23 de noviembre de 2008

TESTIGOS DEL REINO

Benito Cassiers, HJ

«Nuestra fraternidad es el pan y el agua

que necesita la lucha heroica de mi pueblo».

Pablo Neruda

"Sé que buscan a Jesús crucificado. No está aquí. Ha resucitado tal como lo había anunciado. Ahora vayan pronto a decir a sus discípulos que ha resucitado de entre los muertos y que ya se les adelanta camino de Galilea. Allí lo verán” (Mt. 28, 5-7). Y con insistencia, Mateo lo repite dos veces todavía en su relato: "Allí lo verán", en la Galilea de los paganos. La resurrección por la cual Jesús recibe todo poder en el cielo y en la tierra (v. 18) no le quita su condición de galileo y nazareno; más bien lo confirma como tal. Esa condición que él asumió para realizar su misión, ese camino es ahora autentificado por el Padre. "Por eso, vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos" (v. 19). Si la resurrección del Señor universaliza su misión, en la cual ahora los apóstoles toman el relevo, ¿no será acaso siempre necesario, para todos los nuevos discípulos de todos los lugares y de todos los tiempos, en cierto modo el "volver a Galilea"? "Ahí, lo verán". El encuentro con el Señor resucitado es inseparable del encuentro con el Galileo, el Nazareno.

A lo largo de la historia de la Iglesia, con toda la diversidad de situaciones y de carismas, vemos que la hondura de los movimientos de renovación, que suscitó la libertad del Espíritu, siempre se apoyó en la calidad de tal encuentro. Basta evocar aquí unas grandes figuras como son: Antonio, Benito, Francisco y Domingo, Ignacio, Teresa y Juan de la Cruz. La coyuntura de su tiempo y su propio temperamento llevaron a cada uno a dar una respuesta original en su época, a poner en peculiar relieve tal dimensión del evangelio y a hacer resaltar a nuestros ojos tal o cual rasgo del rostro de Cristo. Sin embargo, dentro de esta inmensa y rica diversidad, encontramos siempre en ellos el empeño por seguir a Jesús pobre y sin poder, despreciado y humilde, al Nazareno que les sedujo y que sigue interpelándonos desde los pobres de este mundo. En esta misma línea, asistimos a la renovación de la Iglesia latinoamericana desde Medellín. Carlos de Foucauld no se aparta de esa tradición y en ella ubica su matiz propio: la imitación de la vida de Jesús de Nazaret será la expresión de su vida contemplativa en el mundo. En eso encuentra su misión específica en la Iglesia; aporta su peculiar servicio al Reino.

"De manera indeleble se había grabado en mi espíritu esta frase del P. Huvelin: 'Que tú, Señor Jesús, de tal modo habías escogido el último lugar para ti, que nadie había podido quitártelo nunca'. Deseaba una vida en conformidad con la tuya, en la cual me fuera dado compartir tu abyección, tu pobreza, tu labor humilde, tu oscuridad; y a eso me determiné resueltamente".

Más tarde dirá:

“Comprendí que la vida que por vocación había llevado en Nazaret, debía continuarla lejos de Tierra Santa, entre las almas más enfermas, con las ovejas más desamparadas del rebaño de Dios. El banquete divino del cual era ministro, debía ser presentado por mí no a los hermanos, no a los parientes y vecinos ricos, sino a los más lisiados, a los más ciegos, a los más abandonados".

(Carlos de Foucauld)

“Tendrás que buscar en el mapa del mundo si no existe, en algún rincón apartado, un puñado de gente que no interesa a nadie, precisamente porque son sólo un puñado disperso en un espacio grande y poco asequible a otros apóstoles. Allí tendrás que ir con preferencia, sin hacer caso a los que te dicen que es tiempo perdido y que en otras partes hay grupos humanos más interesantes. Eso precisamente es la prueba de que siempre serán los olvidados, los pequeños y los pobres. Por eso son 'nuestros".

(Hermanita Magdalena)

Ese "último lugar" del cual nos habla Carlos de Foucauld es el que caracteriza a Nazaret tanto para Jesús en su tiempo, como para nosotros hoy. Es el revés de la historia, que siempre nos interpela, exigiendo nuestra apertura y tal vez nuestra presencia. Allí han de ubicarse nuestras fraternidades; es el lugar donde nos corresponde desarrollar nuestra misión de Iglesia: el servicio del Reino. Y es mucho más. Ese "último lugar" caracteriza el mismo servicio del Reino que nos toca aportar: gritar por la vida que el Reino empieza por los últimos. Como Jesús en Nazaret. No se trata solamente de vivir "en" el último lugar; se trata de vivir 'el' último lugar. No por ascesis, humildad o esfuerzo moral, ¡no! No se trata aquí de mostrar nuestro hipotético "ejemplo", sino de gritar el poder de Dios. Es una proclamación de fe a la faz del mundo: el Reino ha llegado; está en medio de nosotros y se desarrolla como la semilla que crece, según su "lógica" propia, conforme a las escrituras, empezando por los últimos. Y porque creemos en eso, porque queremos ser testigos de eso, nos corresponde apostar nuestra vida sobre esta realidad.

Como si se viera lo invisible. Si el Reino está en medio de nosotros, entonces allí, en este Reino, los últimos son los primeros en vivirlo, en descubrir por experiencia lo que significa. Si la vida venció a la muerte, es desde esta muerte que "reina” en el mundo, que podremos dejar nacer la vida definitiva, la esperanza de los hombres. Si Jesús de Nazaret ha resucitado por el poder de Dios, entonces es en Galilea de los paganos que lo podremos encontrar. "Allí lo verán". Vivir el último lugar, se vuelve el grito gozoso que proclama esta Buena Noticia. Es un canto a la vida; a la vida que no pasa, que no muere más.

