Ya han pasado los cuarenta días luminosos del tiempo pascual, en su transcurso la Liturgia nos ha ido mostrando el núcleo de la fe cristiana: Cristo muerto y resucitado, que se apareció a sus apóstoles y estos dieron testimonio de que estaba vivo.
Con motivo del término de la cuarentena pascual, cabrían las preguntas:
¿En qué he percibido el paso del Señor en esta Pascua? ¿Qué motivos se han afianzado en mí para creer en Él? ¿He dado testimonio de su resurrección?
Hoy celebramos la Ascensión del Señor, el triunfo de la humanidad en Cristo, la verdad definitiva y última para los que creen.
Estamos hechos para Dios, nuestra meta es la de Jesús glorificado y ascendido a los cielos, junto a su Padre.
Mientras tanto “a cada uno se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo (…), para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud” (Ef 4, 13).
Piedra en la edícula de la Ascensión, en la que se venera el último vestigio del paso de Jesús por nuestra tierra,ante el que San Ignacio de Loyola oró.
Se abre un tiempo nuevo, previo a Pentecostés, el adviento del Espíritu Santo. Jesús nos manda permanecer juntos: “No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre” (Act 1, 4).
Es la semana del Cenáculo, de orar con María, la madre de Jesús, suplicando los dones del Consolador, necesarios “para ser testigos”.
De ello depende la fuerza evangelizadora y la obediencia misionera para “pregonar el Evangelio por todas partes” (Mc 16, 20). No es tiempo de nostalgias, ni de apetecer visiones extraordinarias.
No es momento de extroversiones, ni de perecer por miedo. Es la gran semana de oración y de esperanza. Aún resuenan las palabras de Jesús: “Al que me ama, le amará mi Padre, y yo también lo amaré, y me mostraré a él, y vendremos a él y haremos morada en él.
El Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre será quien les enseñe todo” (Jn 14, 26).
La Ascensión de Jesús a los cielos no es un motivo para evadirnos de la tierra, sino para vivir como quienes saben la meta del camino, el horizonte de sentido, la esperanza indestructible.
Jesús dijo: “Les voy a preparar un sitio” (Jn 14, 2). Durante los próximos días, para sentirnos convocados en la expectación del don mayor del Resucitado, su Espíritu Santo, invocaremos los diferentes dones del Paráclito.
Como lo hicimos en el tiempo de Cuaresma, al hilo de las lecturas bíblicas que nos propone la Liturgia, meditaremos cada día en uno de los siete dones:
SABIDURÍA, ENTENDIMIENTO, CONSEJO, FORTALEZA, CIENCIA, PIEDAD, TEMOR DE DIOS.
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