Enrique Angel Angelelli nació el 17 de julio de 1923, en Córdoba. Sus padres Juan Angelelli y Celina Carletti, inmigrantes italianos, vivían a las afueras de la ciudad dedicándose al cultivo de hortalizas.
A los 15 años ingresó al Seminario Metropolitano Ntra. Sra. de Loreto de Córdoba. Al iniciar el segundo año de teología fue enviado a Roma para completar sus estudios en el Colegio Pio Latino.
En 1949, a los 26 años, se ordenó de sacerdote y continuó sus estudios en la Pontificia Universidad Gregoriana hasta obtener la licenciatura en Derecho Canónico.
El Padre Angelelli
De regreso, en 1951, comenzó su labor pastoral como Vicario Cooperador en la Parroquia San José de Barrio Alto Alberdi y Capellán del Hospital Clínicas. Las villas miserias de la zona eran visitadas por el P. Angelelli y ese contacto con los marginados fue haciendo crecer en él su predilección por los pobres.
En 1952 fue designado asesor de la JOC (Juventud Obrera Católica), desde la Capilla de Cristo Obrero, radicándose en el Hogar Sacerdotal, un lugar de encuentro permanente para buena parte del clero cordobés. Además participaba en la Junta Arquidiocesana de la Acción Católica, dictaba clases de Derecho Canónico y Doctrina Social de la Iglesia en el seminario mayor y era profesor de teología en el Instituto Lumen Christi. Trabajaba en la curia arzobispal y colaboraba en la pastoral universitaria, asesorando algunos centros de la JUC (Juventud Universitaria Católica). Estas tareas le proporcionaron una fluída relación con estudiantes, trabajadores y sacerdotes, que se sentían atraídos por su calidez humana, actitud solidaria, siempre optimista y de servicio.
Enrique Angelelli, obispo auxiliar
El 12 de diciembre de 1960 fue designado obispo titular de Listra y auxiliar de Córdoba, recibiendo la consagración episcopal el 12 de marzo del año siguiente. Pocas veces la Catedral se vió abarrotada de obreros y gente humilde.
Tuvo participación activa en diversos conflictos gremiales (de IME- Industrias Mecánicas del Estado, Municipales, Fiat, etc.), marcando una presencia de compromiso episcopal poco frecuente en el contexto eclesial de Argentina y especialmente resistida en los círculos del catolicismo tradicional de Córdoba.
Quedó a cargo de la arquidiócesis en 1962, cuando el Arzobispo Castellano asistió a la primera sesión del Concilio Ecuménico Vaticano II. Y participó de las tres sesiones restantes en 1963, 1964 y 1965. En el Concilio profundizó sus opciones pastorales y vivenció la realidad universal de la Iglesia con obispos y teólogos latinoamericanos, africanos y asiáticos, y de las iglesias ortodoxas.
En el marco de los cambios conciliares, en 1964, se produjeron, serias tensiones en la Iglesia cordobesa, a raíz de la publicación de reportajes periodísticos a los sacerdotes Vaudagna, Gaido, Dellaferrera y Viscovich. El apoyo público de Mons. Angelelli a las posturas renovadoras le significaron una progresiva marginación que culminó, luego de la renuncia del Arzobispo Castellano, con su exclusión del gobierno eclesiástico, pasando a desempeñarse como capellán de las adoratrices españolas en Villa Eucarística, a las afueras de la ciudad.
En 1965 se hizo cargo de la arquidiócesis Mons. Raúl Primatesta, quien restituyó a Angelelli como obispo auxiliar, quien retomó su estilo pastoral de contacto directo con la gente, abocándose a las visitas pastorales de las parroquias de los barrios y pueblos del interior provincial.
Mons. Angelelli en La Rioja
1968. Designado por Pablo VI, el 24 de agosto asumió el obispado de La Rioja, el mismo día que se iniciaban las deliberaciones en Medellín del episcopado latinoamericano. El nuevo obispo quiso ser "un riojano más" y desde el inicio visitó instituciones, comunidades, barrios y poblados riojanos.
En setiembre los sacerdotes fueron convocados a las jornadas pastorales, de las que surgió el Documento del Carmen, con las orientaciones para toda la diócesis. También los movimientos laicales fueron invitados a renovarse y sumarse como corresponsables de esta acción.
En 1969 la misa radial, que se celebraba desde la Catedral, asumió el carácter de dioccesana, celebrada por el Obispo. En mayo de ese año se realizó la Semana Diocesana de Pastoral. Allí se redactó un documento que profundizaba el análisis de la realidad provincial y el compromiso por la liberación del hombre y la mujer riojanos. Desde esta opción la pastoral de Angelelli se caracterizó por estar junto a los trabajadores en sus reclamos y con los campesinos impulsando su organización cooperativa. Asumió un rol profético denunciando la usura, la droga, las casas de juego y el manejo de la prostitución, en manos de los poderosos de la sociedad riojana. Visitó los barrios alentando a los vecinos a organizarse para solucionar la falta de viviendas y organizar cooperativas de consumo. Recorrió toda la provincia llegando a los pueblos más remotos y olvidados. Reclamó al gobierno nacional el presupuesto para la provincia y condenó la arbitrariedad de los gobernantes. Alentó la organización de las empleadas domésticas. E instó a todos a comprometerse en la acción política para el servicio y bienestar del pueblo.
