El paso del Señor en la noche de la salida de Egipto del pueblo de Israel, fue el inicio de un largo caminar hasta llegar a la tierra prometida. La vida en Cristo, nuestra Pascua, no brota instantáneamente en nosotros, pues es un proceso, debe madurar poco a poco.
Nos impacientamos, a veces, si no vemos resultados inmediatos sobre nuestro caminar como discípulos de Cristo. Por ello, la liturgia de hoy nos puede ayudar a seguir viviendo la Pascua hasta llegar a vivir la Pascua final.
Este domingo leímos el evangelio de Lucas 24,13-35 que nos describe con exquisita delicadeza y una estructura bien pensada la aparición de Cristo a los discípulos de Emaús.
La estructura de la narración de los discípulos de Emaús no es un hecho más entre los muchos que tuvieron lugar el día de Pascua. Puede verse en este episodio un modelo de itinerario que ha de seguir todo creyente, para llagar al encuentro con Jesucristo vivo.
Muchos cristianos podemos sentirnos retratados en los discípulos de Emaús. Está muy claro que los discípulos de Emaús tuvieron una crisis de fe.
La muerte de Jesús llevó a sus discípulos a una decepción. Los dos de Emaús se expresaban así: “Nosotros esperábamos...”. Jesús camina con ellos pero no le reconocen. Hicieron mal en alejarse de la comunidad de los discípulos. Nunca hay que abandonar la Iglesia, la comunidad cristiana.
Jesucristo camuflado como un caminante más, les enardece el corazón con la explicación de las Sagradas Escrituras. A pesar de lo que sienten en su corazón, se resisten a creer. No quieren volver a la comunidad. No creen en la posibilidad de la Resurrección. Vuelven a su casa.
También nosotros en nuestra vida no llegamos a reconocer a Cristo que se hace compañero en nuestro peregrinar hacia la Pascua definitiva. Hoy nosotros podemos animarnos con este relato evangélico.
Como siempre, es Cristo quien toma la iniciativa de buscar a los discípulos desanimados. Dios puede tomar diversas formas para hacerse presente en nuestro itinerario de la vida.
El encuentro con el hermano prepara el encuentro con el Señor. Los discípulos de Emaús aunque estuvieron desanimados, invitaron a Jesús, al caminante desconocido, a cenar.
La caridad, el amor fraterno, es el mejor ambiente para reconocer al Señor que está con nosotros.
“Ellos contaron lo que les había sucedido por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan”, cuentan a los otros apóstoles al volver al cenáculo donde estaban reunidos. Pareciera que Lucas quiere demostrar a los cristianos que el momento para ver al Resucitado es la fracción del pan, o sea, la Eucaristía o Misa.
La eucaristía dominical es para los cristianos el “Centro y el Culmen de la vida cristiana”, es como el motor para su vida en Cristo. Día a día, misa a misa, se va encontrando al Señor.
No veremos aparentemente milagros, pero a través de la fe se nos ofrece un encuentro con Cristo.
Sin pretender Lucas contarnos la celebración de la eucaristía, nos ha dejado en el último capítulo de su evangelio una catequesis de esta importante convicción. Que Jesús sigue vivo y presente en la Eucaristía y en ella se centran los aspectos esenciales: ver a Cristo, con los ojos de la fe, en la Palabra, en la comunidad reunida y en la fracción del Pan.
La experiencia del encuentro con Cristo tiene y tendrá su momento privilegiado en la Eucaristía. Al mismo tiempo es la ayuda poderosa para ir a la misión.
Los dos discípulos de Emaús después de reconocer a Jesús en la fracción del Pan, corrieron presurosos a anunciar a los demás la experiencia del encuentro con Cristo.
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