Hno. Claudio.-
Teresa de Jesús y el Resucitado
Santa Teresa de Jesús vive en plenitud la Resurrección de Cristo y es el mismo Cristo resucitado quien se le aparece. Ella misma nos lo cuenta en el libro de la Vida:
“Estando un día en oración, quiso el Señor mostrarme solas las manos con tan grandísima hermosura que no lo podría yo encarecer. … Desde a pocos días, vi también aquel divino rostro, que del todo me parece me dejó absorta. No podía yo entender por qué el Señor se mostraba así poco a poco, pues después me había de hacer merced de que yo le viese del todo, hasta después que he entendido que me iba Su Majestad llevando conforme a mi flaqueza natural. ¡Sea bendito por siempre!, porque tanta gloria junta, tan bajo y ruin sujeto no la pudiera sufrir. Y como quien esto sabía, iba el piadoso Señor disponiendo …
Sonlo tanto los cuerpos glorificados, que la gloria que traen consigo ver cosa tan sobrenatural hermosa desatina … Un día de San Pablo, estando en misa, se me representó toda esta Humanidad sacratísima como se pinta resucitado, con tanta hermosura y majestad … Sólo digo que, cuando otra cosa no hubiese para deleitar la vista en el cielo sino la gran hermosura de los cuerpos glorificados, es grandísima gloria, en especial ver la Humanidad de Jesucristo, Señor nuestro, aun acá que se muestra Su Majestad conforme a lo que puede sufrir nuestra miseria; ¿qué será adonde del todo se goza tal bien?” (V 28, 1-3).
El “encuentro” de Teresa con Cristo resucitado es un camino en el que poco a poca va descubriendo la Gloria de Dios. Es una realidad que le desborda y que le llena de inmensa felicidad y gozo. Teresa de Jesús ve en primer lugar solamente las manos. Esas manos que años más tarde le van a entregar un clavo que se convierte en signo del matrimonio espiritual de Teresa con Cristo. Son las manos con las que Cristo acaricia, cura y consuela a Teresa. No queda todo en las manos, sino que pocos días después ve el divino rostro de Cristo que le marca en su interior profundamente. Ese rostro que ha contemplado tantas veces en la Pasión sudando sangre, escupido, abofeteado, coronado de espinas y al final caído sobre el propio pecho lo ve ahora glorificado. Ya no es un rostro doloroso y sufriente, sino que es un rostro glorificado, iluminado y radiante de una potente luz que proviene de la resurrección.
La Santa de Ávila se pregunta por qué Cristo se le va mostrando poco a poco y no lo hace de una vez. Se da cuenta de que no se halla preparada, de que su persona no se encuentra en condiciones de contemplar tanta belleza y hermosura junta en la persona de Cristo resucitado. Cuando reconoce y asume esta debilidad, llega el momento en que toda la Humanidad de Cristo se le muestra. Cristo resucitado se le manifiesta ya en su plenitud, igual que a la Magdalena en la mañana de Pascua. El mismo Dios hecho carne y resucitado de entre los muertos se le aparece a Teresa y le transforma totalmente. Es una experiencia que va a convertirse en un jalón clave de su vida espiritual. Es algo que nunca olvidará y que va a cambiar por completo la vida de Teresa de Jesús hasta tal punto que nos dirá que “no hay poderlo olvidar … queda el alma otra, siempre embebida”.
Teresa de Jesús no se conforma con describir su encuentro con el Resucitado. Quiere que lleguemos a comprender, quiere que la entendamos para poder compartir con ella la alegría de la Resurrección. Nos dice que “esta visión, aunque es imaginaria, nunca la vi con los ojos corporales, ni ninguna, sino con los ojos del alma”.
Es una realidad que “ciega” a Teresa, y le llena de la presencia de su Esposo “no es resplandor que deslumbre, sino una blancura suave y el resplandor infuso, que da deleite grandísimo a la vista y no la cansa, ni la claridad que se ve para ver esta hermosura tan divina. Es una luz tan diferente de las de acá, que parece una cosa tan deslustrada la claridad del sol que vemos, en comparación de aquella claridad y luz que se representa a la vista, que no se querrían abrir los ojos después. Es como ver un agua clara, que corre sobre cristal y reverbera en ello el sol, a una muy turbia y con gran nublado y corre por encima de la tierra. No porque se representa sol, ni la luz es como la del sol; parece, en fin, luz natural y estotra cosa artificial. Es luz que no tiene noche, sino que, como siempre es luz, no la turba nada. En fin, es de suerte que, por gran entendimiento que una persona tuviese, en todos los días de su vida podría imaginar cómo es. Y pónela Dios delante tan presto, que aun no hubiera lugar para abrir los ojos, si fuera menester abrirlos; mas no hace más estar abiertos que cerrados, cuando el Señor quiere; que, aunque no queramos, se ve.”.
La Santa de Ávila habla siempre por experiencia, todo lo que nos relata antes lo ha vivido y quiere transmitírnoslo con sus propias palabras: “diré, pues, lo que he visto por experiencia. Bien me parecía en algunas cosas que era imagen lo que veía, mas por otras muchas no, sino que era el mismo Cristo, conforme a la claridad con que era servido mostrárseme. Unas veces era tan en confuso, que me parecía imagen, no como los dibujos de acá, por muy perfectos que sean, que hartos he visto buenos; es disparate pensar que tiene semejanza lo uno con lo otro en ninguna manera, no más ni menos que la tiene una persona viva a su retrato, que por bien que esté sacado no puede ser tan al natural, que, en fin, se ve es cosa muerta. No digo que es comparación, que nunca son tan cabales, sino verdad, que hay la diferencia que de lo vivo a lo pintado, no más ni menos. Porque si es imagen, es imagen viva; no hombre muerto, sino Cristo vivo; y da a entender que es hombre y Dios; no como estaba en el sepulcro, sino como salió de él después de resucitado; y viene a veces con tan grande majestad, que no hay quien pueda dudar sino que es el mismo Señor, en especial en acabando de comulgar, que ya sabemos que está allí, que nos lo dice la fe. Represéntase tan señor de aquella posada, que parece toda deshecha el alma se ve consumir en Cristo”.
Esta visión de Teresa provoca en ella un cambio radical, “queda el alma otra, siempre embebida”, Teresa de Jesús es transformada por el encuentro con Cristo resucitado y “tan imprimida queda aquella majestad y hermosura, que no hay poderlo olvidar, si no es cuando quiere el Señor que padezca el alma una sequedad y soledad grande, que aun entonces de Dios parece se olvida”.
Además “viendo” a Cristo resucitado descubre su Humanidad y la omnipotencia y amor de Dios que todo lo llena “porque con los ojos del alma vese la excelencia y hermosura y gloria de la santísima Humanidad y se nos da a entender cómo es Dios y poderoso y que todo lo puede y todo lo manda y todo lo gobierna y todo lo hinche su amor”.
No pensemos que este tipo de visiones pueden ser engaños del demonio o producto de la psicología. Esta visión es muy diferente a todo eso y para la Santa de Ávila “ ser imaginación esto, es imposible de toda imposibilidad. Ningún camino lleva, porque sola la hermosura y blancura de una mano es sobre toda nuestra imaginación: pues sin acordarnos de ello ni haberlo jamás pensado, ver en un punto presentes cosas que en gran tiempo no pudieran concertarse con la imaginación, porque va muy más alto -como ya he dicho¬ de lo que acá podemos comprender; así que esto es imposible”. (V 28, 4-11)
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