Benjamín Forcano
RAZÓN Y PLANTEAMIENTO DEL TEMA
Previo a la exposición que voy a hacer, considero importante señalar la actualidad y oportunidad del tema. Porque si bien es cierto que, desde antiguo, en el llamado “régimen de cristiandad” existía una teología legitimadora de los poderes imperialistas y colonizadores, lo es también que en esas situaciones existían raíces y semillas de una teología cuestionadora y profética, liberadora, que adquirió carta de ciudadanía en los años inmediatamente posteriores al concilio Vaticano II. Podemos señalar como propio de la teología de la liberación el período que va de los años 60 hasta nuestros días.
Probablemente, no ha existido en el período posconciliar, un fenómeno religioso tan fuerte y novedoso y que haya suscitado tanta preocupación en las esferas del poder religioso y político. Políticamente, se lo vio enseguida como un hecho peligroso y religiosamente se la catalogó como sospechoso de herejía.
En 1968, Rockefeller , después de una gira por Latinoamérica, dijo: “Si la Iglesia latinoamericana cumple los acuerdos de Medellín, los intereses de Estados Unidos, están en peligro en América Latina”. Y, en tiempos del presidente Reegan, la alarma se tornó en toque de guerra en el Documento de Santa Fe: “La política exterior de Estados Unidos debe comenzar a enfrentar (y no simplemente a reaccionar con posterioridad) la teología de la liberación, tal como es utilizada en América latina por el clero de la teología de la liberación”.
Eclesiásticamente, el movimiento de la teología de la liberación cobró impulso con el Vaticano II y recibió consagración oficial en la reunión del episcopado latinoamericano en Medellín.
Pero, no tardó en llegar la restauración y comenzaron a sonar voces de la curia romana y de la alta jerarquía que veían peligros y errores en la teología de la liberación. Fue Ratzinger, hoy Papa, pero entonces teólogo y cardenal de la Congregación para la doctrina de la fe, quien en 1984 escribe un documento en el que señala graves errores en la teología de la liberación. Lógicamente fueron muchos los teólogos que contestaron a este documento mostrando la falsedad de sus observaciones y argumentos.
No ha sido, pues, casual que la teología de la liberación haya suscitado alarma. Naciendo en las periferias sociales cristianas de América Latina, traía el clamor de millones de pobres, de pueblos enteros dominados y explotados. Y a su lado contaban con teólogos que, solidarios con su situación, elaboraban una teología nueva, que acogía su grito, alentaba el despertar de sus conciencias y patrocinaba el levantamiento de su dignidad con un nuevo modo de actuar en la sociedad en conformidad con el Evangelio.
Está aquí, creo, la clave para el que quiera entender la teología de la liberación. Desmontaba el viejo edificio del sistema opresor, construido por una teología cómplice, legitimadora de clases, de monopolios, de privilegios y de imperios.
La religión cristiana daba un giro radical: en lugar de seguir ejerciendo de opio, de resignación, de humillación y de fatalismo pasaba a ejercer de inteligencia, de rebeldía, de solidaridad, de emancipación y de esperanza. La teología de la liberación ponía al descubierto las complicidades del poder eclesiástico y político. ¡Y eso no se perdona!
Esta posición ha sido común en los teólogos de la liberación. Como muestra traigo unas palabras del famosos teólogo J.B. Metz, inspirador de la teología política y que pronuncia en 1981, en Nicaragua: “Yo vengo de una cultura cristiana y teológica en la que los procesos revolucionarios se han hecho o contra la Iglesia y la Religión, o sin ellas, como la Reforma, la Ilustración, la Revolución francesa y la Revolución rusa...Entre nosotros, la identidad cristiana está marcada, no exclusivamente, pero sí fundamentalmente, por lo que llamaría la religión burguesa. Nosotros sólo tenemos experiencia de una Iglesia que ha legitimado y apoyado a los poderes estatales... El tiempo en el cual la Iglesia legitima a los poderosos habría pasado y habría llegado la época de la liberación y de la función subversiva de la Iglesia. El tiempo de la legitimación estaría superado y habría empezado la época de la liberación” (Servicio del Centro Ecuménico Valdivieso, Entrevista sobre “La Iglesia en el proceso revolucionario de Nicaragua”, Managua, 1981).
No es de extrañar que, en este contexto, la reacción tratase de organizarse para neutralizar sino obstruir el camino de esta nueva teología.
