya no están pegadas en
aquello que es transitorio. Las raíces que se sumergen para hacer subir la
savia, no pertenecen ya más al mundo visible. Es el mundo invisible el que
nutre; el mundo invisible que no cesa de aligerarnos del peso de las pruebas que
nos pone la existencia.
SI AMO, EN LA SOLEDAD SOY COMO UN SOL
En algunos momentos, la soledad parece comparable
a una sombra, una niebla, algo denso. No se ve a unos pocos metros por delante
y uno parece enloquecer. ¿Por qué? Porque el solitario deja, como dice Chestov,
la consciencia común. La omnitud le abandona.
Si por ejemplo estamos sentados
en un café, y escuchamos las conversaciones ¿De qué hablan? De la ropa, del
dinero, de fulanito o menganita... Ustedes me dirán: "no se va a un café
para hablar de cosas profundas". Quizás, pero ¿qué es lo que interesa a la
mayoría de las personas?
Después de haber entrado en el jardín del
conocimiento de sí, el solitario entra en la bodega del vino. La bodega del
vino significa el amor al otro. Un amor extraordinario, un amor que es difícil
ya que no sabemos amar. El solitario va a comprender que lo importante no es
ser amado sino amar. Y amar gratuitamente.
Se ven a veces personas depresivas y les solemos
decir: "¿Pero por qué estás tan hundido?". Ellas responden:
"nadie me quiere, mi pareja no me quiere, mis hijos no me quieren etc...".
El secreto que enseña la soledad, la revelación de la soledad, es la escucha de
la fuente, y la fuente me dice: "lo esencial no es ser amado, sino
amar". Y si yo amo, en mi soledad, me convierto en un Sol.
De una mujer que se encontrara sola en un
pueblecito; que no tuviera nadie a quien querer, ni siquiera un gato o un
perro, sus hijos estuvieran lejos –o quizás no los tuviera-, su pareja hubiera
muerto o la hubiera abandonado. Diríamos: "esta mujer mayor, esta
solitaria que no es amada por nadie, ya no cuenta para nada; es algo inútil.
Sin embargo, ella está ahí, viva en su dimensión de profundidad, en su
realidad; ella está presente a todos los seres humanos.
EL SOLITARIO ES COMPARABLE A UN TERRENO, IRRIGADO POR UN RIO DE FUEGO
QUE NO VIENE DE ÉL
No sé si ustedes se habrán tropezado alguna vez
con solitarios. Eso me ha ocurrido a mí dos o tres veces. Hay en su mirada una
llama. El solitario es comparable a un terreno, irrigado por un río de fuego
que no viene de él. Si se le dice: ¿pero cómo puedes vivir tu soledad, como
mantienes tu libertad a pesar del hecho de ser o de no ser amado? Él
respondería: "en la dimensión divina, he llegado a ser por la gracia,
semejante a una tierra irrigada y luminosa".
¿Cuál es el símbolo del desierto, y por qué el
desierto interiorizado nos sumerge en la soledad? El desierto es una tierra
estéril, una tierra inhabitada. El desierto designa una tierra en la que se
tiene sed. Hay muy pocos pozos. Entonces tenemos sed, pero ¿es que el dinero
nos colma? ¿la comodidad y el desahogo humanos nos colman? ¿es que nuestra
profesión, incluso si tenemos éxito en ella, nos colma? No, tenemos sed. ¿Pero
sed de qué? El solitario va a comprender que tiene sed de eternidad. Tiene sed
de algo que no desaparezca, de algo que no pueda morir.
Porque en el fondo, sufrimos por la muerte. La
muerte de los que amamos, nuestra propia muerte, pueden despertar nuestro
temor. ¿Cómo morimos? El solitario desgarra el velo. El solitario súbitamente
comprende algo. Las palabras se mueven, las palabras revelan su sentido
secreto.
El desierto interior es alcanzado cuando el
hombre comprende que todo debe de interiorizarse. El oído se interioriza, la
mirada se interioriza. Y la soledad aviva, despliega el sentido de lo interior.
