11 de octubre de 2010

Historia Breve de la Teología de la Liberación (II)

2. Amar a Dios y al prójimo hoy en América Latina
Roberto Oliveros Maqueo SJ en Koinonia

Este segundo elemento central entra en la experiencia fundante que dio origen a la Teología de la Liberación hace fácilmente y comprensible el porqué de su impacto en la conciencia cristiana latinoamericana.

Ahora bien, cuando vivíamos de espaldas a las grandes mayorías empobrecidas, ¿cómo las íbamos a amar? A lo sumo se hacía con ellas ciertas donaciones de caridad, en forma paternalista y asistencial.

Abrir los ojos y el corazón hacia los pobres permitió descubrir su situación y vivir la experiencia de ser evangelizados por ellos. La parábola de Epulón y Lázaro se hizo nítida. El rico se encerró en sus cosas y se olvidó de su hermano (Lc 16, 19-31; Gén 4, 9). El rico Epulón no salió de su camino, no entró en el camino del necesitado y no conoció a Dios. El mismo mensaje central aparece en la parábola del samaritano, la cual comienza con la cuestión sobre el mandamiento central (Lc 10, 25-37). El prójimo no es primordialmente el pariente cercano, el círculo de amistades, sino el otro que está tirado sufriente al lado del camino, ese desconocido y diferente que precisa de mi ayuda y solidaridad.

Prójimo no es aquel que yo encuentro en mi camino, sino aquel en cuyo camino el amor me empuja a situarme. Aquel a quien yo me acerco y busco activamente movido por los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús[6].

El Señor Jesús y los fariseos conocían el decálogo y las prescripciones de la torah. Sabían que el primer mandamiento y principal es el amor a Dios y al prójimo. Es más, ambos lo predicaban y lo tenían como piedra capital de su doctrina. ¿Porqué el enfrentamiento con esos hombres religiosos si coincidían en lo esencial del mensaje? El meollo del asunto está en qué experiencia se tiene de y qué contenido se le dé al prójimo y consiguientemente. Los fariseos afirmaban querer a Dios y al prójimo: y crucificaron a Jesús. Y por ello no es de sorprender la campaña orquestada en el hoy contra la pastoral y la teología de la liberación.

Hoy en América Latina se relee la Escritura, en la teología de la liberación, desde el pobre, desde la clase explotada con la que se hizo solidario Cristo. Y de ahí surge la pregunta: ¿qué exigencias entraña hoy el amor al prójimo? Esto no es un tema más en la teología de la liberación. Es su corazón. Es la vida, es la sangre que anima la experiencia e intuición original y la existencia de los grupos cristianos en la praxis de la liberación. Amar a Dios y al prójimo significa salir de mi camino, entrar al camino del oprimido, del golpeado por la injusticia y comprometerme con su causa.

Ciertamente, lo anterior lleva a menudo riesgo de la misma vida, como nos anunció Jesús, el Buen Pastor[7]. Pero ese hacernos hermanos desde los pobres y no sólo sabernos hermanos y quedarnos en palabras, es lo que lleva a construir sobre roca (Mt 7, 21-27). El compromiso con el pobre permite superar el reduccionismo de considerar el amor al prójimo como el amar sólo su alma y a todo tipo de espiritualizaciones deformantes. Lo mismo se diga de la reducción del amor al prójimo, entendiendo éste como la propia familia o grupo cerrado que nos rodea. El amor al prójimo pobre abre a la universalidad, al reconocimiento que todos somos hijos de un mismo Padre.

La universalidad del amor al prójimo adquiere peso de la verdad, cuando tiene, como preocupación prioritaria, amar a aquellos hermanos que los poderosos de este mundo desprecian y denigran: los indígenas, los analfabetos, los marginados, los negros (Mt 5, 46). El sentido y significado de este elemento de la experiencia fundante de la teología de la liberación fue también recogido y expresado por el sínodo regional de Puebla, atento a la voz del Espíritu que clama desde el pueblo pobre:

“El amor a Dios, que nos dignifica radicalmente, se vuelve por necesidad comunión de amor con los demás hombres y participación fraterna; para nosotros, hoy, debe volverse principalmente obra de justicia para los oprimidos, esfuerzo de liberación para quienes más lo necesitan. En efecto, no puedes amar a Dios a quien no ves, si no amas al hermano que sí ves; por ello, el que dice que ama a Dios y desprecia al hermano es un mentiroso (1 Jn 4, 20)... El Evangelio nos debe enseñar que, ante las realidades que vivimos, no se puede hoy en América Latina amar de veras al hermano y por lo tanto a Dios, sin comprometerse a nivel personal y en muchos casos, incluso, a nivel de estructuras, con el servicio y la promoción de los grupos humanos y de los estratos sociales más desposeídos y humillados, con todas las consecuencias que se siguen en el plano de esas realidades temporales” (DP, 327)[8].

Cristo vivió el amor eficazmente. Con eficacia profética, con eficacia de cruz. Amar como Cristo conlleva hoy también tomar la cruz y seguirlo. No ocultó el Señor que su seguimiento, dolorosamente, traería escisiones aún de padres contra hijos, de amigo que traiciona al propio amigo, del discípulo que entrega al maestro. La misión hoy de crear una sociedad fraternal, amar en la historia, implica una dimensión política; una caridad, al modo de Jesús, subversiva del desorden social, de la injusticia institucionalizada.

El amor evangélico lleva a la unidad, que tiene su modelo en la unidad misma de la Santísima Trinidad (Jn 17, 21). Ahora bien, la unidad de los seres humanos no se logra sino superando las contradicciones en que históricamente nos encontramos situados, pues las tinieblas se oponen a la luz: (Jn 1, 11).

Hoy, la sangre de Dios en el pobre sigue redimiendo. Sangre derramada del oprimido en su esfuerzo contra el opresor para que deje de serlo. Sangre sin odio, pero con Misión. El color de la sangre de Cristo, el amor, se recoge en la teología de la liberación. El calor humano del amor, también sus rasgos afectivos, se resitúan evangélicamente al vivirse desde el pobre y su causa.

El mandamiento y modo de amar a Dios y al prójimo por Jesús de Nazareth sorprendió a muchos entendidos de su época. Y todavía hoy nos sorprende su estilo de amar y construir la unidad desde los pobres, y sus consecuencias. ¡Qué contradicción! Amar, esforzarse por construir la fraternidad, acarrea persecución y muerte. No hay mayor amor, que el que entrega la vida por su amigo(Jn 15, 20). Pero esta lucha y dolor tiene la certeza del triunfo (Jn 16, 33).
NOTAS:
[6] Gutiérrez G., Teología de la Liberación. Perspectivas, Salamanca 1972. La primera edición de este libro, se hizo por la ed. CEP, Lima en 1971. Para las citas, usaré la edición de 1972.

[7] La figura de monseñor Oscar Arnulfo Romero se ha convertido en América Latina en paradigma del Buen Pastor. Poco antes de morir, monseñor Romero dejó el testimonio de la entrega libre de su vida en favor de todo su pueblo.

[8] Puebla 327.

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