En este sentido, la teología de la liberación estaba sentenciada, se la iba a denigrar bárbaramente y conocería la persecución dentro y fuera de la Iglesia. Han sido centenares y aun miles los mártires de la teología de la liberación en los continentes de la miseria: campesinos, maestros, educadores, líderes sindicales, catequistas, religiosos y religiosas, sacerdotes, obispos...
En el año 1978, a las ocho de la mañana, en la catedral de El Salvador, escuchaba yo, en medio de centenares de campesinos la voz profética de Mons. Romero, que denunciaba los desmanes de los gobernantes contra su pueblo. Fue una hora y cuarto de homilía y el pueblo aplaudía. Aquélla voz, unos meses después, el 24 de marzo, quedaba enmudecida por una bala mientras celebraba la santa misa. Y el golpe más brutal de esta persecución se asestó contra los jesuitas de El Salvador, adalides de la teología de la liberación. Cayeron acribillados por las balas de un ejército y de un gobierno apadrinado por la política del Pentágono.
¡Era muy peligrosa, cómo no, la teología de la liberación! Aquella religión no casaba con la religión tradicional, justificadora de los intereses de los ricos, de los latifundistas, de las familias adineradas, de la burguesía, acostumbradas a a que les bendijera sus conciencias y sus mansiones.
PERO, QUÉ ES LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN
Entiendo perfectamente que Leonardo Boff haya escrito: “La teología de la Liberación es la primera teología moderna que ha asumido este objetivo global: pensar el destino de la humanidad desde la condición las víctimas. En consecuencia, su primera opción es comprometerse con los pobres, la vida y la libertad para todos”.
Y sigue: “La pobreza entendida como opresión revela muchos rostros: el de los indígenas que desde su sabiduría ancestral concibieron una fecunda teología de la liberación indígena; la teología negra de la liberación que resiente las marcas dolorosas dejadas en las naciones que fueron esclavistas; el de las mujeres sometidas desde la era neolítica a la dominación patriarcal; la de los obreros utilizados como combustible de la maquinaria productiva. A cada opresión concreta corresponde una liberación concreta”.
2. La irrupción de los pobres en el mundo de la teología
Ya hoy es común admitir que la pobreza no es fruto del azar o del fatalismo sino de la lógica del sistema neoliberal, hoy predominante y globalizado.
Se trata en primer lugar de concebir la pobreza no como un elemento individual, separado de la historia y de la colectividad, sino como un elemento comunitario. La pobreza es un fenómeno colectivo generado por factores socioeconómicos y culturales.
En largos sectores de la sociedad se ha mantenido por mucho tiempo la idea de que el hecho de la pobreza era irremediable, efecto de causas extrañas o misteriosas, y que inducían a pasiva resignación.
Religiosamente se puede confirmar con cantidad de documentos este estado de cosas bastante generalizado.
El interés de la teología por los pobres es relativamente reciente y todavía hoy no es compartido por todos los teólogos. En las décadas anteriores al Vaticano II se habla mucho de la “ pobreza espiritual” pero nada de los pobres sociológicos.
La irrupción de los pobres en la Teología se realiza de verdad en el ámbito de los países del Tercer mundo, concretamente en América Latina, a partir del 68 (Medellín y Puebla), bajo los auspicios de la teología de la liberación. (Cfr. Víctor Codina, Congreso de Teología y Pobreza, La irrupción de los pobres en la Teología contemporánea, en Misión Abierta, Noviembre, 1981).
3. La pobreza parte integrante del sistema capitalista
A quien estudie el tema verá que la realidad de la pobreza en nuestro tiempo aparece como parte integrante del sistema capitalista. El capitalismo se presenta como generador e irradiador de una riqueza que jamás antes existió, pero oculta el recorrido tortuoso hasta llegar a ella y las víctimas sin cuento que va dejando en el camino. Paradójicamente, se va cumpliendo, pero con abultada crueldad, el diagnóstico de Marx. Cualquiera que sea la superestructura cultural de una sociedad, hay que contar en primer lugar con la estructura económica que la sustenta.
El factor económico no es el único pero es el básico y es lo que explica que la economía nacional y mundial adquiera un carácter rígido, de enorme peso e influencia, casi imposible de sustituir por otro que corrija sus perversiones y abusos.
