22 de agosto de 2010

Vengan a mi banquete celestial....

Evangelio del 22/08/2010
Evangelio según San Lucas 13,22-30.
Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén.
Una persona le preguntó: "Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?". El respondió: "Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán. En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: 'Señor, ábrenos'. Y él les responderá: 'No sé de dónde son ustedes'.
Entonces comenzarán a decir: 'Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas'.
Pero él les dirá: 'No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!'.
Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean arrojados afuera.
Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios.
Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos".

Comentario al Evangelio de
San Anselmo (1033-1109)
Proslogion, 25-26
«Se sentarán a la mesa en el Reino de Dios»

¡Qué gran dicha poseer el Reino de Dios! ¡Qué gozo para ti, corazón humano, pobre corazón acostumbrado al sufrimiento y aplastado por los males, si tú rebosaras de una dicha tal!... Y sin embargo, si alguno a quien amaras como a ti mismo, participara de una idéntica dicha, tu gozo sería doble, porque no te gozarías por él menos que por ti mismo. Y si dos o tres, o aunque fueran muchos más, poseyeran esta misma felicidad, experimentarías en ti mismo tanto gozo por cada uno como por ti mismo porque amarías a cada uno como a ti mismo.

Así pues, en esa plenitud de amor que unirá a los innumerables bienaventurados, y en la que nadie amará al otro menos que a sí mismo, cada uno gozará de la dicha de los demás tanto como de la suya propia. Y el corazón del hombre, a penas capaz de contener su propio gozo, se sumergirá en el océano de tan grandes y numerosas dichas. Ahora bien, sabéis que se goza de la felicidad de alguien en la misma medida en que se le ama; así, en esa perfecta bienaventuranza en la que cada uno amará a Dios incomparablemente más que a sí mismo y que a todos los otros, la felicidad infinita de Dios será para cada uno fuente de gozo incomparable.

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