Estas acciones de compromiso con los pobres enseguida provocó reacciones en su contra. Los grupos católicos conservadores, cuyas instituciones habían sido puestas por el Obispo en estado de asambleas, se resistieron a los cambios iniciando campañas de calumnias y difamaciones. Al llegar la Navidad de 1970 Mons. Angelelli nuevamente realizó un gesto profético: dejó de celebrar la misa de nochebuena en la catedral, para celebrarla en los años sucesivos en los barrios y poblados riojanos más pobres.
Al clausurar la tradicional fiesta del Tinkunaco, en 1971, Angelelli reafirmó la misión de la iglesia riojana y denunció las compañas en su contra, que se intensificaron ese año hasta culminar con la prohibición de la misa radial celebrada por el obispo. Las movilizaciones y protestas en la provincia, que alcanzaron repercusión nacional en los medios de prensa, contrastó con el silencio de la Conferencia Episcopal.
Entre 1971 y 1972 se concretó la instalación y el desarrollo del Movimiento Rural Diocesano. Una de sus acciones fue crear la CODETRAL ( Cooperativa de Trabajo Amingueña Limitada), en la zona de la Costa, impulsando la expropiación del latifundio de Azzalini. La cooperativa permitiría obtener mejores precios para los productos regionales y trabajar solidariamente las tierras improductivas. En agosto un nuevo hecho enfrentó a Angelelli y su presbiterio con el gobierno de facto, cuando la policía detuvo a dos sacerdotes y un laico.
En 1973, con las elecciones generales, renacieron las esperanzas populares. A la iglesia riojana se le restituyó la misa radial. Pero, en el marco de las movilizaciones por la expropiación del latifundio de Azzalini, se produjo el 13 de junio en Anillaco, organizado por los terratenientes del lugar, el apedreo y la expulsión del obispo, sacerdotes y religiosas que habían concurrido a las fiestas patronales de San Antonio. En respuesta, el Obispo sancionó canónicamente a los promotores, que intentaban disfrazar el conflicto, acusando de "comunista" a la iglesia riojana.
1974. En el país se vivía un recrudecimiento de la crisis social y política con violentos asesinatos, atentados y ataques a los dirigentes y organizaciones populares. En Setiembre Mons. Angelelli viajó a Roma en visita "ad limina". Estando en Europa le sugirieron que no regresara porque su nombre figuraba en la lista de amenazados por los parapoliciales de Las tres A (Alianza Anticomunista Argentina).
Angelelli retornó a su diócesis y planteó los ejes de trabajo para 1975: caminar con y desde el pueblo, seguir actuando el Concilio y continuar la promoción integral de los riojanos. La diócesis se movilizó con la visita misionera de San Nicolás, patrono de La Rioja, por los pueblos del interior. La misión se realizó con gran entusiasmo, sintetizando en cada lugar los deseos de justicia, fraternidad y paz para la sociedad riojana.
Martirio de Mons. Angelelli
1976: En febrero fueron detenidos en Mendoza el Vicario General de la diócesis riojana, Mons. Esteban Inestal junto a dos dirigentes del movimiento rural. Luego del golpe de estado del 24 de marzo se intensificó el control y seguimiento a los miembros de la Iglesia, en el marco de la represión desatada por la dictadura militar. Mons. Angelelli levantó su voz para denunciar las violaciones a los derechos humanos e hizo conocer al Episcopado la persecución de era objeto la iglesia en La Rioja. También hizo gestiones ante las autoridades militares, incluyendo al Comandante del III Cuerpo de Ejército, Luciano B. Menéndez. "El que se tiene que cuidar es Ud.", amenazó el militar. Ante la inseguridad el Obispo de La Rioja aconsejó a muchos sacerdotes, religiosas y laicos abandonar la diócesis para protegerlos, pero no aceptó la invitación de obispos latinoamericanos para un encuentro en Quito, Ecuador. "Tengo miedo, pero no se puede esconder el Evangelio debajo de la cama", confesó a sus familiares que vislumbraban el trágico final.
La represión se agudizó. Fueron detenidos el P. Eduardo Ruiz, del Olta y el P. Gervasio Mecca, de Aimogasta. El 18 de julio fueron secuestrados, torturados y asesinados los padres Gabriel Longueville y Carlos Murias, de Chamical. Pocos días después, el 26 de julio, ametrallaron en la puerta de su casa al laico campesino Wenceslao Pedernera, en Sañogasta. Y cuando el 4 de agosto, Mons. Angelelli, junto al P. Arturo Pinto, retornaba a la capital riojana, luego del novenario a los sacerdotes asesinados de Chamical, a la altura de Punta de Los Llanos, su camioneta fue obstruida por un peugeot 404, lo que le provocó el vuelco. El cuerpo del Obispo fue sacado y su nuca golpeada contra el asfalto, quedando su corpulenta figura extendida con los brazos abiertos sobre la ruta.
Aunque se intentó ocultar el crimen como "accidente automovilístico" y la causa judicial iniciada fue enseguida archivada, en 1983, con el retorno de la democracia, se reabrió y en 1986 el Juez Aldo F. Morales dictaminó que la muerte de Mons. Angelelli fue un "homicidio fríamente premeditado", debiéndose identificar a los autores. En 1989, los altos jerarcas de las Fuerzas Armadas implicados en el crimen fueron beneficiados por las leyes de obediencia debida y punto final que consagraron la impunidad en las violaciones a los derechos humanos.
A pesar de no haber sido canonizado oficialmente por la Iglesia, no hay dudas ni de su martirio, ni de su vida entera entregada por la causa de Jesucristo: anunciar desde los pobres el Evangelio de la Vida, para construir juntos el Reino de Dios.
Tomado de: Centro Tiempo Latinoamericano (Córdoba)
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