Si es verdad , como dice Ignacio Ellacuría, que los pobres no pueden identificarse con cualquier otro tipo de sufrientes y dolientes, nos encontramos sin embargo con el dato aplastante de la pobreza tal como la están viviendo hoy mayorías populares de muchos países (Cfr. Los pobres lugar teológico en América Latina, en Misión Abierta, Noviembre, 1981, vol. 74, p.227). Y ese dato nos dice que es dentro de la estructura económica neoliberal donde vamos a encontrar la clave que explique su funcionamiento y los resultados, positivos para unos y negativos para otros.
Resulta por tanto que la pobreza existe como una realidad dialéctica y política. Dialéctica porque en nuestra situación hay pobres porque hay ricos, hay una mayoría de pobres porque hay una minoría de ricos. Una pobreza fruto de escasos recursos no nos permitiría hablar propiamente de pobres.
La verdad es que los ricos se han hecho tales desposeyendo a los pobres de lo que era suyo, de su salario, de sus tierras, de su trabajo, etc. Por eso, si los ricos son los empobrecedores, los pobres son los empobrecidos; si los ricos son los desposeedores, los pobres son los desposeídos; si lo ricos son los opresores y represores, los pobres son los oprimidos y reprimidos (Ibídem, p.227)
Ciertamente, la pobreza no es efecto de la escasez de recursos. El hecho de que el Norte tenga seis veces más que el Sur, no es fruto de la escasez; el hecho de que el Norte (1/4 parte de la humanidad) consuma el 75 % de los recursos terrestres, no es fruto de la escasez; ni el hecho de que tenga el 80 % del comercio y el 93 % de la industria no es fruto de la escasez; el hecho de que el PNB per cápita sea de 3, 60 dólares al año en el Sur de Asia, o de 8 en África y de 206 en Norteamérica, no es fruto de la escasez; el hecho de que en África haya un médico por cada 50.000 habitantes y en los países industrializados uno por cada 450 habitantes, no es fruto de la escasez; el hecho de que Estados Unidos y otros países industrializados dediquen miles de millones de dólares (y aquí uno renuncia a dar cifras) al armamentismo y nimios porcentajes a resolver las necesidades básicas de la humanidad, no es fruto de la escasez. Es fruto simplemente de una relación de causalidad entre ricos y pobres.
Con ocasión de los 500 años de la llegada de los europeos a América Latina, pudimos recoger escritos e informes estremecedores de la situación de miseria y opresión de esos pueblos. Uno de esos escritos es éste de Rigoberta Menchú:
“Con amargura y tristeza constatamos que el etnocidio y el genocidio continúan. El robo de tierras y recursos naturales no ha terminado. La militarización de pueblos indígenas continúa. Asimismo, tierras y territorios indígenas siguen siendo utilizados con fines militares que nada tienen que ver con los intereses de los indígenas. La represión generalizada, la discriminación en todos los aspectos, la tortura y la muerte hacen parte de lo cotidiano de nuestros pueblos. Se sigue practicando la destrucción y contaminación de los territorios tradicionales. Tierras indias están siendo o pretenden ser utilizadas como basureros químicos, industriales o radiactivos. Se generaliza el saqueo de los recursos indispensables para la vida de los pueblos indígenas. En nombre de un supuesto desarrollo se destruyen y se desacralizan lugares de ceremonias y sitios sagrados. Nuestras culturas, lenguas, religiones, ceremonia , valores, contribuciones y creatividad son pisoteados regularmente” (R. Menchú, Consideraciones ante la II Cumbre ).
Con dolorida razón escribía Sami Naïr:
“Los capitales circulan del Sur hacia el Norte y no en sentido contrario. La deuda exterior de los países pobres es del orden de 2,5 billones de dólares. La devuelven con un cuchillo en la garganta. La de Estados Unidos es de seis billones de dólares. ¡Y nadie obliga a Estados Unidos a devolverla!” (El País, 12 de Febrero de 2002, pg. 12).
Es decir, que el pobre en nuestro tiempo no es una persona aislada, ni grupos que son objeto de asistencia o beneficencia social. Los pobres son, en palabras de Gustavo Gutiérrez, “las clases explotadas, las razas marginadas, las culturas despreciadas” que, con conciencia de su postración aspiran a conquistar el protagonismo que les corresponde para poder actuar como sujetos de la historia.
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