Lo he pensado
mucho y creo que es el momento de hacerles conocer esto que, para algunos será
una noticia amarga e inesperada. Pero otros, en cambio, lo verán como la lógica
de un hombre que quiere ser en verdad libre. Creo que hoy es el momento
propicio en que debo hacerlo. Mi conciencia me lo está pidiendo. Y yo hoy
quiero ser fiel a mi conciencia. No puedo seguir luchando contra ella.
Señores y
señoras: simplemente quiero decirles que quiero seguir ejerciendo el ministerio
del sacerdocio en beneficio del Pueblo de Dios porque creo que Jesús me llamó
para eso. Y lo quiero seguir haciendo porque soy libre y a mi libertad quiero
serle fiel. No se crean que soy un santo o un tipo de otro mundo. Al contrario,
soy un pobre gaucho que va arrastrando el carretón de la vida como puede. No
soy para nada perfecto, al contrario. Y quienes me conocen un poquito pueden
dar fe de esas imperfecciones… y relatarlas (sobre todo los más cercanos que
padecen mi carácter).
Mis excusas
para abandonar
Quiero seguir
siendo sacerdote, a pesar de varias cosas que me han tirado atrás muchas veces.
Yo también me
enamoré alguna vez de una mujer. Pero cuando llegó el momento de elegir entre
ella y Jesús (que es a quién le había consagrado mi vida) no dudé. El que no
haya dudado no quiere decir que no haya llorado en los rincones con el corazón
roto en mil pedazos y una angustia por querer acariciar una piel que no podía
ser mía. El tiempo, y sobre todo la distancia, fueron sanando esa parte
afectiva de mi corazón. Es que yo no abracé el sacerdocio porque no me gustaran
las mujeres o porque no quería formar una familia y tener hijos. Todo eso lo
deseaba, pero lo renuncié por un amor más grande al que quería darle mi vida.
En el seminario fue muy fácil tomar la decisión. Con cuatro años de sacerdote
tuve que volver a tomar esa decisión… y no fue tan fácil. Pero no me arrepiento
ni de la primera ni de la segunda decisión… que en definitiva es la misma:
abrazar libremente el celibato.
Pero eso no es
todo. Les puedo decir que el ministerio puede enfermar corporalmente. Les
podría enumerar los ataques de hígado y gastritis que me dejaron los
campamentos y convivencias con jóvenes… También les puedo contar que yo tengo
diabetes: junto con el descuido de mi obesidad, comenzó a desatarse con el estrés
que me produjo tener que pasar un Instituto Secundario, completo, al turno
tarde. Y anduve cuatro años “loco” porque no sabía que la tenía. Hoy unas
pastillitas me han serenado… pero la vista y los riñones están resentidos. Y
si… podemos tener problemas corporales… pero quién no los tiene. Si hoy me
estuviera por ordenar y me advirtieran que en mi futuro se vendrían estos
achaques corporales, no lo dudaría un instante… volvería a elegir el
sacerdocio.
Durante mis
años sacerdotales me ha tocado compartir con párrocos y vicarios muy buenos.
También de los otros. He tenido que sobrellevar la soledad de una casa (de
varias). Las comunidades en las cuales he ejercido como párroco siempre eran de
escasos recursos: en algunas tenía muy poco para comer y en otras tenía que
olvidarme de comprarme ropa. Pero no me he quejado: cuando hay, hay y cuando no
hay, no hay.
He tenido
desencuentros con mis Obispos (uno me amenazó con suspenderme ad divinis)… he
tenido desencuentros con mis hermanos presbíteros (el mote de “Roña Castro” ya
no lo usan… pero la fama queda)… he tenido problemas con laicos en muchas
comunidades… Muchos de estos problemas no eran culpa de los otros sino
solamente míos (carácter de m.. el tuyo, cura..). Claro que a veces los demás
ponían su granito o granote de arena. Pero todo eso no me hizo dudar de mi
sacerdocio.
Les tengo que
contar más. Muchas veces me enojé con Dios. Porque tenía muchas excusas para
abandonar el sacerdocio… pero no podía. Lo del profeta, “me sedujiste Señor, y
me dejé seducir”, me daba mucha bronca: ¿a dónde voy a huir si en definitiva
vos lo sos todo para mí? Y hay veces en las cuales no puedo ni rezar o tengo
que confesarme de manera muy frecuente… pero sigo siendo sacerdote porque toda
esta historia comenzó con una certeza: Él puso su mirada sobre mí, me habló, me
enamoró… y yo ya no pude ser plenamente libre de decirle que no… como todo
enamorado: la libertad está en estar junto al amado.
El motivo de
estas líneas
Les tengo que
aclarar que esto no va contra ningún hermano sacerdote que ha dejado el
ministerio. Para nada. Quien ha tenido que tomar la decisión de quedarse sabe
de los dramas de quién ha tomado la decisión de partir. Algunos de entre ellos
eran mis amigos. Yo no soy ni quiero ser juez de ninguno de mis hermanos.
Tampoco escribo para que ustedes los juzguen.
Este escrito
habla de mí. Les quiero contar algo que ni un periodista resentido con la
Iglesia ni otro aliado al poder de turno que le tira los morlacos, les
contarán. Simplemente les quiero contar que hoy, libremente, sin coacción de mi
Obispo, ni del Papa, ni de Doña María, elijo seguir siendo sacerdote. No porque
no crea en el amor o la vida clerical me sea fácil y cómoda. Simplemente elijo
seguir siendo sacerdote porque me sé elegido por Dios para una tarea en su
Iglesia. A esa elección yo, como muchos otros sacerdotes que no salen ni en
diarios o televisiones, le quiero ser fiel.
Y como soy un
pobre tipo (lo digo de verdad), les pido lo que pide un grande de hoy: recen
por mí. Pero también recen por ese cura que está al lado de ustedes, en las
parroquias, en las escuelas, en los hospitales o haciendo las compras en el
Súper. Ellos también necesitan de su oración. Y, muy de vez en cuando, de
alguna palabrita amable o algún gesto cariñoso. Es que somos hombres y no
extraterrestres o ángeles. Y porque hombres, más allá de todos nuestros dramas,
hay una convicción: hoy también elegimos seguir siendo sacerdotes.
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