10 de septiembre de 2009

Las dos ciruelas o el grano de mostaza...

Historia de verano , en dos actos y un epílogo.
Esta mañana como muchas otras, me fui al mercado con mi carrito de compras.
Tenía la nevera tan vacía que aproveché de ponerla en orden y ver cuantas cosas faltaban. Con mi lista hecha salí temprano para no coger los calores que más tarde se echan encima. ¡Iba de muy buen humor, contenta...!
Entré en el mercado y compré lo que aquí en Málaga le decimos “pescaítos”; estaba fresco y desde sus puestos los vendedores nos animaban con sus gritos:
- “María, ¿no te da lástima dejártelo?, ¿no los veis vivos y saltando?”

Me acerqué al puesto de verdura y pedí:
- “ Póngame tres kilos de papas y uno de pimientos y ... ”
- “Señora… (me interrumpió un hombre tocándome en el brazo), pídame para mi dos ciruelas, estoy enfermo y las necesito ”
Me volví, y contemplé un hombre mal vestido, mal lavado y delgado, o sea, vi a un pobre de los tantos que ahora pueblan nuestras ciudades.
Volviéndome al vendedor de verduras le dije:
- “Miguel, ponle...”
Pero el “pobre “, había metido ya sus manos y las tocabas todas para escoger las más blanditas.
- “¡¡ Aquí no se puede meter las manos!! “, gritó Miguel.
Yo intercedí: - “Es que están las ciruelas un poco verdes y las quiere maduras...”
Noté que la gente empezó a murmurar y a decir:
- “Encima se cuela”.
La cosa se ponía “caliente”, a pesar de haber salido de casa con la fresquita.
Para tranquilizar el “ambiente”, dije:
- “Miguel, pónmelas en mi cuenta, yo te las pagaré.”
Pero los murmullos seguían.
El “pobre” se fue con sus dos ciruelas muy contento, no sin antes decirme
– “Muchas gracias, me van a aliviar mucho”
Lo dijo mirándome, y vi en sus ojos que decían verdad.
Y aquí empieza el segundo acto.
No hizo más que desaparecer entre la gente, los murmullos se volvieron en gritos:
- “Sinvergüenza
- “¡ Manta de vagos¡ “
- “ ¡ Caradura ! ” “... ... ... ”
Yo miraba a todos sin comprender.
Y en su mismo tono les dije :
- “¡Señoras!, que sólo han sido dos ciruelas!”
Una de ellas con voz destemplada me respondió:
- “¡Ud, y las que son como Ud, tienen la culpa de que pidan los pobres!”
- “¿ ¡¡ Yo !!? le contesté muy sorprendida . Y levantando la voz le dije :
- “¡ Que sepa Vd, que este señor se ha llevado dos ciruelas que son de él, porque yo se las he regalado, y que cuando me pidan comida voy a hacer siempre lo mismo ! ”
- “Nos tenía que dar vergüenza, continué diciendo, insultar a una persona por pedirnos dos ciruelas ”
(quizás, no tenía que haberlo añadido)

Epílogo :
Cogí mi carrito de las compras y me fui, aunque enfadada.
Pero en el fondo, allá muy dentro comencé a sentir la alegría de lo pequeño.
Se me vino el recuerdo el Evangelio de la mañana que hablaba acerca de que “el Reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta”.
Y no era que comparara las ciruelas con la mostaza, no, sino que al pagar, en la lista de los precios que me cobró el vendedor, me di cuenta que no figuraban las dos ciruelas.
¡ Manolo, a quien le vi una sonrisa de complicidad al dármela, les había regalado las dos ciruelas.
Julio 2009. M. P.

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