25 de julio de 2010

Santiago....

Lecturas bíblica liturgicas correspondiente al día domingo 25 de julio de 2010.
Santiago, apóstol, SolemnidadLibro de los Hechos de los Apóstoles 4,33.5,12.27-33.12,2.
Los Apóstoles daban testimonio con mucho poder de la resurrección del Señor Jesús y gozaban de gran estima. Los Apóstoles hacían muchos signos y prodigios en el pueblo. Todos solían congregarse unidos en un mismo espíritu, bajo el pórtico de Salomón, Los hicieron comparecer ante el Sanedrín, y el Sumo Sacerdote les dijo:
"Nosotros les habíamos prohibido expresamente predicar en ese Nombre, y ustedes han llenado Jerusalén con su doctrina. ¡Así quieren hacer recaer sobre nosotros la sangre de ese hombre!".
Pedro, junto con los Apóstoles, respondió: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.
El Dios de nuestros padres ha resucitado a Jesús, al que ustedes hicieron morir suspendiéndolo del patíbulo. A él, Dios lo exaltó con su poder, haciéndolo Jefe y Salvador, a fin de conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de estas cosas, nosotros y el Espíritu Santo que Dios ha enviado a los que le obedecen".
Al oír estas palabras, ellos se enfurecieron y querían matarlos. Mandó ejecutar a Santiago, hermano de Juan.

Salmo 67(66),2-3.5.7-8.
El Señor tenga piedad y nos bendiga, haga brillar su rostro sobre nosotros,
para que en la tierra se reconozca su dominio, y su victoria entre las naciones.
Que canten de alegría las naciones, porque gobiernas a los pueblos con justicia y guías a las naciones de la tierra.
La tierra ha dado su fruto: el Señor, nuestro Dios, nos bendice.
Que Dios nos bendiga, y lo teman todos los confines de la tierra.

Carta II de San Pablo a los Corintios 4,7-15.
Pero nosotros llevamos ese tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios.
Estamos atribulados por todas partes, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aniquilados.
Siempre y a todas partes, llevamos en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.
Y así aunque vivimos, estamos siempre enfrentando a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De esa manera, la muerte hace su obra en nosotros, y en ustedes, la vida. Pero teniendo ese mismo espíritu de fe, del que dice la Escritura: Creí, y por eso hablé, también nosotros creemos, y por lo tanto, hablamos. Y nosotros sabemos que aquel que resucitó al Señor Jesús nos resucitará con él y nos reunirá a su lado junto con ustedes. Todo esto es por ustedes: para que al abundar la gracia, abunde también el número de los que participan en la acción de gracias para gloria de Dios.

Evangelio según San Mateo 20,20-28.
Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo.
"¿Qué quieres?", le preguntó Jesús. Ella le dijo: "Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda". "No saben lo que piden", respondió Jesús. "¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?". "Podemos", le respondieron. "Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre".
Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud".

Comentario del Evangelio del Papa Benedicto XVI

Audiencia general del 21/06/06

“Beberéis de mi copa”
Santiago, hijo de Zebedeo, llamado también Santiago el Mayor, pertenece, con Pedro y Juan, al grupo de los tres discípulos privilegiados que son admitidos por Jesús a asistir a unos momentos importantes de su vida. Con Pedro y Juan ha podido participar en el momento de la agonía de Jesús en el huerto de Getsemaní y al acontecimiento de la Transfiguración de Jesús. Se trata, pues, de situaciones bien diferentes la una de la otra. En un caso, Santiago hace, juntamente con los otros dos apóstoles, la experiencia de la gloria del Señor, le ve conversando con Moisés y Elías, ve como Jesús transparenta su esplendor divino. En el otro, se encuentra ante el sufrimiento y la humillación y, con sus propios ojos, ve como se humilla el Hijo de Dios haciéndose obediente hasta la muerte. Ciertamente que, esta segunda experiencia, ha sido para él una ocasión de madurar en la fe, para corregir la interpretación unilateral, triunfalista, de la primera: ha podido entrever que el Mesías esperado por el pueblo judío como triunfador, en realidad no estaba tan sólo aureolado de honor y gloria, sino también de sufrimientos y debilidades. La gloria de Cristo se realiza, precisamente, en la cruz, en la participación a sus sufrimientos.

Esta maduración en la fe ha sido conducida a su plenitud por el Espíritu Santo en Pentecostés, de tal manera que, Santiago no huyó cuando llegó el momento supremo del testimonio. Al principio de los años 40 del siglo primero, el rey Herodes Agripa, sobrino de Herodes el Grande, tal como Lucas nos informa “maltrató a ciertos miembros de la Iglesia, cogió a Santiago, hermano de Juan, y lo hizo decapitar” (Hech 12,1-2)… De Santiago podemos, pues, aprender muchas cosas: la prontitud en acoger la llamada del Señor aunque nos pida dejar “la barca” de nuestras seguridades humanas (Mt 4,21), el entusiasmo en seguirle en los caminos que él nos indique dejando de lado todas nuestras presunciones ilusorias, la disponibilidad en dar testimonio de él con valentía, si es necesario, hasta el supremo sacrificio de la vida. Es así que Santiago el Mayor se nos presenta como un elocuente ejemplo de generosa adhesión a Cristo. Él que, inicialmente y por mediación de su madre, había pedido sentarse al lado del Maestro en su Reino, ha sido, precisamente, el primero en beber el cáliz de la Pasión, en compartir, con los apóstoles, el martirio.

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