Este libro de Carlos de Foucauld |
Y hablo en serio, la amistad es
una cosa que no sólo surge con los que te citas para ir al futbol, a caminar o tomar unos mates o cervezas sino surge
esplendida con aquellos y aquellas que te citas de otra manera, y mi encuentro está
allí pendiente sobre mi mesa, en una tapas amarillas en la que la serena mirada
de mi Hermanito Carlos espera paciente esa reunión tantas veces pospuesta.
Pero al fin y acabo ya conozco de
qué se trata esa biografía de Carlos de Foucauld escrita por Jean François Six.
Y sé que es inmejorable.
Jean François, a la postre mi
superior en la Fraternidad; es un autor
que da libertad al santo para que hable de sí en sus textos, no es un
hagiógrafo fascinado por el perfil de quien tiene entre manos, y que le tira flores
a todo cuanto escribe y te lanza tufos de veneración a la figura en cuestón desnaturalizándola, no! él es una eminencia en el
conocimiento del ser y hacer de mi Hermanito Carlos.
Por otra parte la verdad
es que no soporto las biografías plañideras de los santos. En el itinerario espiritual de
Carlos de Foucauld, Six no pone peros al pasado pendenciero del santo (bueno aún beato, pero a
mi corazón no hay diferencia, perdone Ud.)
Cómo sabemos ingresa en el Ejército
pero se le despide por indisciplina, acompañada de notoria mala conducta; monta juerga tras juerga en el departamento que
comparte con un tipo que éra marqués, se instala con Mimí, la chica de turno,
en Évian y tantas aventuras por el estilo, el suyo era una especie de furor por no
estarse quieto, como diría más tarde, “por no aceptar lo ordinario”.
Pero dentro no llevaba el gusto
que esperaba de tales actos muy por el contrario, dejará escrito luego: "Tú me hacías sentir un vacío doloroso, una
tristeza que no he sentido jamás sino entonces, y que volvía cada noche al
encontrarme solo en mi habitación. Esa tristeza me mantenía mudo y aplastado
durante lo que se llaman fiestas. Yo las organizaba; pero llegado el momento,
las pasaba en un mutismo, en un hastío, en un aburrimiento infinito". Impecable
el trabajo de “ablandamiento” del Bienamado.
Se larga a Marruecos para
explorar un mundo que el occidental aún no se había atrevido a cartografiar Carlos
de Foucauld por primera vez en la historia anotó minuciosamente sus rutas por Marruecos de 1883 a 1884. Volvió
enloquecido por el Islam y quiso hacerse musulmán, "el Islamismo me agrada
mucho por su sencillez”. El sentido de la grandeza de Dios, tan profundo en el
Islam, fue lo que le conmocionó. Encontró hombres para quien Dios cuenta más
que todo, árabes prosternados en pleno desierto que reconocían su presencia.
Estudió el árabe en el Corán y se
sabía de memoria las enseñanzas de Mahoma. La profundización en la nueva
religión le sirvió como un ejercicio profundísimo de purificación interior, "fue una preparación en mi búsqueda de la verdad". El Islam fue el instrumento
adecuado para encontrarse con Jesucristo.
Igual que muchos padres de la Iglesia
hablaban en los primeros siglos del cristianismo que Platón y Aristóteles
habían sido el discurso que preparaba la racionalidad de Cristo, para Foucauld
el Islam era el itinerario para tomarse en serio a un Dios vivo.
Buscador del Absoluto |
Y ahí empezó todo, “esta búsqueda
de la verdad, esta necesidad de soledad, de recogimiento, de ir a tus iglesias,
yo que no creía en Ti. Dios mío, si existes dámelo a conocer”.
Se confesó y
empezó a ser otro Carlos, ya no el perseguidor de éxito y aventuras, “la fe es
incompatible con el orgullo, la vanagloria, para creer hace falta pasar por una
profunda humildad”.
No voy a seguir detallando la
vida de mi Hermano Carlos, porque se me antoja que eches un ojo a este santo
moderno que terminó sus días yéndose con los tuaregs del desierto. Sus escritos
son de máxima actualidad, porque en ellos hay una avanzada extraordinaria de
diálogo con el Islam y de cómo hablar de Cristo en un mundo…diferente. “Harían
falta buenos sacerdotes en número bastante grande. No para predicar, pues se
los recibiría como se recibiría en pueblos bretones a turcos que vinieran a
predicar a Mahoma, sino para tomar contacto, hacerse amar, procurar estima, dar
confianza, hacer amistad, roturar el terreno antes de sembrar”.
Roturación es una palabra que le
entusiasmaba, la roturación interminable, insistía en ese “apostolado oscuro”.
En otro momento escribe, “mirar a todo ser humano como un hermano querido,
arrojar lejos de nosotros todo espíritu militante”.
Jean François finaliza su
biografía con un resumen del que planto un par de ideas para el diálogo.
Carlos, el aventurero que no quería escaparse de este mundo sin haberlo
explorado todo y haberlo vivido todo, termina sus días buscando la verdad en la
limitación, en echar raíces en un suelo y pasar inadvertido, como Cristo se
limitó a Nazaret. ¿Y cómo se universaliza desde la limitación?, por la cruz,
Carlos instala la cruz en el centro de Nazaret, es decir, dándose por amor
hasta las consecuencias últimas que conlleva toda generosidad. Y el secreto de
la actitud apostólica de Nazaret no consiste en lanzarse al asalto de los demás
para hacerles bien, sino en reconocerlos como hijos de Dios., “se hace bien a
los otros en la medida de la vida interior que se posee”. Por eso era un
enamorado de la Adoración delante de la Eucaristía. No se separaba de ella ni
de día ni de noche.
Bueno Hay mucho más, pero aquí te dejo clavado el aguijón, híncale
pues el diente también tú a nuestro Hermano Carlos y si quieres comenzar con
algo más simple te invito a leer tranquilo y sosegado una biografía que comienza hoy en:
Bueno nos vemos y nos leemos….
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