El oído, en el desierto interiorizado, va a captar el murmullo de las fuentes.
Nos encontramos con alguien; nos habla de cosas
banales; de repente pronuncia una frase y nos quedamos atónitos. Algo ocurre, su
rostro cambia. Me acuerdo de haberme encontrado con una mujer que vivía
solitaria. Era extremadamente banal, pero de repente, tuve la impresión de que
la experiencia de su dimensión profunda, la experiencia de su fondo,
resplandecía en su rostro. Era una mujer que quizás tendría sesenta años y, de
repente parecían veinte. Ella no tenía edad, se situaba fuera del tiempo, fuera
del espacio.
Todos hemos visto miradas de luz, fugitivas pero
luminosas. De vez en cuando, en el rostro, algo aparece, algo se muestra. Si
nos asemejamos a una tierra vacía, a un desierto, si aceptamos una verdadera
indigencia, entonces la luz llega.
NUNCA TENEMOS QUE ABANDONAR LAS FORMAS, SINO ACEPTAR QUE ELLAS NOS
ABANDONEN
Una vez más, en la soledad, no hay nada que
adquirir, solamente despojarse. Eckhart, en un poema que se le atribuye –aunque
quizás no sea de él- dice: "¡Oh alma mía, sal! ¡Dios mío, entra!".
El último escollo de la soledad y del desierto
interiorizado, puede parecer cruel. Estamos atados a las formas: podemos estar
estrechamente ligados a nuestra raza, nuestra patria, nuestra familia, a una
tradición, una religión precisa.
En la soledad, es posible que seamos
abandonados por las formas. Nunca tenemos que abandonar las formas, sino que
tenemos que aceptar que ellas nos abandonen.
Si yo abandono una forma religiosa por ejemplo a
causa de la perversidad de mi existencia, es un error. Si abandono una forma
religiosa porque me desencanta parcialmente –por su liturgia por ejemplo- es un
error. En la soledad hay una armonía. En la soledad comprendemos que las formas
pertenecen al tiempo, que esas formas están en nosotros, y que es importante
integrarlas. En la soledad o en el desierto interiorizado, el hombre va a
morir, va a morir necesariamente. Morir a lo transitorio, morir al tiempo,
morir al espacio. Se va a volver un hombre universal, rigurosamente universal.
EN LA SOLEDAD TENDRE LA CLAVE DE SABER QUE YA SOMOS SERES UNIVERSALES
Yo no oigo el silencio, no percibo mi fuente.
¿Por qué? Porque estoy en el parloteo exterior. Estoy en la danza de las
palabras. Estoy en el canto de una expresión. Estoy en el parecer, nada más que
en el parecer. Si mi oído interior nace, si en la soledad se despliega, voy a
captar, voy a comprender, voy a tener una experiencia de la cercanía a los
misterios, a todos los misterios. Yo recibo un don: la llave de la existencia,
la llave del "nuevo nacimiento", la llave del hombre nuevo con
relación al "hombre viejo". Nosotros ya somos seres eternos, seres
solares, seres luminosos. Es evidente que en general no vemos nada de eso, o
también como lo expresa El Cantar de los Cantares, se ve a través de la
celosía. La soledad, los desiertos provocan un despertar de la escucha. A
través del oído interior, es "alguien" en nosotros quien encuentra a
"alguien". No son solamente las palabras las que nos atacan, en una
conversación banal con alguien. La profundidad brota. Hay un encuentro entre
ese grano de mostaza que está en el otro, y el grano de mostaza nuestro. Se
descubre que el ser es mejor de lo que él dice, el ser es mejor de lo que él
hace; es "desvelado" momentáneamente. Si mi soledad me procura una
escucha atenta a la belleza, efectuaré de una manera directa, inconsciente, un
cambio en las palabras, una modificación de las frases. Va a haber una especie
de metamorfosis.
No es la banalidad lo que retendré sino el sonido
de la fuente. El hombre que vive el desierto interiorizado en la soledad,
percibe el murmullo de la fuente en el otro... y se maravilla...
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