26 de octubre de 2008

Todo consiste en Amar

Domingo, 26 de Octubre del 2008
Domingo 30ª del Tiempo Ordinario.- Mt 22, 34-40

Hay quien pretende solucionar los problemas del mundo elaborando largos y complicados reglamentos, listas de normas, leyes, etc. Piensan que así, detallando por escrito y con la debida aprobación, todo lo que hay que hacer, las personas se terminarán comportando como deben y el mundo será mejor. No contentos con ello, suelen terminar elaborando más largo y más complicados códigos penales en los que se detallan los castigos que conllevará el no cumplir cualquier de aquellas leyes o normas. Una vez realizado este trabajo se van a descansar pensando que ya han organizado el mundo. Ciertamente han creado abundantes puestos de trabajo entre policías, inspectores, jueces y guardas de las cárceles. Pero eso no significa que el mundo haya mejorado ni un poquito.


Una fidelidad equivocada
Los fariseos están en la misma línea y se equivocan de la misma manera. Quieren ser fieles a Dios –la buena voluntad no hay que quitársela a nadie en principio–. Y se esfuerzan tanto por concretar esa fidelidad que terminan llenando la vida de normas y leyes, todas importantes, todas absolutamente rígidas, todas necesarias. Purificaciones, oraciones, formas de vestir, formas de orar... Los fariseos querían ser fieles a Dios en todo momento y por eso su vida terminó regulada al máximo. Cualquier gesto tenía significado y todos los gestos debían expresar esa fidelidad a Dios.
Entre tanta norma, había quienes –con un principio de sentido común– se planteaban el poner un cierto orden, una jerarquía. Sin duda, debía haber unas normas más importantes que otras. ¿Cuál sería la opinión de aquel maestro que tanto revuelo estaba haciendo por el país? Fueron a preguntarle.

Centrándose en lo fundamental
Jesús los descolocó con su respuesta. Posiblemente estaban esperando una enumeración por orden de jerarquía de las diversas normas que organizaban la vida del buen judío, devoto de Iahvé. Lo que no podían esperar era una respuesta como aquella: la cuestión no está en cumplir normas sino en amar. Amar a Dios y amar al prójimo. Punto. No hay nada más que decir.
Las purificaciones, las normas sobre alimentos, las oraciones y tantas otras cosas desaparecen del mapa. Todo consiste en amar. Hay que amar a Dios pero, como dice la primera carta de Juan, "si alguno dice que ama a Dios y odia a su hermano es un embustero, porque el que no ama a su hermano a quien ve, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ve? (4,20). El amor al hermano es, pues, la única verificación concreta y posible de que se ama realmente a Dios.
En su respuesta, Jesús puso las cosas en su sitio. Ser fieles a Dios no consiste en cumplir cientos de normas al pie de la letra. La fidelidad está en el corazón. Y del corazón brota el amor. Lo demás es adorno, que puede estar bien, pero sin amor no es más que oropel y vacío.

¿Qué significa amar?
Luego, viene la pregunta: ¿qué significa amar? Sencillísimo: atender al débil y al necesitado, regalar el tiempo y la vida, querer, cuidar, compadecer, servir... Basta con volver a leer la primera lectura: por ella pululan los inmigrantes, las viudas, los huérfanos, los enfermos, los marginados, los pobres. Todos ellos son los preferidos de Dios, aquellos a los que Dios escucha siempre en sus clamores porque –frase fundamental y que no hay que olvidar – “yo soy compasivo”.
Ahora no queda más que salir a la calle, a la vida, y amar a los hermanos y hermanas. La fe verdadera que Pablo alaba en los Tesalonicenses (segunda lectura) no tiene más reflejo en la realidad que el amor. De aquellos cristianos decían “mirad cómo se aman”. Y luego los de fuera se preguntaban por los motivos, por las razones de tanto amor regalado. ¿Pueden hoy decir lo mismo de nosotros?

Fernando Torres Pérez

fernandotorresperez@earthlink.net

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