"¿Y cómo puede ser esto? Nadie puede ver el Reino de Dios si no nace de nuevo, de arriba" (Jn. 3, 3 sgs). Para "ver el Reino" presente en el mundo, verlo empezar por los últimos, por el revés de la historia, hay que nacer del Espíritu, vivir una fe que sea entrega y seguimiento de Jesús de Nazaret. "¿A quien iríamos?”, decía Pedro a Jesús para expresar su fe (Jn. 6, 68). Es sólo poniendo nuestros pies en sus huellas, compartiendo su práctica en medio de los hombres, su diálogo con el Padre, viviendo de su Espíritu, como podremos poco a poco entrar en el misterio y "ver el Reino", empezar a percibirlo de alguna manera. Aunque nunca acabaremos de agotar este misterio; es una aventura que nos reserva sorpresas y nos exige un espíritu y un corazón abierto a la novedad. "Si no vuelven a ser como niños, no podrán entrar en el Reino" (Mt. 18, 3). Por eso también es sólo al atreverse en esta aventura de fe, al entregar la vida al poder de Dios, como se establece el Reino desde el revés de la historia, desde los "Nazaret” de ayer y de hoy; es sólo así que este misterio podrá percibirse en su realidad y ser gritado, por la vida, en este mundo.

Solidarios con los últimos

1.Compartir la debilidad

"Tuvo que hacerse en todo semejante a sus hermanos, hacerse carne y sangre, o sea, compartir toda nuestra debilidad. Así, por su propia muerte, pudo quitarle su poder al que reinaba por la muerte, y liberó a los hombres que permanezcan paralizados por el miedo a la muerte" (Heb. 2, 14-18). Si el hablar de "último lugar”, es siempre relativo en comparación a otros lugares menos "últimos", queda sin embargo que este lugar, el lugar de Nazaret, está siempre de alguna manera marcado por la muerte. Hoy como ayer, es el lugar de los empobrecidos donde se vive la opresión, la marginación, el hambre, el cansancio, el desprecio; en síntesis, una muerte lenta. Entrar en la práctica de Jesús de Nazaret, es entrar por toda nuestra vida en el insondable misterio de un Dios que se hizo realmente solidario con el hombre; de un Dios que ha asumido todas las consecuencias del pecado, en la condición histórica de un Nazareno de su tiempo. Un Dios cuyo mensaje fue juzgado tan escandaloso y subversivo por los responsables del orden establecido, que lo llevaron al suplicio de los esclavos rebeldes. Este misterio es uno, y es el que da a nuestra vida esa unidad profunda que descubrimos viviéndolo. Es un misterio de solidaridad, de identificación con el otro, de compartir su destino. Hasta la muerte. Cuando uno ha empezado a palpar el mundo de sufrimiento, de situaciones imposibles y sin solución, de deshumanización y de muerte lenta que encierra el mundo de los pobres, percibe con fuerza el mal, el escándalo del mal que significa esa pobreza. Desde este punto de vista, no tendría sentido querer ser un pobre más, valorar esta situación. Pero cuando se trata, dentro de este universo del mal, de hacer presente la solidaridad, la amistad, todo cambia. Reconocemos ahí la luz que vino al mundo para iluminar a los que estaban sentados a la sombra de la muerte, y que las tinieblas no pudieron detener.

"Aquí en Tazeruk compartimos la vida de un pequeño grupo humano, muy aislado en pleno desierto. La población sobrevive, trágicamente sub-alimentada. La gente se queda la mayor parte del tiempo en las calles del pueblo por falta de trabajo; también por miedo de reencontrarse en su casa, sólo con su hambre y la de los suyos. Entonces se busca la compañía de los demás, no para hablar, sino para huir de la obsesión de la mujer, y los niños que alimentar; para no estar solo frente a su miseria. Juntos, uno se siente más fuerte. La propiedad privada es de lo más limitada: la mujer para el hombre, un burro o dos, un azadón; prácticamente nada más. Aun la casa y los niños pertenecen un poco a todos. De igual manera, nosotros mismos, y todo lo que tenemos pertenece un poco a todos. Si nos encerramos en la casa para tener un momento de tranquilidad o para conversar seriamente con alguien, puede ser considerado como un insulto a la comunidad.

La verdadera riqueza de este pueblo, y su tesoro en definitiva, en medio de su miseria, son los valores religiosos auténticos que les da el Islam: su dogma, su moral, sus fiestas y esta referencia continua de todos los acontecimientos al Dios creador y rico en misericordia. Claro que como testigos de Cristo, testigos de este "escándalo" que es la encarnación del Verbo de Dios y de su muerte horrorosa, estamos de hecho apartados parcialmente de la vida de la comunidad. Pero eso vale sólo a cierto nivel de la vida religiosa. Por todo lo demás, estamos 'metidos en el mismo tren', condenados a vivir y morir juntos.

¡Qué misterio! ¿Necesitaba Dios de la extraordinaria aventura de la encarnación para salvarnos? Y si eso ha de quedar desconocido por la mayoría de los hombres, ¿no hubiera podido encontrar otros medios, menos 'costosos'? Uno entiende que Jesús haya podido ser tentado, en el desierto y en el huerto, de adoptar otros medios, aparentemente más eficaces para cumplir su misión, Intuimos, sin embargo, cómo eso expresa un amor que, como dice Pablo, 'sobrepasa todo conocimiento'.

(Tazeruk, Argelia)

Del libro “YO SOY TU HERMANO en las huellas de Nazaret”, editado por Benito Cassiers, Hermanito de Jesús. 3ra edición, 2007.

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