1 de octubre de 2008

Una Charla con el Papa Luciani

JUAN PABLO I
El pasado domingo 28 de septiembre se cumplieron 30 años del inesperado fallecimiento del recordado Juan Pablo I; quién en sólo 33 días dejo una marca indeleble en la historia contemporánea de nuestra Iglesia, a partir de ese momento este hecho se encontró envuelto en un cómo de negras sombras y sospechas; desde munaysonqo queremos rescatar otra visión de este Pastor humilde y cercano que junto a Juan XXIII y Pablo VI formaron aquella "trinidad" de utópicos que soñaban junto a nosotros una Iglesia diferente, más cercana, liberada y liberadora.

NO SOY UN MISTICO
En enero de 1965, Albino Luciani, entonces obispo de Vittorio Véneto, dio un curso de ejercicios espirituales para sacerdotes de varias diócesis del Véneto. El texto de las conversaciones, inspirado en la parábola del Buen Samaritano, fue transcrito y posteriormente publicado. Compartimos a continuación un fragmento relativo a la oración:

... "El Señor nos hace muchas recomendaciones en el Evangelio sobre la oración. La insistencia. No basta pedir una vez. No es como tocar el piano: tocas la tecla, sale el sonido. «Señor, dame esta gracia». ¡Servido! Inmediatamente. No es así. El Señor mismo nos ha dicho que no es así. Quiero que pidáis. Contó también la parábola. Había un juez injusto en una ciudad. No le importaba nada ni de Dios ni de los pobres mortales. Una viuda se presentaba ante él todos los días: «¡Justicia, justicia!». «¡Fuera, fuera! No tengo tiempo». Pero la viuda volvía. Por fin, un día el juez se dijo: «Aunque no temo a Dios y no tengo ningún respeto por lo hombres, ya que esta viuda viene siempre a molestarme y no me deja en paz, voy a hacerle justicia, así no volverá». Conclusión de Jesucristo: esto lo hace un juez injusto y por un motivo egoísta, y vuestro Padre, cuando insistís pidiéndole que os haga justicia, vuestro Padre de los cielos, que os ama, ¿no os la hará? Nos lo ha dicho el Concilio: hay que rezar siempre, rezar sin interrupción.
Nuestro primer deber es enseñar a la gente a rezar, porque cuando les damos este medio poderoso, se las arreglan ellos para obtener las gracias del Señor. No puedo hacer un tratado sobre la oración, además, vosotros quizá sabéis más que yo. Diré sólo algunas cosas. Tal vez insistimos mucho sobre la oración de petición: «Señor, acuérdate de mí; Señor, ¡perdóname!». Es muy hermoso. Pero el Señor cuando nos enseñó el Pater noster, nos dijo: «Rezad así», y dividió su oración en dos partes. La primera: «Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad». Esta es la parte relativa a nuestra relación con Dios. Sólo después se pasa a la segunda: «El pan nuestro de cada día dánoslo hoy etc.». Por tanto, también en nuestras propias oraciones hemos de seguir este método: primero la oración de adoración, de alabanza, de acción de gracias; y sólo después la de petición. En las epístolas de san Pablo: «Gratias agamus, Deo gratias, Deo autem gratias…». Estas expresiones, no las he contado yo, se repiten más de ciento cincuenta veces. San Pablo da las gracias continuamente. Pero fijaos también en las otras oraciones: «Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo». Después viene la petición: «Ruega por nosotros pecadores». Primero se le hace un bonito cumplido a la Virgen. Hay que ser diplomáticos; se hace una alabanza, y luego se pide. También los oremus antiguos, no los modernos, tienen todos al principio la alabanza, el cumplido. «Deus qui corda fidelium Sancti Spiritus illustratione docuisti…», tras una hermosa alabanza: «da nobis quaesumus…», viene la petición. En cambio: «Concede nobis, famulis tuis…», este es un oremus moderno; comienza en seguida pidiendo. El que lo ha compuesto no ha entendido nada de nada. Y también las letanías de la Virgen: «Mater purissima», el elogio, «ora pro nobis», la petición: son todas así. Debemos usar este método en nuestras oraciones. También preocuparnos algo… Al Señor no le hacen falta nuestras preocupaciones, pero sin duda le agradará que nos ocupemos un poco de él. Hay un libro muy hermoso del padre Faber: Tutto per Gesù; no es “alto”, cosas humildes; y dice precisamente que hay que preocuparse por los intereses de Dios, antes que por nuestros intereses. Decía: la adoración: «Tú estás allí arriba, oh Dios inmenso y omnipotente, y yo, Señor, estoy aquí, pequeño», este sentido de adoración, de asombro ante Dios. «Todo te lo debo, Señor». El agradecimiento. El sentirse siempre pequeño, miserable, frente a Dios. Hay que ayudar a los fieles a adorar al Señor, a darle las gracias. Nadie es grande ante el Señor. Ante Dios también la Virgen se sintió mirada, pequeña. Es muy importante sentirnos mirados por Dios. Sentirnos objeto del amor que Dios nos da. San Bernardo, cuando era muy pequeño, se durmió una noche de Navidad en una iglesia y soñó. Le pareció ver al Niño Jesús que le decía, señalándole con el dedo: «Ahí está mi pequeño Bernardo, mi gran amigo». Se despertó, pero la impresión de esa noche no se borró jamás y tuvo una influencia enorme en su vida. Hemos de sentirnos pequeños, porque somos pequeños. Si no nos sentimos pequeños, la fe es imposible. Quien se envanece, quien se vanagloria mucho, no tiene confianza en el Señor. Tú eres grandísimo, Señor, yo, frente a ti, pequeñísimo. No me da vergüenza decirlo. Y haré con gusto lo que me pides. Porque no pides para tomar, sino para dar, no pides en tu favor, sino en mi interés. Decía Manzoni: «Nunca el hombre es tan grande como cuando se arrodilla ante Dios». En las oraciones que se hacen cada vez se echa más en falta el sentido de la adoración. Y, sin embargo, es una de las actitudes fundamentales de toda la religión cristiana.
