20 de mayo de 2013

Ese libro de Carlos de Foucauld.....

Hace un tiempo y hablo de un largo tiempo (desde mi noviciado, tengo que decir) tengo siempre presente en mi mesa de trabajo un libro amarillo sobre el itinerario espiritual del Hermano Carlos de Foucauld y la verdad es que no se por qué no puedo hincarle el diente como a otros tantos, por ahí es la tipografía, el miedo de encontrar campos ya trillados o puede ser que sea solamente fiaca, la verdad no sé, pero el libro está allí mirándome a través de la hermosa imagen de mi Hermanito.
Este libro de Carlos de Foucauld
Mi hermanito Carlos ha marcado mi propio itinerario espiritual pero luego que Fray Francisco el Juglar de Dios, roturó, sementó y marcó mi corazón con su amistad desde los años de mi adolescencia
Y hablo en serio, la amistad es una cosa que no sólo surge con los que te citas para ir al futbol, a caminar o  tomar unos mates o cervezas sino surge esplendida con aquellos y aquellas que te citas de otra manera, y mi encuentro está allí pendiente sobre mi mesa, en una tapas amarillas en la que la serena mirada de mi Hermanito Carlos espera paciente esa reunión tantas veces pospuesta.
Pero al fin y acabo ya conozco de qué se trata esa biografía de Carlos de Foucauld escrita por Jean François Six. Y sé que es inmejorable.
Jean François, a la postre mi superior en la Fraternidad;  es un autor que da libertad al santo para que hable de sí en sus textos, no es un hagiógrafo fascinado por el perfil de quien tiene entre manos, y que le tira flores a todo cuanto escribe y te lanza tufos de veneración a la figura en cuestón desnaturalizándola, no! él es una eminencia en el conocimiento del ser y hacer de mi Hermanito Carlos. 
Por otra parte la verdad es que no soporto las biografías plañideras de los santos. En el itinerario espiritual de Carlos de Foucauld, Six no pone peros al pasado  pendenciero del santo (bueno aún beato, pero a mi corazón no hay diferencia, perdone Ud.) 
Cómo sabemos ingresa en el Ejército pero se le despide por indisciplina, acompañada de notoria mala conducta;  monta juerga tras juerga en el departamento que comparte con un tipo que éra marqués, se instala con Mimí, la chica de turno, en Évian y tantas aventuras por el estilo, el suyo era una especie de furor por no estarse quieto, como diría más tarde, “por no aceptar lo ordinario”.
Pero dentro no llevaba el gusto que esperaba de tales actos muy por el contrario, dejará escrito luego: "Tú me hacías sentir un vacío doloroso, una tristeza que no he sentido jamás sino entonces, y que volvía cada noche al encontrarme solo en mi habitación. Esa tristeza me mantenía mudo y aplastado durante lo que se llaman fiestas. Yo las organizaba; pero llegado el momento, las pasaba en un mutismo, en un hastío, en un aburrimiento infinito". Impecable el trabajo de “ablandamiento” del Bienamado.
Se larga a Marruecos para explorar un mundo que el occidental aún no se había atrevido a cartografiar Carlos de Foucauld por primera vez en la historia anotó minuciosamente sus rutas por Marruecos de 1883 a 1884. Volvió enloquecido por el Islam y quiso hacerse musulmán, "el Islamismo me agrada mucho por su sencillez”. El sentido de la grandeza de Dios, tan profundo en el Islam, fue lo que le conmocionó. Encontró hombres para quien Dios cuenta más que todo, árabes prosternados en pleno desierto que reconocían su presencia.
Estudió el árabe en el Corán y se sabía de memoria las enseñanzas de Mahoma. La profundización en la nueva religión le sirvió como un ejercicio profundísimo de purificación interior, "fue una preparación en mi búsqueda de la verdad". El Islam fue el instrumento adecuado para encontrarse con Jesucristo. 
Igual que muchos padres de la Iglesia hablaban en los primeros siglos del cristianismo que Platón y Aristóteles habían sido el discurso que preparaba la racionalidad de Cristo, para Foucauld el Islam era el itinerario para tomarse en serio a un Dios vivo.
Buscador del Absoluto
 ¿Pero, qué le hizo conocer a Jesucristo de cerca?, La presencia silenciosa de su prima María de Bondy fue la que le presentó a Cristo. María era una chica joven que llevaba su convicción de cristiana sin pendones. Era una “mahatma”, un alma grande, enamorada de Cristo y sencilla como una manzana. Carlos escribe en noviembre de 1897, “todo esto, Señor, era obra tuya, obra exclusivamente tuya. Un alma hermosa te seguía, pero por su silencio, por su dulzura, su bondad, su perfección. Se dejaba ver, era buena y esparcía su perfume atrayente, pero no obraba”.
Y ahí empezó todo, “esta búsqueda de la verdad, esta necesidad de soledad, de recogimiento, de ir a tus iglesias, yo que no creía en Ti. Dios mío, si existes dámelo a conocer
Se confesó y empezó a ser otro Carlos, ya no el perseguidor de éxito y aventuras, “la fe es incompatible con el orgullo, la vanagloria, para creer hace falta pasar por una profunda humildad”.
No voy a seguir detallando la vida de mi Hermano Carlos, porque se me antoja que eches un ojo a este santo moderno que terminó sus días yéndose con los tuaregs del desierto. Sus escritos son de máxima actualidad, porque en ellos hay una avanzada extraordinaria de diálogo con el Islam y de cómo hablar de Cristo en un mundo…diferente. “Harían falta buenos sacerdotes en número bastante grande. No para predicar, pues se los recibiría como se recibiría en pueblos bretones a turcos que vinieran a predicar a Mahoma, sino para tomar contacto, hacerse amar, procurar estima, dar confianza, hacer amistad, roturar el terreno antes de sembrar”.
Roturación es una palabra que le entusiasmaba, la roturación interminable, insistía en ese “apostolado oscuro”. En otro momento escribe, “mirar a todo ser humano como un hermano querido, arrojar lejos de nosotros todo espíritu militante”.
Jean François finaliza su biografía con un resumen del que planto un par de ideas para el diálogo. Carlos, el aventurero que no quería escaparse de este mundo sin haberlo explorado todo y haberlo vivido todo, termina sus días buscando la verdad en la limitación, en echar raíces en un suelo y pasar inadvertido, como Cristo se limitó a Nazaret. ¿Y cómo se universaliza desde la limitación?, por la cruz, Carlos instala la cruz en el centro de Nazaret, es decir, dándose por amor hasta las consecuencias últimas que conlleva toda generosidad. Y el secreto de la actitud apostólica de Nazaret no consiste en lanzarse al asalto de los demás para hacerles bien, sino en reconocerlos como hijos de Dios., “se hace bien a los otros en la medida de la vida interior que se posee”. Por eso era un enamorado de la Adoración delante de la Eucaristía. No se separaba de ella ni de día ni de noche.
Bueno Hay mucho más, pero aquí te dejo clavado el aguijón, híncale pues el diente también tú a nuestro Hermano Carlos y si quieres comenzar con algo más simple te invito a leer tranquilo y sosegado una biografía que comienza hoy en:



Bueno nos vemos y nos leemos….

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