18 de enero de 2016

La belleza sobrevive mil tormentos...

...El Cristo Salvador de Andrei Rublev
Tres tablas pintadas estuvieron sepultadas por cinco siglos bajo el fango de un viejo establo en Zvenigorod, Rusia, reposaron el largo sueño de una muerte hasta el instante en que fueron halladas por alguien que no las buscaba. Nadie las recordaba, nadie las extrañaba. 
Las tablas maltrechas, descoloridas y sucias por el ajetreo del implacable tiempo conservaron, a pesar de todo, siluetas dibujadas por un gran pintor de íconos. La belleza sobrevive mil tormentos.
En el rostro deslavado de uno de los tres retratos resucitados una mirada fulgurante aún brillaba poderosa clavándose en quien la contemplase, mitigando con esa luz manada desde una pincelada yerta la opacidad de la pátina de tierra que le había protegido a través de los años como un terso velo.
El Salvador siglo XIV-XV
Cinco siglos atrás un piadoso y precavido cristiano escondió los íconos del Apóstol Pablo, el Arcángel Miguel y de Cristo el Salvador de la furia destructora de las hordas tártaro-mongolas bajo el piso de una humilde caballeriza de animales.
Metáfora fértil ésta de un Cristo que nace, muere y resucita siglos después cobijado siempre entre mansas y fieles bestias.
De quien salvó estas obras arriesgando su propia vida por ellas no sabemos nada, no sabemos si al realizar tal sacrificio su motivación fue salvar unas pinturas de excelsa calidad como legado para la posteridad, o quizás lo hizo pues su propósito fue el de defender y conservar abiertos los portales que señalan y protegen el camino que conduce a los hombres hacia la Gloria divina, caminos que yacen inmanentes dentro de cada ícono.
Quién plasmó a Cristo el Salvador sobre la tabla fue el maestro pintor de íconos ruso Andrei Rublev. 
Quién inspiró la imagen excelsa del Cristo que se encarna dentro de la imagen es un misterio, un misterio que habita dentro de las almas de los grandes pintores de íconos y que encarecidamente anhelan siempre acunar manteniendo de ese modo la llama de esa inspiración perpetuamente encendida a través de una vida piadosa y devota.
El Cristo de Rublev fue pintado en una época de barbarie, degrado y ruindad humana. 
Su mirada compasiva parece aún observar con dolor el desastre que se extiende ante sus ojos; el hermano asesina al hermano, la espada reina sobre la palabra, no hay esperanza que devuelva la alegría a los corazones. 
¿Cual Cristo es el que contempla el mundo desde este cuadro? ¿El Cristo sufriente de la Pasión? ¿el Cristo sabio de las prédicas y parábolas? ¿el Cristo insoportablemente hermoso de la Transfiguración? ¿El temeroso de Getsemaní? ¿El contemplativo del camino de Emaús? ¿El prístino e inaccesible que arropa la entera creación desde su acosmismo hasta la Parusía?
El filósofo y monje ruso Pavel Florenskij dice que los retratos pintados en los íconos religiosos no sólo portan sobre sí la plasmación en óleo sobre tabla de un rostro cuyo reflejo visible se ha suspendido en el tiempo durante un instante para ser inmortalizado en posteridad. Estos rostros, severos o cándidos, pintados por los retratistas poseen toda la fuerza de una vida que se resume en un semblante y un gesto. 
La imagen retratada es un segundo de una vida detenida, una irrupción en el continuum del tiempo que, sin embargo, ambiciona contraer toda una biografía en ese pequeño intervalo. Ese instante único fugado de la marcha incesante de la historia se alza entronizándose como el todo de la vida, pero es sólo eso, nada más que eso y todo eso, un relámpago en un océano agitado que genera a ese mismo rayo que lo azota. 
Dentro del retrato están condensadas las experiencias existenciales que han colmado a la persona conformando su personalidad y carácter.

¿Cual Cristo es el Cristo Salvador de Rublev?
¿Cual Cristo es el que contempla el mundo desde este cuadro?
El Cristo de Rublev es el Cristo sufriente y temeroso, el Cristo insoportablemente hermoso en su plena divinidad desplegada, el Cristo resucitado que vence a la muerte, el contemplativo que dona su decir verdadero, el clemente que perdona y el Mesías salvador que aguarda paciente en las puertas de la Redención. 
Su rostro posee la fuerza de su vida que se encarna en el ícono mientras abre sus ojos que son ventana de su alma acogedora y hospitalaria. 
Es todo hombre y es todo Dios, una unidad plena y rica de los dos mundos, y aún más allá. Velados entre las comisuras yacen silenciosos los discursos sabios que consuelan el alma, entre los pliegues de la carne duermen sus sonrisas y sus lágrimas, en las sombras tenues cobijadas en las protuberancias del rostro se posa su misterio, manando desde la tersa piel fluye toda la majestad de su Gloria, y en el fondo íntimo de la mirada despunta la Gracia que se dona misericordiosa al sufriente como el abrazo del padre.
Lágar Alexander Vilkas

No hay comentarios :