¿Qué oraciones y con qué método? Vosotros sois maestros en Israel; sabéis que la oración más bella es, de por sí, la pasiva, donde nos abandonamos a la acción de la gracia. Así les sucede a algunas almas que incluso vienen capturadas por Dios, trabajadas, dominadas, santificadas. Es la llamada oración mística, de aquellos que se dedican a la contemplación. Y sobre esto no puedo deciros nada, porque sinceramente no soy místico. Lo siento. Lo he enseñado también en la escuela, he estudiado los varios sistemas, las distintas tendencias, los carmelitas por aquí, los jesuitas por allá… Pero santa Teresa, que era una mujer muy experta, dice: «He conocido santos, verdaderos santos, que no eran contemplativos, y he conocido contemplativos que tenían gracias de oración superior, pero que no eran santos». Lo cual quiere decir que, «salvo meliore iudicio», la contemplación no es necesaria para la santidad. Por tanto, no puedo detenerme sobre la contemplación porque sinceramente no sé nada, aunque he leído algún libro que otro. Por eso me detengo en la oración simple, la oración humilde, la de las almas sencillas. Acostumbro a explicarme con un ejemplo muy simple y práctico. Oíd: un padre de familia celebra su santo y en su casa le han organizado una fiestecilla. Llega la hora, él sabe ya de qué se trata, y dice: «Veamos qué hacen». Primero se presenta el más pequeño de sus hijos: le han enseñando una poesía de memoria. ¡Pobrecillo! Está frente al padre, declama su poesía. «¡Muy bien!» dice el padre, «estoy muy contento de ti, gracias, cariño». De memoria. Se va el pequeñín, y viene el segundo hijo, que ya va a la escuela secundaria. Nada de poesías aprendidas de memoria, él ha preparado un discurso, ideas suyas, harina de su costal. El discurso es quizá breve, pero él se siente un orador. «No me hubiera imaginado nunca», le dice el padre, «que fueras tan bueno echando discursos». El padre está contento, ¡mira qué ideas tiene este chico! No será una obra maestra, pero… La tercera, la señorita, la niña. Esta ha preparado simplemente un ramillete de claveles rojos. No dice nada. Llega hasta donde está su padre, y ni una palabra; se ve que está emocionada, se ha puesto tan colorada que no se sabe si son más rojos los claveles o su cara. Le dice su padre: «Se ve que me quieres, estás tan emocionada». La niña no dice ni una palabra. El padre acepta con gusto las flores, porque la ve muy emocionada y muy cariñosa. Luego le toca a la madre, a su mujer. No le da nada. Mira a su marido y él la mira a ella: simplemente una mirada. Saben muchas cosas. Esa mirada evoca todo un pasado, toda una vida. El bien, el mal, las alegrías, los dolores de la familia. Esto es todo. Hay cuatro tipos de oración. El primero es la oración vocal: cuando rezo el rosario con atención, cuando digo el Pater noster, el Avemaría; entonces somos como niños. El segundo, el discurso, es la meditación. Pienso y hablo con el Señor: buenos pensamientos e incluso profundos sentimientos de amor, desde luego. El tercero, el ramillete de flores, es la oración afectiva. La niña tan emocionada y tan cariñosa. No hacen falta muchos pensamientos, basta dejar que hable el corazón. «Dios mío, te amo». Si uno hace aunque sea sólo cinco minutos de oración afectiva, es mejor que la meditación. Cuarto, la esposa, es la oración de la sencillez o de la simple mirada, como se dice. Me pongo ante el Señor, y no digo nada. De alguna manera lo miro. Parece que vale poco esta oración, y, sin embargo, puede ser superior a las demás. Haced algunas consideraciones sobre cada una de estas formas de oración. También la primera. Se dice: es un niño, comienza ahora. Pero santa Teresa decía que uno puede llegar a ser santo con la primera oración. Cierta pobre gente no ha aprendido a meditar, pero dice bien las oraciones, con corazón, las oraciones vocales. Santa Bernadette llegó a ser santa sólo por esto. Rezaba bien el rosario, obedecía a su madre. Es santa.
Y ahora dejadme que os aconseje la devoción a la Virgen, ya que debo aludir al rosario, que es en parte una oración vocal. El rosario es también la Biblia de los pobres. No hay que olvidarse nunca del rosario, y rezarlo bien. Me preocupan mucho mis fieles: los hay que dicen todavía las oraciones en casa, pero ya no rezan el rosario. Cuando los hijos ven rezar en familia a su padre, que reza con todos, esto tiene un efecto en la educación que no tendrán nunca nuestras predicaciones, estad seguros. Así que durante la visita pastoral hago también esta pregunta: «¿Dicen las oraciones en casa?». Por desgracia rezan poco. ¡Qué pena! Entonces lo digo en la iglesia: «¡Por favor! Comprendo que tenéis que ver la televisión. Pero si no podéis rezar todos los cinco misterios del rosario, rezad por lo menos uno, diez Avemarías, un misterio solo. Os lo recomiendo mucho, por lo menos esto.
También vosotros insistís en la devoción a la Virgen. Un día me preguntaron, ¡qué curiosas son estas almas piadosas!: ¿Qué Virgen prefiere usted? ¿La del Carmen? Porque, mire yo soy devota de la Virgen del Carmen»: le respondí: yo también.

No hay comentarios :