Que belleza es
leer los embates apasionados de un corazón enamorado, de sobra tenemos
ejemplos, Pablo de Tarzo, Teresa de Avila, Juan de la Cruz, Francisco de Asís, Rafael Arnaiz, Rainer Maria Rilke, Carlos de Jesús, pero el que me llena el corazón es Agustín el bere
bere enamorado del abismo de misericordia del corazón del Padre, ahhh quién
cómo él poder abismarse y gozar del amor que susurra dulcemente al oído del
amado.
¡Oh eterna
verdad, verdadera caridad y cara eternidad!
Del libro de
las Confesiones de san Agustín, obispo
Libro 7, 10.
18, 27
Habiéndome
convencido de que debía volver a mí mismo, penetré en mi interior, siendo tú mi
guía, y ello me fue posible porque tú, Señor, me socorriste. Entré, y vi con
los ojos de mi alma, de un modo u otro, por encima de la capacidad de estos
mismos ojos, por encima de mi mente, una luz inconmutable; no esta luz
ordinaria y visible a cualquier hombre, por intensa y clara que fuese y que lo
llenara todo con su magnitud. Se trataba de una luz completamente distinta.
Ni
estaba por encima de mi mente, como el aceite sobre el agua o como el cielo
sobre la tierra, sino que estaba en lo más alto, ya que ella fue quien me hizo,
y yo estaba en lo más bajo, porque fui hecho por ella. La conoce el que conoce
la verdad.
¡Oh eterna
verdad, verdadera caridad y cara eternidad! Tú eres mi Dios, por ti suspiro día
y noche.
Y, cuando te conocí por vez primera, fuiste tú quien me elevó hacia
ti, para hacerme ver que había algo que ver y que yo no era aún capaz de verlo.
Y fortaleciste la debilidad de mi mirada irradiando con fuerza sobre mí, y me
estremecí de amor y de temor; y me di cuenta de la gran distancia que me
separaba de ti, por la gran desemejanza que hay entre tú y yo, como si oyera tu
voz que me decía desde arriba: «Soy alimento de adultos: crece, y podrás
comerme. Y no me transformarás en substancia tuya, como sucede con la comida
corporal, sino que tú te transformarás en mí».
Y yo buscaba el
camino para adquirir un vigor que me hiciera capaz de gozar de ti, y no lo
encontraba, hasta que me abracé al mediador entre Dios y los hombres, el hombre
Cristo Jesús, el que está por encima de todo, Dios bendito por los siglos, que
me llamaba y me decía: Yo soy el camino de la verdad, y la vida, y el que
mezcla aquel alimento, que yo no podía asimilar, con la carne, ya que la
Palabra se hizo carne, para que, en atención a nuestro estado de infancia, se
convirtiera en leche tu sabiduría por la que creaste todas las cosas.
¡Tarde te amé,
Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo
afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas
cosas hermosas que tú creaste.
Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo.
Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no
existirían.
Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y
resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y
ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y
deseé con ansia la paz que procede de ti.
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